Javier Jurado
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En una entrada anterior exploramos algunas reflexiones sobre la crisis del coronavirus. Partiendo de la visión más cínica o escéptica que considera que a la postre no supondrá ningún cambio sustancial, nos asomamos al extremo distópico que la considera un auténtico riesgo para nuestras formas de vida, nuestros sistemas democráticos, nuestras economías,… Pero como en cualquier crisis, para la construcción de alternativas, toca ahora asomarse al polo utópico, aquel que la considera una oportunidad: ¿y si nos sirve para tomar conciencia de nuestros excesos, nuestros defectos, de los sociales, de los del sistema… como para esperar algo nuevo a la vuelta? ¿Podría ayudarnos a recalibrar nuestras prioridades, mejorar nuestra solidaridad, nuestro respeto por el conocimiento, o incluso a provocar una transvaloración en nuestro sistema político, económico y social?





cierta incomodidad ante la reduccionista denominación de “ciencias sociales y jurídicas” debido al sesgo hacia las metodologías científicas que dicho nombre presupone en el análisis de las materias abordadas. Las verdades del arte o de la historia han quedado relegadas al plano de lo subjetivo, de lo incierto. Las ciencias sociales están aquejadas de dicha vorágine cientificista. Sin embargo, encuentran problemas para la aplicación de esquemas hipotético-deductivos tales como la mutabilidad de su objeto o que el sujeto observador forma parte de la realidad observada. A las ciencias sociales les interesan cuestiones como el dilema subjetividad-objetividad, el peso de lo ideológico, la ética o la apertura del lenguaje, que requieren ir más allá del método científico.

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