Javier Jurado
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A estas alturas del partido, es difícil pensar que nuestros valores morales sean absolutos o puedan jerarquizarse de forma absoluta. Más allá de las imposiciones dogmáticas, esa normatividad ha tratado históricamente de fundamentarse mediante la razón, buscando la estructura formal que debe cumplir el contenido moral para ser universalmente válido. Pero al rastrear científicamente nuestro origen biológico y nuestro comportamiento cultural en la historia, el empeño parece haber resultado vano. Tiene pinta de que cada uno tenemos un esquema particular de valores jerarquizados, herederos de nuestra cultura y nuestro tiempo, y que, además, evoluciona con nuestra experiencia vital.
Sin embargo, lejos de la dicotomía semántica, que no exista un esquema absoluto no quiere decir que el conjunto y jerarquía de nuestros valores sea completamente relativo. Un relativismo radical no sólo es contradictorio en sí mismo sino impracticable. Toda organización humana requiere de cierta estructura moral compartida. De forma que si buscamos algún tipo de ética que sea universalmente compartida, será bajo la forma de un campo de fuerzas ético, con una gradación más o menos acentuada e incluso fluctuante de la obligación moral, una estructura asentada en las bases que compartimos como especie.
En esta primera entrada, recogeré algunas reflexiones sobre la búsqueda histórica de una ética formal en la filosofía, dejando para una segunda entrada la necesidad de precisar y matizar los conceptos y argumentaciones en los debates morales contemporáneos, para dar cabida a la complejidad moral de este campo de fuerzas que necesariamente ha de ser capaz de asimilar las aportaciones de la ciencia.




, la gran filosofía, pensadora del ideal en cuanto al contenido, suele ir aparejada a un gran estilo en cuanto a la forma«, ¿no será cómplice de su ausencia el barroquismo académico? ¿no será que la filosofía ha traicionado esa voluntad de mediodía que decía Ortega que estimulaba al filósofo auténtico, esa claridad y sencillez en el lenguaje, inmune a la acusación de simpleza y casi siempre merecedora de la de elegancia? ¿no será que por el afán de la innovación, por decir algo nuevo que no esté dicho ya, el filósofo se rodea con demasiada frecuencia de un halo de oscuridad lingüística para nutrir las apariencias?