Bauman (II). Cuando el amor funciona como un centro comercial

Tasia Aránguez

En una entrada anterior comencé un análisis sobre las reflexiones de Bauman en torno al amor en los tiempos actuales. Continúo en esta entrada ofreciendo una exposición acerca del modo en que el amor se construye según los patrones de consumo, según Bauman. Posteriormente realizo una crítica feminista a la teoría del amor de Bauman. La perspectiva feminista completa aspectos esenciales que, desde mi punto de vista, no están presentes en el análisis de Bauman.

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El amor-consumo

Bauman considera que el impulso que rige la sexualidad se asemeja al “ir de compras”. Los accionistas de los centros comerciales no quieren dejar que la decisión de compra sea determinada por motivos profundos e irrepetibles. Todos los motivos de las personas compradoras deben surgir de inmediato, mientras caminan por el centro comercial. Han de surgir de modo previsible, en función del lugar en el que están colocados, de su color y forma.

El interés por el producto debe morir de inmediato, con un suicidio asistido, una vez que se ha adquirido. “Rendirse a las propias ganas, en vez de seguir un deseo profundo, es algo momentáneo, que infunde la esperanza de que no habrá consecuencias duraderas que puedan impedir otros momentos semejantes de jubiloso éxtasis. En el caso de las parejas, y especialmente las parejas sexuales, satisfacer las ganas en vez de un deseo implica dejar la puerta abierta a “otras posibilidades románticas””.

En una relación inspirada por las ganas se sigue laviejitos pauta del consumo: miradas que se encuentran en una habitación atestada, se consume de inmediato, con la destreza del consumidor promedio, en un solo uso, sin prejuicios. Es una relación descartable. Aunque el producto cumpla con lo prometido, ningún producto es de uso extendido. “Después de todo, coches, ordenadores o teléfonos perfectamente útiles y que funcionan relativamente bien van a engrosar la pila de desechos con pocos o ningún escrúpulo en el momento en que sus versiones nuevas y mejoradas aparecen en el mercado y se convierten en la comidilla de todo el mundo”.

Las relaciones de compromiso, en este contexto, son el resultado del placer que revierten, de si tenemos alguna alternativa viable, y de si la posibilidad de abandonarla nos supondrá pérdida de inversiones importantes como tiempo libre, dinero, propiedades o hijos.

La relación es una inversión como las demás, le dedicamos tiempo, dinero y esfuerzos que podrían haberse destinado a otros propósitos, y esperamos obtener rentabilidad. Compramos acciones, se conservan durante todo el tiempo que prometen aumentar su valor, y las vendemos cuando las ganancias empiezan a disminuir o cuando otras acciones prometen un ingreso mayor (el asunto es no pasar por alto el momento adecuado).

Elegiremos al amor más cotizado en el mercado (por ejemplo, elegiremos a la persona más joven y bella, o a quien pueda ofrecer estabilidad financiera y una buena imagen pública) y no nos dejaremos enredar en inversiones sin rentabilidad (nada de elegir una pareja con incómodas cargas). Aunque nos decidamos por una persona, los juramentos de lealtad no tienen sentido. Es mejor esquivar las sugerencias de definición, ¿a quién se le ocurriría exigir un juramento de lealtad a las acciones que acaba de comprar el bolsa?

Los buenos tenedores de acciones son los que leen cada mañana las páginas del diario dedicadas a la bolsa para descubrir si es el momento de conservar o de vender. En el caso del amor, con el añadido de que nadie hará por nosotros el trabajo de análisis del mercado. No está de más un mensaje online de vez en cuando para asegurarnos de que las alternativas siguen ahí. Lo malo de esta situación es que usted decide si lo toma o lo deja, pero su pareja puede optar también por romper el acuerdo.

Estamos en un mundo en el que el éxito y el fracaso se miden en números: discos vendidos, número de televidentes, número de personas que te siguen en la red, numero de personas que asisten a un velatorio, número de veces que es citada una filósofa y, por supuesto, el número de encuentros sexuales, el número de conquistas.  El mismo afán irracional que tiene el homo consumens por adquirir el nuevo modelo de un artefacto tecnológico nos mueve a desechar la pareja a la que ya se ha usado. Es posible que en la televisión las relaciones duren solo un episodio, y si no se rompe, lo más posible es que ya no haya más episodios (lo interesante ya ha ocurrido).

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El sexo, cuando se da en conjunción con el amor, posee una poderosa capacidad de unión. Sin embargo, del sexo el homo consumens espera una felicidad de tipo “si no queda satisfecho, le devolvemos el dinero”: es la encarnación misma de la libertad según el ideal de la sociedad de consumo. Sin embargo tanta volatilidad causa desasosiego: “¿la insoportable levedad del sexo?

Tras la aparente banalidad del sexo contemporáneo se encuentran anhelos insatisfechos, nervios destrozados, amores desengañados, heridas, miedos, soledad, hipocresía, egoísmo y repetición compulsiva. Las consideraciones técnicas no se llevan bien con las emociones. Ni siquiera se llevan bien con el placer: preocuparse por el rendimiento no deja lugar para el éxtasis.

Hoy se pretende que el sexo quede limitado a un evento fisiológico del cuerpo (que pocas veces cumple nuestras expectativas). Sin embargo resulta que las íntimas conexiones del sexo con el amor, la seguridad, la permanencia, el linaje, la inmortalidad, no eran tan inútiles y restrictivas como se creía. Quizás el sexo “con ataduras” tenía una capacidad gratificadora que el sexo sin ellas no puede emular.

En la sociedad de consumo carecen de sentido los lazos, al igual que carecería de sentido comprometerse a perpetuidad con el último smartphone adquirido. Los consejos de autoayuda hoy recomiendan tener menos dependencia de los otros y más frialdad al calcular pérdidas y ganancias. Debemos preguntarnos con frecuencia, ¿me sirve de algo? Y exigir “más espacio”. No debemos dejarnos atrapar. Podemos utilizar cualquier excusa, cualquier mentira a fin de mantener nuestra libertad. Digamos, por ejemplo “necesito más tiempo”, «algún día». El homo consumens sabe que no hay nada peor que jugárselo todo a una sola carta.

Crítica feminista a la teoría del amor de Bauman

Considero que la teoría de Bauman ilumina el fenómeno del amor en la sociedad capitalista (tanto en el capitalismo productivo como en el capitalismo especulativo que ahora habitamos). Sin embargo, su análisis presenta las limitaciones propias de toda teoría sociológica que se centra exclusivamente en los cambios de los modelos productivos. Llama la atención en particular que una reflexión sobre algo tan vinculado al sistema patriarcal como el amor carezca de una lectura atenta a la subordinación sexual de las mujeres. El autor presume que cuando habla del “homo” describe a un individuo universal y sin sexo, pero en numerosas ocasiones da la sensación de que su descripción responde más al comportamiento romántico de los hombres en la sociedad de consumo.

No cabe duda de que huir del compromiso y tratarboneca-abandonada-velha-suja-83760450 de tener sexo con tantas personas como sea posible son comportamientos que benefician más a los hombres, dadas las asimetrías de nuestra sociedad. Como sostiene Amorós, las mujeres más que como iguales son vistas como idénticas. La sociedad tiende a concebir a las mujeres como bienes intercambiables.

Andrea Dworkin señalaba que la cultura de la violación significa que «en la oscuridad de una habitación todas las mujeres pueden ser reducidas a la mínima expresión de un cacho de culo«. Sabemos que en el mercado de la economía romántica la mujer se devalúa más deprisa que el hombre, de modo que una de las partes tiene una presión mayor que la otra para abandonar el hedonismo. Ellos siguen protagonizando películas hasta los sesenta años y ellas desaparecen de las mismas a los treinta y pocos. La juventud de la mujer, que forma parte de un ideal de belleza nada inocente en términos de poder, marca la pauta de lo que se valora en las mujeres. La sexualidad sigue describiéndose, como denunciaba MacKinnon al señalar: “los hombres follan a las mujeres, sujeto, verbo, objeto”.

Tener descendencia devalúa más a una mujer que a un hombre en el mercado del amor (las mujeres siguen cargando con las responsabilidades que el homo faber abandonó cuando se transformó en el homo consumens). Podríamos preguntarnos ¿quién cuida al homo consumens?, ¿quién le escucha, le cuida si enferma, atiende sus deseos sexuales y puede que incluso le cocine y le ponga la lavadora?: suelen ser las mujeres. Y si las prácticas sexuales de este homo consumens dan lugar al nacimiento de una criatura, la mujer de la sociedad de consumo será quien asuma las consecuencias (basta con acudir a cualquier consulta de pediatría o a una reunión escolar «de padres» para cerciorarse).

Si la mujer «modelo» del capitalismo productivista es el ama de casa o la que trabaja fuera manteniendo dentro la doble y la triple jornada, la mujer que emerge en el capitalismo consumista es la chica liberada por la revolución sexual. Las feministas de los setenta como MacKinnon y Millett ya sentenciaron que la liberación sexual fue una estafa para las mujeres. Frente al modelo de la sierva de un marido tirano, se eleva la mujer objeto que ofrece sexo y afecto con una sonrisa y sin exigencias de compromiso.

ama-de-casa-art-playaEl sexo de la sociedad de consumo se presume libremente ofrecido, incluso cuando hay dinero de por medio. Las mujeres se exhiben en Holanda en escaparates, las prácticas sexuales (algunas de ellas violentas y peligrosas) se ofrecen como si se tratase de un catálogo de compras. España es uno de los países del mundo con mayor consumo de prostitución y el noventa por ciento de las prostituidas son mujeres inmigrantes. Los hombres pueden visualizar la sumisión de las mujeres a sus más variados placeres con un simple click en el smartphone.

Los hombres de la sociedad de consumo con frecuencia construyen sus fantasías románticas en torno a atributos físicos estandarizados: “me gustan las pelirrojas”, “me gustan más las culonas que las tetonas”, etc. Las mujeres son fantaseadas frecuentemente como una multitud en la que los únicos atributos distintivos son el color del pelo, el color de piel o el fetiche al que satisface su estilo de vestir.

En la sociedad del homo faber se negaba la ciudadanía política a las mujeres afirmando que la tendencia natural de las mismas era la ternura y el calor del hogar. Hoy se nos reconoce la ciudadanía formalmente pero se nos dispensa un trato diferenciado y que no queda libre de connotaciones sexuales. Las mujeres que trabajan en la política institucional son juzgadas por su belleza y vestimenta, y vemos con estupor que las relaciones personales con los hombres continúan siendo en demasiadas ocasiones un peaje a pagar para destacar laboralmente.

Mientras que las niñas tienen como referentes tanto a hombres como a mujeres, los niños solo tienen referentes masculinos. Las mujeres continuamos siendo el segundo sexo, y es que las mujeres somos en gran medida reducidas a sexo. El amor sigue siendo para muchas mujeres un medio de subsistencia o de promoción. Sigue constituyendo una fuente central de la validación social de la mujer. El amor además, como señalaba Millett, es “el opio de las mujeres, como la religión de las masas”. Cuando los prejuicios invisibles, el techo de cristal o las exigencias de la maternidad bloquean el acceso a todas las satisfacciones laborales y hedonistas, muchas se refugian en el amor. Tal vez por eso las mujeres siguen siendo las valedoras de las virtudes del hogar.

Los programas televisivos de amores y desamores, de vestidos de novias o de casas familiares a inaugurar por matrimonios siguen encontrando una audiencia entusiasta en las mujeres. El homo consumens teme que la mujer le transforme en un aburrido y tradicional homo faber. El amor es para muchas mujeres la preocupación número uno, pues aparenta ser una vía hacia la plenitud y la satisfacción más factible que el éxito laboral o intelectual. La misión del amor pasa por la humillante tarea de motivar al abúlico homo consumens (atrapar al soltero de oro, domar al chico malo o sanar al herido). Sigue siendo predicable la cita de Kate Millett: “Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”.

Puntos de apoyo

 

 

Zygmunt Bauman, Amor líquido

Kate Millett, Política Sexual

Catherine MacKinnon, Teoría Feminista del Estado

Andrea Dworkin, Economía Sexual, la terrible verdad

Celia Amorós, Espacio de los iguales, espacio de las idénticas

2 comentarios en “Bauman (II). Cuando el amor funciona como un centro comercial

  1. Silvanus

    Buenas,

    Al escribir esto: “Cuando los prejuicios invisibles, el techo de cristal o las exigencias de la maternidad bloquean el acceso a todas las satisfacciones laborales y hedonistas, muchas se refugian en el amor”, estás asumiendo que la mujer, como ese hombre tipo que describes, aspira a las mismas satisfacciones. Y en última instancia, que solo ante el trauma de no conseguirlo, acude al “amor”. Luego en esencia parece que solo por su incapacidad o trauma de mujer no se satisface.

    Solo dos cosas: ¿por qué tan solo es la mujer quien está sometida y no también todo hombre que salga de los márgenes de ese tipo consumista-hedonista? Se pone al Hombre como esencia de poder, pero a un tipo-hombre concreto.

    Por último: en toda sociedad hay luchas de poder y mecanismos de ataque-defensa. Cuando se dice esto: “Las mujeres que trabajan en la política institucional son juzgadas por su belleza y vestimenta”, se está olvidando la realidad agresiva y hostil que conlleva todo aspirar al poder o al control. Es decir, que ante alguien que desea prosperar, que en última instancia no es sino sustituir a otro, es lógico que entren ataques, reacciones, etc. El adjetivar en virtud de la ropa o la sexualidad es una forma de debilitar. Pero es que quien quiera gobernar y tener el poder debe estar dispuesto a soportar la guerra, como tantos hombres la han soportado desde el inicio de los tiempos, quisiéranlo o no.

    Gracias por hacernos reflexionar!

    Un saludo

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  2. contra-paradigma

    Un análisis profundo que nos enfrente quizá a la evolución del propio patriarcado antiguo y moderno a un patriarcado contemporáneo, donde no ha cambiado el objeto deseado (como mercancía) tan solo los mecanismos de objetualización del deseo son otros.

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