La moderación nunca es tendencia

Javier Jurado

In medio virtus es la famosa locución latina que condensó la histórica noción griega de que la virtud se identificaba con el justo medio. Aristóteles es probablemente el pensador más emblemático en la defensa del mesótes, de ese equilibrio situado entre extremos viciosos: μέσον τε καὶ ἄριστον. Nuestra experiencia cotidiana fuertemente impactada por los medios nos muestra, sin embargo, que la moderación rara vez se hace tendencia.

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El concepto de mesótes alude a todo un campo semántico de la antigüedad griega que incluye nociones como las de centro o medio, pero también las de mediador, imparcialidad, neutralidad o reconciliación. La virtud griega que Aristóteles abanderó supone el difícil reto de dirimir racionalmente en cada circunstancia ese punto de equilibrio entre los vicios enfrentados. Y así hallar el valor entre la cobardía y la temeridad, o la generosidad entre la avaricia y la prodigalidad.

El phrónimos aristotélico, el hombre prudente, alberga y practica un uso justo de la capacidad para discernir 01040019mediante la razón ese lugar, en principio único en cada situación. Sólo partiendo de la constatación de los extremos puede inferirse dicho justo medio. Esa inferencia, pues, se da a posteriori y tiene, de forma coherente con toda la ética nicomaquea, un cariz marcadamente práctico. A diferencia de Platón, para Aristóteles la virtud no se edifica a partir de la mera contemplación del mundo de las ideas – un ejercicio teórico y de salón, podríamos decir hoy – sino que surge del hábito adquirido tras la repetición de muchas acciones buenas (pues una golondrina no hace verano), conformando el carácter virtuoso. Del mismo modo, esta prudencia o sagacidad para hallar el mesótes es una sabiduría de índole práctica.

Sin embargo, no puede obviarse que para recorrer la trayectoria desde los extremos viciosos hasta el justo medio son varios los obstáculos que se plantean en el camino. El más evidente es que los extremos viciosos pueden disfrazarse de virtud, o equiparse con un andamiaje que acaba ofreciendo la imagen de un todo equilibrado. Toda ideología política, por ejemplo, tiende por su naturaleza esencialmente simplificadora a edulcorar, reducir u ocultar sus propios defectos o derivas indeseables, revistiéndose de una apariencia singularmente atractiva, que impide el tránsito hacia la virtud. Esta simplificación, especialmente bajo la excesiva forma populista, atenta contra ese uso recto de la razón, volviéndonos muchas veces estúpidos.

A esta idea griega, sin embargo, no le sienta bien esa quietud del in medio stat virtus latino: esa virtud estática es una entelequia inalcanzable, pues siempre se acude en su búsqueda de forma dinámica, siempre en tensión. La transitoriedad permanente e inexorable que señalara Heráclito, para quien todo fluye, se halla también al fondo de esta imposibilidad. Esta misma visión dinámica de la búsqueda de la virtud podría expresarse en términos de la dialéctica histórica de Hegel: a pesar de su complacencia, siempre debería permanecer insatisfecha con las síntesis obtenidas en la confrontación entre tesis y antítesis. El justo medio es un blanco móvil, adaptado en cada circunstancia, siempre efímera, lo que hace que aquél siempre sea escurridizo e incierto. Y por eso, como el de la inteligencia, el reparto de la moderación es el mejor: todo el mundo cree tener la suficiente.

20070129004039-equilibrio5De forma coherente, cuando la moderación se predica y se practica en exceso puede no sólo conducir a la quietud, como el asno de buridán, sino también a la mediocridad. La tibieza, la imposibilidad de la equidistancia o incluso su injusticia, son las acusaciones recurrentes que amenazan a quienes predican y tratan de practicar la moderación. El uso de la recta razón en este discernimiento del justo medio puede incluso degenerar en un hiperracionalismo ascético, fría y deshumanizadamente equilibrado, que por ejemplo reprima toda empatía y toda com-pasión. En ese caso es probable, como se le suele atribuir a Kierkegaard, que quien se pierde en su pasión pierda menos que quien pierde su pasión. Quizá por eso incluso el moderado Epicuro recomendaba que había que ser moderados con la moderación, en cierto modo coincidiendo con la idea de que para discernir el justo medio es necesario aprehender de alguna forma los extremos.

El acelerado mundo de la hiperinformación en el que vivimos supone un auténtico reto para la práctica de la virtud que busca el justo medio. Por un lado, la facilidad en el acceso a la información debería permitirnos el discernimiento, el contraste entre posiciones. Pero su evidente desbordamiento es capaz de generar un ruido ensordecedor y contraproducente que dificulta la propia deliberación. Además, bajo la permanente amenaza de infoxicación, los mensajes que nos bombardean sintetizan de forma letalmente simplificadora los detalles y matices, favoreciendo las actitudes y las adhesiones más irreflexivas y ocultando los extremos viciosos. En tercer lugar, como la información por su propia naturaleza se constituye por señalar y mostrar lo diferente, por articularse como lo distinto, nunca es noticia aquello que no se sale de la media. La moderación, por eso, nunca se convierte en trending topic, nunca se vuelve noticia, carece del atractivo estridente de los extremos.

En nuestros días vemos cómo la moderación goza de poca e incluso de mala prensa. Las formas de populismo xenófobo, de extremismo religioso, o de sectarismo político se catalizan en la red. Cuanto más se apela al diálogo ante los conflictos menos se practica, las posiciones se escoran y petrifican. La crisis ha acentuado ciertamente, como en otras épocas adoctrinamiento-t-okxc76de la historia, la polarización de las polémicas y los discursos. Pero más allá de ella, no pueden obviarse las corrientes subterráneas que catapultan al escenario mediático formas excesivas en cualquier faceta, alejadas de ese justo medio. Las escuelas devienen en sectas, y las tendencias o corrientes en auténticos grupos de presión y manipulación social. Aunque ciertamente la falta de compromiso típicamente postmoderna asociada al consumismo frívolo y desmedido las vuelve a todas pasajeras.

Sin embargo, para ilustrar cómo la moderación se ve sepultada entre extremos no hace falta acudir a la primera línea de la política, tan polarizada nuevamente. En un plano mucho más cotidiano pueden advertirse múltiples ejemplos. Así, las virtudes de las dietas equilibradas y la práctica del deporte recomendadas a una sociedad obesa y sedentarizada se vuelven prácticas temerarias de deporte extremo, excéntricas e impenitentes dietas sin soporte científico y enfermizas vigorexias y anorexias dentro de un obsesionado culto al cuerpo.

Por su parte, las virtudes de la educación que supera el encorsetado paradigma tradicional, que atiende a la diversidad y que respeta el desarrollo personal de cada niño y cada joven, devienen en su caso en prácticas educativas irresponsables, consentidoras y cómodas con la malcrianza de niños Deberesegoístas e inmaduros que hipotecan nuestro futuro. También hemos hablado aquí de que las virtudes de las tecnologías al servicio de la comunicación y el diálogo, dinamizadoras de la economía y la interacción social degeneran en prácticas de uso compulsivo, individualista y aislacionista usurpador de auténticas y profundas relaciones personales. Una realidad que merece una reflexión incluso desde la filosofía, como en sus obras plantea Byung-Chul Han

Las virtudes de los inventos y mecanismos para liberar a la mujer de las históricas servidumbres asignadas a su rol familiar se vuelven en ocasiones excusas para desestructurar familias que mantienen a sus hijos desatendidos y permanentemente conectados a los múltiples focos de entretenimiento audiovisual; o educados mediante sustitutos, en cualquier caso impidiendo construir sanas relaciones entre padres e hijos. Pero para paliar estos excesos, las virtudes que predican un regreso a las prácticas más naturales de paternidad, maternidad y educación en la convivencia compartida se vuelven en ocasiones auténticas fuerzas discriminatorias y sectarias capaces de ejercer enorme presión social ante prácticas alternativas al parto natural, la lactancia materna o la educación infantil.

v1_par102Como estos, un sinfín de escenarios cotidianos pueden venirnos a la cabeza en los que las posiciones moderadas, que equilibran balanzas, toman lo mejor de cada casa, y tratan de reconciliar extremos enfrentados y fácilmente tendentes a la degeneración no son portada y son vilipendiadas por todos lados, como en la famosa fábula del padre, el hijo y el burro que recogiera El conde Lucanor. Los ídolos contra los que nos advirtiera Bacon, transformados en prejuicios especialmente religiosos y políticos a los que pretendía hacer frente la Ilustración, cobran hoy nuevas formas que nos impiden o al menos dificultan practicar la justicia.

Sin duda, el sinsentido que azota a nuestra época postmoderna tiene algo que ver también con esta búsqueda incansable de asideros a los que aferrarnos para la construcción de sentido. Las prescripciones perfectamente claras y los discursos sin fisuras que pueden permitirse más fácilmente las posiciones extremas son auténticos polos atractivos. Y aunque espejismos, anestesian al menos temporalmente ese insoportable tedio de Cioran, la angustia de la que fanatismohablara Sartre aterrada por su radical responsabilidad. Las actitudes inauténticas, que asimilan irracionalmente discursos y prácticas de otros de forma heterónoma, propagan un fanatismo en toda esfera que parece no dejar espacio a la búsqueda de la virtud del justo medio. La moderación es ese terreno vedado a los cobardes y débiles, incapaces de convivir con la incertidumbre que es consustancial a la vida.

Sin embargo, que no cope portadas no quiere decir que la moderación no presida todavía la mayor parte de nuestro comportamiento social. Ya me atreví a aventurar que el equilibrio sobre el eje político entre la izquierda y la derecha podría haber persistido por las virtudes adaptativas que entrañan las posturas moderadas que a cada uno de sus lados se predican. Del mismo modo, creo que la moderación es precisamente la seña de identidad del gran grueso de la población, que del mismo modo no goza del protagonismo mediático que tienen las corrientes y los discursos más extremos.

La filosofía sirve para que no nos timen, decía Horkheimer. Con su clara voluntad de mediodía, en palabras de Ortega, la filosofía busca desvelar lo oculto. Desvelar en el sentido que Heidegger quiso rescatar de los presocráticos traduciendo la palabra aletheia, tradicionalmente verdad. Y en esta ocasión me atrevo a decir que lo oculto son las posturas más templadas y razonables, las ideas que atesoran las personas más corrientes que se cruzan con nosotros sin que lo advirtamos porque no generan tendencia en redes sociales ni acaparan titulares. Ocultas también son las fuerzas que nos presionan hacia el posicionamiento extremo en toda polémica o disenso, impidiéndonos el ejercicio templado de la deliberación racional imprescindible para la virtud. Contra la conflictiva simplificación maniquea, los matices razonables de la pluralidad moderada.

La moderación nunca es tendencia… porque afortunadamente es la tendencia por excelencia. Pero precisamente para que no nos timen, no hay que contentarse con ello y alabar en la plaza pública sus virtudes.