José Masot
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Seguimos hablando de reyes y naciones, de banderas, de derechos, de privilegios… pero ¿qué esconden, si esconden algo, conceptos como el de “nación”? Si tuviera que definir en pocas líneas qué es una nación o qué supone el nacionalismo, creo que llegaría a una definición muy aproximada a la de Álvarez Junco: “las naciones son construcciones históricas, de naturaleza contingente; y son sistemas de creencias y adhesión emocional que surten efectos políticos de los que se benefician ciertas élites locales”.
Miquel Caminal lo resume diciendo que el nacionalismo es la ideología que identifica nación con sujeto de soberanía y fundamento de Estado. El principio general del nacionalismo es identificar Estado y nación. El Estado moderno es representativo y por esto no hay legítima representación que no emane de la nación; en el estado absoluto la unidad del estado la garantizaba el rey legitimado por su dinastía, en última estancia por Dios. La nación moderna la forman los iguales que ya no son súbditos.
Decía Ernest Renan en el prólogo de la publicación a su célebre conferencia ¿Qué es nación? (1887):
Se concede a las naciones, como antes se concedía a las dinastías, el derecho a anexionarse provincias a pesar de estas.
Isidro Sepúlveda establece una diferenciación entre la nación de los siglos XVIII y XIX precisamente hablando de una “nación de súbditos” en el siglo XVIII, súbditos que son “compatriotas, iguales entre sí” aunque sigan siendo súbditos.
El nacionalismo se diferenciaría del resto de ideologías modernas en que llama a la identidad antes que a la voluntad, tal vez sea más correcto referirse a la nación como hace Álvarez Junco como una identidad colectiva que homogeniza culturas.
La nación se pregunta por quién compone la comunidad por encima de cómo debe organizarse. Esta es la razón por la que para Caminal el nacionalismo impregna el resto de las ideologías. Para Sepúlveda: “el nacionalismo corta transversalmente el resto de las ideologías políticas, encontrándose nacionalistas -y no nacionalistas- entres liberales y conservadores, fascistas y comunistas, democratacristianos y socialdemócratas”; si bien reconoce que es precisamente la identificación nacionalista auspiciada por la burguesía la que finiquita el conflicto de clases:
En una época en que las divisiones de clase se evidenciaban, fragmentando la sociedad entre detentadores de medios de producción y trabajadores en ellos, el nacionalismo de Estado instrumentalizado por la burguesía dirigente hizo que la idea de nación fue el gran bálsamo contra todo posible intento de enfrentamiento civil. La nación pasó a ser el centro integrador de los ciudadanos y sus iniciativas.
Mientras que el movimiento obrero, resalta el profesor Sepúlveda, buscó el internacionalismo a través del interés de clase: “las fuerzas conservadoras, y aún más las reaccionarias, tomaron el nacionalismo hasta hacerlo consustancial a su base ideológica”.
E. J. Hobsbawm en El mundo del trabajo destacaba como todas las versiones del nacionalismo eran contrarias al socialismo por su base proletaria y por su carácter internacionalista. El avance de uno significa el retroceso del otro como quedó demostrado con la Primera Guerra Mundial. El mismo Caminal reconoce que el nacionalismo se antepone a la división del trabajo y la heterogeneidad cultural, lo que nos hace pensar que el nacionalismo lleva implícito la reacción a la dialéctica de clase y, por tanto, al socialismo.
Obviamente, también el nacionalismo es contrario al sindicalismo ya que el sindicalismo nacionalista es incongruente con el capital globalizado. El exótico ejemplo del sindicato Solidaridad de Obreros Vascos (SOV) puede ser paradigmático, un sindicato nacionalista, católico y antisocialista que negaba el acceso a proletarios inmigrantes. Es fácil encontrar ejemplos de partidos que se dicen nacionalistas y de izquierdas (CUP o ERC hoy), si bien parece constatado que la agenda nacionalista y la agenda social son difícilmente compatibles como es sencillo probar estudiando mínimamente las acciones de gobierno de este tipo de partidos a pesar de los guiños que puedan hacer, si es que los hacen.
La historia de la democracia española nos enseña que los mismos partidos nacionalistas han ejercido de bisagra perfecta pactado a derechas e izquierdas anteponiendo siempre la agenda nacionalista. Los giros secesionistas del País Vasco y Cataluña se producen en el siglo XXI con los gobiernos de derecha o centro derecha de Ibarretxe y Mas. En el caso gallego no existen referentes políticos de derecha nacionalista ya que el aparato simbólico del nacionalismo es asumido, aunque sea de manera tamizada, por la derecha españolista. Sirva de ejemplo el “funeral de Estado” de Manuel Fraga entre gaiteros. El BNG de Beiras pactó la Declaración de Barcelona (1998) con CiU y PNV. Allí no estaban ERC, Herri Batasuna o Eusko Alkartasuna.

Para Caminal, el Estado moderno, desde el sufragio, contribuye a la construcción de un «nosotros» nacional por lo que el nacionalismo sería inmanente al Estado liberal; habla de un nacionalismo “rutinario” (lo que Michael Billing denomina «nacionalismo banal») que se encarga de incorporar símbolos, costumbres y sentimientos que codifican el sentimiento de pertenencia. No sorprende que para Renan interpretar mal la historia forme parte de ser una nación, y esto es porque el nacionalismo presupone un pasado común. Hobsbawm utiliza aquellas palabras de Renan como introducción a su estudio sobre el nacionalismo:
Interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación
Benedict Anderson titula “Comunidades imaginadas” su clásico sobre el nacionalismo. Nos habla de la nación como “comunidad política imaginada e imaginada como inherentemente limitada y soberana”. En similares términos se expresaba Albert Mousset en 1933 cuando afirmaba que:
Se entiende por nación un grupo de hombres reunidos por un mismo error sobre su origen y por una común aversión hacia sus vecinos.
También habla Renan del error:
El olvido, diría incluso el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación, de ahí que el progreso de los estudios históricos resulte a menudo un peligro para la nacionalidad.
No todos los errores son involuntarios.
A partir de 1898 Sabino Arana deja de escribir sobre la historia y comienza su obra literaria. Arana daba el paso de interpretar la historia a imaginarla. Álvarez Junco, comienza su Dioses Útiles con un pasaje del Laberinto vasco donde Julio Caro Baroja dice:
El historiador sabe muchas veces que la `tradición´ es la historia falsificada y adulterada. Pero el político no solamente no lo sabe o no quiere saberlo, sino que se inventa una tradición y se queda tan ancho.
Para Gellner, las naciones y los estados son una contingencia, no una necesidad universal. El nacionalismo identifica ambos: el uno se realiza en el otro. Sin embargo, hay Estados sin nación y naciones sin Estado. Hobsbawm recuerda y acuerda con Gellner el carácter mítico de la nación y cómo «el nacionalismo toma culturas ya existentes y las transforma en naciones» o las destruye. Es decir, el nacionalismo es anterior a la nación. El mandato de Ortega y Gasset a los intelectuales era el de “construir España”. El lema “fer pays” de la Convergència Democrática de Catalunya de Jordi Pujol es sintomático.
Caminal habla de la construcción de un «nosotros nacional” frente a otras culturas. Pero en muchos momentos esta construcción es precisamente la construcción de un “otro”. Pienso en el análisis de Edward Said sobre Oriente. La aportación más valiosa de Said es que nos deja claro cómo las relaciones de poder no solo se basan en la ocupación y la fuerza militar. El momento clave en la dominación es la construcción de un discurso sobre el “otro”, que es “construido” y “representado” desde el conocimiento y subjetivación, favorecidos estos por las disciplinas humanísticas. Esa instrumentalización del conocimiento que hace el poder para someter a Oriente bebe de Foucault. Instrumentalización materializada desde la erudición:
La disciplina erudita era, por tanto, una técnica específica de poder: hacía que el que la usara ganara (y sus estudiantes también) instrumentos y conocimientos que (si era un historiador) hasta entonces habían estado perdidos.
El conocimiento y la representación del oriental serían para Said utilizadas por el orientalista para articular su poder sobre el oriental. El nacionalismo frecuentemente opera de forma análoga desde el conocimiento estereotipado del “otro”. Álvarez Junco explica esa construcción nacional, que considera excesiva, “contra un otro” desde Nación y narración de Homi Bhabha, otro importante teórico del poscolonialismo. En El lugar de la cultura, Bhabha indagará en algunos de los mecanismos de control colonial (estereotipo, mímesis, hibridez).
A propósito del nacimiento del nacionalismo vasco, dicen De la Granja, Beramendi y Angera que “nace contra España, muy enfrentado al Estado de la Restauración”. Qué decir de ese titular del Norte de Castilla que recuerdan los mismos autores a propósito de la solicitud de autonomía de Cataluña: “Ante el problema presentado por el nacionalismo catalán, Castilla afirma la nación española”. Declaración sorprendentemente similar a la de la CNT tras la declaración de independencia de abril de 1931 cuando se manifestaba como “partido universal y desde luego español”. Vicente Risco en su Teoría do nacionalismo galego (1920) presenta a Castilla como “Otro nacional por excelencia y origen casi exclusivo de todos los problemas y males de la nación gallega”. A propósito de la entrada de Franco en Cataluña en 1938, decía F. de Cossío en el Norte de Castilla: “la guerra se hizo para esto y se gana para esto”. Franco mismo declararía que se consideraba un conquistador “de un territorio que no era España”.
Kedourie o Gellner señalaron que la identidad nacional se inculcaba desde la educación subrayando la artificialidad de ese sentimiento nacional que muchos habían leído como natural. Desde John Gray, dice Caminal que la modernidad comienza con la uniformidad, y ahí tiene un papel clave la educación nacional. Los miembros de la comunidad nacional no nacen, se hacen mediante la educación nacional y patriótica. Esa educación es lo que lleva a esa imaginación de la comunidad como unidad nacional de la que habla Anderson.
García-Santesmases en Laicismo, agnosticismo y fundamentalismo hace un estimulante estudio que contrapone la “excepción francesa” con el caso español. Sostiene el profesor que Francia, al tener resuelta la “cuestión nacional” desde la educación laica y republicana, puede acometer la agenda social que en otros países estaba paralizada y aboga por construir un mundo internacional alternativo, preservar el modelo social europeo y por la defensa de los valores del laicismo republicano. Su ensayo de 2007 hoy se ve reforzado si pensamos en la parálisis de la agenda social que hemos podido observar en las Cataluña y España del procés. En cierto modo, García-Santesmases sigue el esquema similar al de Weber según el cual el campesinado pasa a convertirse en la comunidad de nacionales franceses a través de la educación y el servicio militar. El ejército es esencial ante la creación del enemigo externo y para la cohesión territorial del Estado desde la integración de soldados de distintos territorios. Es, para Sepúlveda, un pilar básico del nacionalismo.
La educación es clave en la politización de los símbolos, sean inventados (la ikurriña diseñada por los hermanos Arana en 1894) o retomados de la tradición y repolitizados para su difusión ideológica (las cuatro barras de sangre como bandera para Cataluña o la sardana como su danza nacional). El control educativo es clave en la construcción de la lealtad nacional, de ahí la lucha por dirigir la educación.
No parece tener sentido la contraposición entre nacionalismo cívico y étnico o cultural del que se ha hablado en la segunda mitad del siglo XX influido por la sombra de los totalitarismos nacionalistas y racistas. Renan llega a decir que la raza para los historiadores es “algo que se hace y se deshace”.
Para Bauer no es necesario que se cumplan una serie de elementos para establecer lo que es o no es una nación, y aunque admite que la lengua suele actuar como factor aglutinador para identificarla, es crítico con la teoría de Kaustky del nacionalismo como lengua en común, que considera reduccionista. Lo cierto es que inconscientemente tendemos a identificar lengua con nación. Es paradigmático que la Dictadura franquista prohibiese el uso público de las lenguas no castellanas en un alarde de nacionalismo español. Aunque Renan advertía de manera sabia que “hay en el hombre algo superior a la lengua: la voluntad”, ya que “las lenguas son formaciones históricas, que indican pocas cosas respecto de los que las hablan, y que, en cualquier caso, no podrían encadenar la libertad”.
Tras la Primera Guerra Mundial, la paz de Versalles reescribió el mapa de Europa tratando de hacer coincidir los estados-nación con fronteras de grupos homogéneos de nacionalidad y lengua. El resultado fue un desastre causante de expulsiones en masa y exterminio de minorías. Como recuerda Hobsbawm, la base de organización social es cultural y no biológica. La conciencia étnica está inventada sobre la marcha bajo la forma del racismo. Los rasgos étnicos «visibles» tienden a ser negativos, para identificar al «otro»: «todos son iguales», la «nariz judía», etcétera. Vuelve a ser pertinente el recuerdo de Said y su Orientalismo.
El uso de una lengua vernácula estandarizada se hace necesaria tras la modernización y democratización del Estado, no así para una élite que puede estar educada en una lengua incomprensible para la masa y que use para asuntos administrativos (el inglés en la India, el latín en Hungría hasta 1860).
Hobsbawm detalla claramente cómo la lengua o la etnicidad estaban fuera sin ninguna duda de las primeras concepciones modernas del término «nación», aunque estas pudieran indicar la pertenencia a un colectivo. Lo que el concepto indicaba era el interés común frente al particular. Los ejemplos que da sobre las diferencias de los colonos con el Rey de Inglaterra (misma lengua y etnia) o de los angloparlantes en la Convención Nacional francesa se explican por sí mismos.
De nuevo me resulta cómodo acudir al ejemplo del nacionalismo vasco, ya que se puede señalar que el fomento del euskera tiene apenas cien años. Es sintomático que el mismo Sabino Arana comenzase el estudio del euskera muy tardíamente pues no era su lengua materna ni el idioma usado en su casa, de hecho, su esencialismo se basa en la religión y la raza antes que en la lengua. Produce extrañeza esa asociación entre religión y nación de Arana, cuando precisamente la Ilustración debería haber marginado la religión a la privacidad. Renan, anterior a Arana, ya decía que “no hay religión de Estado” y que “la religión se ha convertido en una cosa individual que concierne a cada cual”. Lo cierto es que los nacionalismos excluyentes como el vasco y el español de la dictadura de Franco se apoyaron fuertemente en el catolicismo.
Para Hobsbawm, la construcción nacional es liberal y basada en intereses de «economía nacional«, y no en la lengua, la historia en común o la etnia.
Hobsbawm destaca el caso de la unificación italiana: aproximadamente el 2,5% de la población hablaba italiano en el momento de la unificación: «Hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer los italianos» decía Massimo d’Azeglio en la primera sesión del parlamento tras la unificación; el que fuera ministro Alcalá Galiano hablaba en 1834 de “crear la nueva nación de los españoles”. Jordi Pujol, mucho después, adaptaría como lema “hacer país”.
Ya Renan había dicho que:
El hombre no pertenece ni a su lengua ni a su raza: solo se pertenece a sí mismo, porque es un ser libre, un ser moral […]. Por encima de la lengua, de la raza, de las fronteras naturales, de la geografía, está el consentimiento de las poblaciones, sean cuales sean sus lenguas, sus razas, sus cultos.
Para Renan, Suiza era un ejemplo de nación a pesar de sus “tres lenguas, dos religiones y tres o cuatro razas” mientras que la “homogénea” Toscana no lo era.
Entiende Hobsbawm que el criterio lingüístico está relacionado con el uso literario de una lengua vernácula por una élite cultural. Es habitual en los comentaristas de Maquiavelo su sorpresa porque este no escribiese en latín. Si Maquiavelo escribió en italiano y no en latín, no es porque estuviera poco formado, el florentino trataba de crear un símbolo en su sueño de creación de un Estado fuerte que compitiera con los de Francia y España. Obviamente el “protonacionalismo” de Maquiavelo está muy lejos del siglo XIX, pero el mecanismo es el mismo.
Las lenguas nacionales son lo contrario de lo que los nacionalistas dicen: son, en palabras de Hobsbawm, «semiartificiales y de vez en cuando, como en el hebreo moderno, virtualmente inventadas«. Son estandarizaciones de idiomas que sí se hablan realmente y que pasan a quedar relegados a dialectos.
La comunidad política implica la explícita voluntad de seguir viviendo juntos. El pasado (cultura) es una cosa, el proyecto común, la “comunidad de intereses” de la que habla Renan, es otra. Para el francés el Imperio Romano se forjó por la “violencia” pero se mantuvo por el “interés”.
La nación aparece ligada al concepto de ciudadanía y por eso Renan habla de “un plebiscito continuado”. Nada más alejado de la etnicidad, historia o lengua.
La nación moderna es cultural y cívica, contingente y fruto de convicción. Dice Caminal, “política”, si se quiere ser menos ambiguo. Existe porque así lo imaginan sus individuos. Pero sus individuos la imaginan por que los medios de educación propugnan el ideario nacional.
Debido a su contingencia, es posible que sus individuos dejen de imaginar la nación, porque como advirtió Renan hace mucho tiempo:
Las naciones no son algo eterno. Tuvieron su inicio, tendrán su fin.

ÁLVAREZ JUNCO: (2016): Dioses Útiles. Naciones y nacionalismos
ANDERSON, B. (1983): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo
BAUER, OTTO (1907): La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia
CAMINAL, M. (2008): “Dimensiones del nacionalismo”
DE LA GRANJA, J. L., BERAMENDI, J. y ANGERA, P. (2003): La España de los nacionalismos y las autonomías
GARCÍA-SANTESMASES, A. (2007): Laicismo, agnosticismo y fundamentalismo
GELLNER, E. (1983): Naciones y nacionalismo
HOBSBAWM, E. J. (1990): Naciones y nacionalismo desde 1780,
RENAN, E. (1882): ¿Qué es una nación?
SAID, E. W. (1978): Orientalismo
SEPÚLVEDA, I. (1997): Historia del nacionalismo
La nación es el lugar donde se nace, y es también la patria (tierra de nuestros padres). La nación, además de una idea hipostasiada, es también una realidad material, pues es la capa basal (real) donde se construye operativamente un Estado y se articula una Constitución.
Resumiendo: sin nación (capa basal o realidad material) no puede haber Estado ni Constitución.
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