Tasia Aránguez
Es frecuente que los debates filosóficos acerca del aborto se centren en la polémica acerca de si el cigoto, embrión o feto es una persona. El debate se centra en determinar en qué momento del desarrollo pasamos a ser personas. Cuando se llega a la conclusión de que estamos ante una persona, se determina que esta tiene derecho a la vida. Lo interesante del famoso dilema del violinista, planteado por Thomson, es que parte de unas premisas distintas. Thomson refuta brevemente el argumento de que el feto es una persona, señalando que se basa en la falacia de la pendiente resbaladiza, que lleva a confundir un alcornoque con una semilla. Pero lo interesante de la argumentación de Thomson no es esto. La filósofa da un giro sorprendente a su argumentación y se pregunta: si admitiésemos que un feto es una persona desde el momento de la concepción ¿eso implicaría que el aborto es inmoral?