Javier Jurado
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El crecimiento de la actividad científica en los últimos siglos, y especialmente en las últimas décadas, ha sido espectacular. Su éxito en la aplicación técnica al servicio de muy diferentes esferas humanas (fabricación, alimentación, energía, industria, medicina, guerra, comunicaciones,…) convirtió a la Revolución Científica de los heterodoxos renacentistas como Galileo en la punta de lanza del desarrollo moderno. El prometedor progreso de la ciencia de los siglos XVIII y XIX siguió creciendo exponencialmente a lo largo del XX, y a pesar de su utilización éticamente sospechosa en los grandes conflictos de esta centuria, su contribución al servicio del desarrollo de la civilización ha sido determinante.
Sin embargo, al alcanzar los albores del siglo XXI, en los que siguen surgiendo avances científicos tan espectaculares como los recursos que socialmente dedicamos a hallarlos, cabe preguntarse ¿puede ser que la ciencia esté tocando techo?