Jesús M. Morote
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Leibniz sintió la necesidad de escribir una Teodicea, término que acuñó juntando dos palabras griegas, viniendo a significar “Defensa de Dios”. Afrontó así el problema metafísico del Mal en un Mundo que, como obra de Dios, no parece que debiera dar cabida al mal, al dolor, al sufrimiento. Tras la “muerte de Dios”, la Providencia ha venido a ser sustituida en el imaginario social por el Estado, o, más concretamente en los tiempos contemporáneos, por el Estado del Bienestar. Pero cuando el Estado fracasa y aparecen el mal y el sufrimiento, ¿no parece ser necesaria una “Polidicea” (llamémosla así), una defensa de la Polis, una Defensa del Estado, similar a la que Leibniz creyó necesaria para justificar a Dios, para justificar hoy, a pesar de todo, la existencia de ese Estado providente?
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G.W. Leibniz (II): de mónadas y lenguas universales. Una confrontación
Héctor J. Ibáñez Durá
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En la anterior entrada, circunstancié brevemente el sentido histórico de los intentos de elaborar una lengua perfecta y universal, y resumí la teoría de las mónadas de Leibniz. Ahora la enfrentaremos con el específico proyecto leibniziano de creación de una lengua tal, contrastando su posible coherencia e inconsistencias.
G.W. Leibniz (I): de mónadas y lenguas universales. Una confrontación
Héctor J. Ibáñez Durá
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La querencia de una lengua común a todos los congéneres debe de ser tan antigua como el propio ser humano. Su importancia es tal que aun hoy día se siguen llevando a cabo trabajos para la creación e implantación de una lengua internacional que ponga en intercomunicación a cualquier individuo de cualquier lugar en cualquier lugar. Merece la pena en este sentido adentrarse en el contraste entre el proyecto de Leibniz sobre una lengua universal y su ontología de las mónadas.
Arthur Schopenhauer: “La vida es un negocio que no cubre los costes”
Tasia Aránguez
El terrible pesimismo de la filosofía de Schopenhauer contrasta con el placer que produce la belleza de su prosa, que incluso traducida mantiene la viveza procedente de sus metáforas y ejemplos. Como Schopenhauer tiene un estilo brillante que quiero poner de manifiesto, he optado por introducir múltiples citas en esta entrada, organizándolas y enlazándolas. Advierto que las siguientes líneas no deberían ser leídas por personas con problemas depresivos. A continuación presento los pasajes más oscuros de los dos tomos de su gran obra “El mundo como voluntad y representación”. He organizado los pasajes en torno a tres temáticas: “oscilar entre el dolor y el sufrimiento”, “la estabilidad del dolor” y “vivimos en el peor de los mundos posibles”. Esta síntesis permitirá comprender en qué consiste el pesimismo filosófico de Schopenhauer.
¿Somos libres?
Javier Jurado
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¿Hay causas ocultas que determinan las acciones que creemos tomar libremente? Filosofía y Ciencia se han preguntado por ello de forma recurrente. La reciente traducción de un artículo de R. M. Chisholm en este blog nos volvía a traer a colación el central problema de la libertad y el yo, auténtica piedra angular de toda la ética, de multitud de sistemas filosóficos y sostén de muchas teorías sociológicas, políticas, etc. Aquí van algunas reflexiones al respecto, hoy por hoy algo desoladoras y sin duda cargadas de perplejidad.
¿Qué sentido tiene la pregunta por el sentido?
Javier Jurado
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En esta entrada ya bosquejé, entre otras cosas, la posibilidad de que la pregunta por el sentido de la vida, temática tan habitual en filosofía y en tantas otras expresiones culturales humanas, no fuera sino un subproducto de la historia evolutiva de nuestro cerebro que hubiese sido retenida como exaptación al resultar provechosa para nuestro comportamiento y organización social. Ello haría verosímil que cualquier posible respuesta a esta recurrente pregunta no fuese sino una simple ficción útil. Planteo dos posibles fuentes para la genealogía de este universal cultural humano que se pregunta por el sentido de la realidad.
En qué se distingue Buridán de su borrico
Jesús M. Morote
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En otro post del blog se enlazaba a un artículo en el que se hablaba de la responsabilidad del hombre por sus actos y la propensión de nuestras actuales sociedades a exculpar al autor de un crimen desviando las responsabilidades hacia causas externas y convirtiendo así al delincuente en víctima: el actor sería él mismo un efecto de causas ajenas y no la causa misma del delito. La cuestión no es nueva.