Jesús M. Morote
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El diario alemán Die Welt publicó en noviembre de 2015 una reseña sobre la aparición del libro Aufklärung. Das deutsche 18. Jahrhundert. Ein Epochenbild» (Ilustración. El siglo XVIII alemán. Un cuadro de la época), de Steffen Martus, profesor de filología alemana en la Universidad Humboldt, de Berlín. Dicha reseña llevaba el impactante título de «Precisamente Kant no comprendió la Ilustración«, y en la entradilla se decía: «Hasta hoy se ha venido definiendo la época de la Ilustración a través de Kant. Ahora un nuevo estudio muestra que Kant podía soportar cualquier cosa menos la libertad de opinión y la diversidad propias de su tiempo«.
Si nos adentramos en el contenido del libro de Martus, tal como nos lo resume el autor de la reseña de Die Welt, vemos, no obstante, que lo que pretende resumir el titular es algo no tan sorprendente: como siempre ocurre, la imagen que tenemos de la Ilustración, del Siglo de las Luces, tiene bastante de mítico y encubre un tiempo en el que se mezclaban las luces con las sombras y no pocos ilustrados todavía estaban dominados por altas dosis de adhesión a oráculos y ciencias ocultas. En lo que respecta a Kant, Martus pone de manifiesto que su adhesión a la Ilustración tiene mucho de «publicista profesional», que no podía por menos que ir con el signo de los tiempos. Pero sin que dejara, en el fondo, de traslucir su aversión al librepensamiento, la tolerancia y la diversidad escéptica que eran la marca de la genuina Ilustración.
Por mucho que sea el interés histórico acerca de la Ilustración alemana, lo que aquí particularmente más nos interesa de la perspectiva que abre Martus es profundizar en el curioso papel que se ha adjudicado a Kant, como paradigma de la Filosofía Ilustrada y de la razón, en la tradición alemana, utilizándolo como excusa para construir un enorme muñeco de paja al que atizar a gusto. Pero ¿qué había realmente de ilustrado en ese Kant-muñeco-de-paja? Porque a lo mejor resulta que el blanco de las construcciones de Horkheimer y Adorno, la Dialéctica de la Ilustración y su epígono de la razón instrumental, el gran origen de todos los males de la modernidad, que culminan en la tríada Auschwitz-Hiroshima-el Gulag, no eran la auténtica Ilustración, sino un falso remedo de la misma: eran solo la razón kantiana que, al fin y a la postre, expresaría un pensamiento mentidamente ilustrado.
Porque en la raíz filosófica que sustenta Auschwitz-Hiroshima-el Gulag está el sujeto trascendental, no la genuina Ilustración, uno de cuyos blancos preferidos fue, precisamente, ese sujeto trascendental. Esa debacle de la humanidad no es sino la constatación histórica de que perseguir el Paraíso acaba siendo la mejor forma de crear un Infierno.

Denis Diderot
En la tradición filosófica alemana la Ilustración quedó definida por la respuesta de Kant a la pregunta «Was ist Aufklärung?» (¿Qué es Ilustración?). Pero eso no convierte a Kant en el modelo de ilustrado, y menos aún para los que no somos alemanes. En tradiciones filosóficas diferentes, como la anglosajona, Kant no representa un referente solvente del pensamiento ilustrado. Así, MacIntyre, en su cruzada contra el relativismo moral de la «modernidad» (e incluso de la postmodernidad) no toma como referente a Kant, sino a un auténtico ilustrado como Diderot, y su obra «Le neveu de Rameau» (El sobrino de Rameau), donde se evidencia un relativismo moral extremo. Ahí encuentra MacIntyre el origen del relativismo moral de Hume, extensible al moralismo anglosajón desde entonces, que cuaja en lo que se ha denominado «emotivismo»: no hay otro fundamento para la moral, para la regla a seguir en nuestra conducta, que la «emoción» moral, lo que a cada uno le «mueve» a hacer esto y no lo otro; en realidad, la base de la moralidad sería la gratificación moral del sujeto que actúa.
La moralidad kantiana se halla en los antípodas de este emotivismo: nada hay más contrario al imperativo categórico que actuar según nos dicta nuestra emoción. Un acto de altruismo guiado porque nuestra íntima satisfacción nos lo impone, para Kant es inmoral. El imperativo categórico kantiano ordena actuar de forma que la máxima que guía nuestra acción pueda resultar acorde con una norma universal de conducta. Eso no tiene nada que ver con lo que a uno le pueda producir satisfacción moral. Para Kant, es más moral dar una limosna a un pobre si al donante eso no le produce ninguna satisfacción, y lo hace por mero deber moral, que si el donante se siente gratificado por haber conseguido hacer feliz al pobre. Para Kant, el mérito moral es hacer el bien, aunque (e incluso aún mejor) al que así actúa eso no le produzca ninguna gratificación emotiva.
Esa inhumanidad de Kant, que valora sobre todo al descarnado «sujeto trascendental», desechando la emotividad moral, es la que, finalmente, desemboca en las Filosofías de la Historia, del tipo de las de Hegel o Marx, esas moralidades de la última palabra, llamadas a traer el Paraíso al mundo, aunque los habitantes de ese mundo que se pretende paradisíaco no obtengan ya felicidad alguna personal, por la deshumanización antiemotivista propia de tales escatologías.
La obra de Martus, pues, no hace sino dar datos de apoyo histórico a lo que, filosóficamente, la postmodernidad había descubierto hace ya tiempo: que Kant era un falso ilustrado enemigo de la diversidad y el relativismo morales.
Denis Diderot: Le neveu de Rameau (El sobrino de Rameau)
Inmanuel Kant: Grundlegung zur Metaphysik der Sitten (Fundamentación para la Metafísica de las costumbres)
Alasdair MacIntyre: After virtue (Tras la virtud)
Entiendo tu planteamiento de fondo, pero no me negarás que al menos en lo que respecta a la reseña sólo el título ya es harto sospechoso: Sirve, sin duda, a nivel publicitario para captar la atención, pero rezuma amarillismo. Sin entrar en más matices, es difícil negar que también fue consustancial a la Ilustración la confianza en mediante la razón se podría luchar frente a la superstición y el engaño para hacer del mundo un lugar mejor, aun admitiendo sus propios límites (que si se hubieran tenido más presentes, quizá no hubieran devenido en aquellos excesos del siglo XX). Y también es difícil negar que Kant fue razonablemente ejemplar en todo ello.
Si Kant no fue capaz de encarnar completamente el significado de la Ilustración, fue porque nadie podría haberlo hecho, y sería asimismo parcial hacer de Hume o de Diderot sus nuevos estandartes, pues faltaría en ellos la expresión de la Ilustración que también encarnaban Kant y muchos otros. Nadie podría haberlo hecho, en mi opinión, ya que como toda época venía cargada de sus propias tensiones y contradicciones. Pero un juego simplificador no se subsana con otro.
Efectivamente, por eso, quizá sea excesivo tenerlo por único representante de la época. Pero, desde luego, resulta exagerado y burdo un titular que parece querer dejarlo fuera de la Ilustración y que pretende traernos, para enmendar la falta de comprensión de Kant, su auténtico significado. Volviendo al pensamiento contemporáneo, no puede negarse la ascendencia que tiene Kant también entre nuestros cuadros docentes, como en el caso de Rivera de Rosales, hasta hace poco Decano de la Facultad. Y si nos salimos de la UNED, desde un mayor desconocimiento percibo, sin embargo, que las influencias son aún mucho mayores y variopintas.
Como el cambio del período ilustrado fue progresivo, la sospecha de Marx, Freud y Nietzsche, dicho de forma simplificada, se puede encontrar en buena medida sobre el cristianismo racionalista y burgués que Kant bien encarnó pero que sobre todo enfatizó Hegel, y que no puede identificarse plenamente con la Ilustración, como entiendo que quieres apuntar. Ciertamente, esa fuerte corriente convivió en el período ilustrado con renovadas corrientes escépticas y relativistas que, a la luz del mismo racionalismo crítico, ofrecieron un nuevo jalón en la historia de esa tradición.
Pero, como he apuntado, considerar ahora que la Ilustración perteneció sólo a estos sería excesivo. La Ilustración abarcó a todos, y es inevitable y necesario que dejemos a los historiadores determinar el peso que tuvo cada corriente para legitimar su identificación por generalización con la de la época. Kant no fue el único ilustrado, pero no bastará con recordar a Hume o a Diderot. Sabiendo que la mayoría de los ilustrados sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor, habría que preguntarse en todo caso en qué medida los Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Jefferson, Franklin, Jovellanos, Feijoo,… se hallaban más o menos cerca de Kant como para considerarle a él suficientemente buen representante.
Sin duda un D’Alambert o un D’Holbach estarán más alejados, pero incluso en el hipotético caso de que se consiguiese apartar a Kant de las primeras filas para caracterizar a la Ilustración, la empresa de poner en cuestión su caracterización como un período confiado en el progreso factible por la razón humana para la emancipación del hombre, y su contraste a este respecto en el pensamiento de la escuela de Frankfurt, tendrá que ser, contracorriente, mucho más justificado si quiere merecer algo de atención.
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Es importante destacar dos cosas sobre mi post. La primera, que si la imagen heredada de la Ilustración es una imagen simplificada, difícilmente una nueva imagen de la Ilustración podría pretender no ser, igualmente, simplificada y parcial, y, por tanto, incidirá en ciertos puntos dejando otros al margen. La segunda, que, como explícitamente dejé apuntado, no se trata aquí de hacer una labor de historiador.
Mi pretensión es someter a revisión crítica el concepto de Ilustración y dilucidar si, a esa luz crítica, Kant encaja o no en ese concepto; y no con intención historicista, sino puramente filosófica, en cuanto Kant, la Ilustración y la llamada «dialéctica» de la Ilustración puedan tener un papel importante en las perspectivas del pensamiento contemporáneo.
La cuestión es que en la Filosofía Moral y Política actual se concede una gran importancia a los denominados «filósofos de la sospecha», Marx, Nietzsche y Freud. Así, refiriéndonos a los cuadros docentes de la UNED, Marx tiene sus seguidores (Santesmases, Quesada), Freud los suyos (Carlos Gómez) y Nietzsche los suyos (Oñate, Sáncez Meca). Se supone que esos desarrollos filosóficos se basan en que los tres mentados filósofos de la sospecha pusieron en cuestión (o sospecharon de) el pensamiento filosófico previo. Entonces, cobra importancia la pregunta: ¿pero de qué o de quién sospechaban Marx, Freud y Nietzsche? ¿Eran los sospechosos la escolástica, Santo Tomás de Aquino y Suárez? ¿Nos hemos saltado la Ilustración? Porque no me dirás, Javier, que de quien sospechaban los citados era de Diderot o de Hume; más que nada porque estos son los más grandes «sospechadores» del mundo. Realmente, Javier, me gustaría que me contestases a esa pregunta: ¿de qué o quién sospecharon Marx, Freud y Nietzsche?
¿Acaso se saltaron la Ilustración? Si queremos mantener el hilo de la Historia de la Filosofía, sin absurdos saltos en el vacío, no podemos invisibilizar la Ilustración. Pero, como eso no es posible, me parece bastante notable que se pase de largo por Diderot o Hume, y se identifique, como sello de la Ilustración, a Kant y su sujeto trascendental con el imperativo categórico a cuestas. Esa identificación de Kant con la Ilustración sería, pues, una mistificación ad hoc. No es Kant, naturalmente, el muñeco de paja a que me refería, sino la identificación de Kant como el genuino pensamiento de la Ilustración.
El libro de Martus, cuya reseña da motivo a mi post, me pareció que era una buena ocasión para revisar esa falsa identificación Kant=Ilustración, y «desenmascarar» así a esos seguidores de los filósofos de la sospecha que parecen haberse saltado, mediante ese cómodo expediente, el pensamiento de la Ilustración y lo que dicho pensamiento puede decirnos hoy en día, que yo creo que es muchísimo, aunque a aquellos seguidores les pueda resultar incómodo.
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Sí, efectivamente, creo que en todo sistema de pensamiento existen de forma latente o patente diferentes vías de tránsito o de posibilidades a recorrer. Un sistema de pensamiento no es una ley que inexorable e indefectiblemente nos lleve a un punto terminal. En el cristianismo, por ejemplo, ya estaban incoadas las posibilidades de llegar a ser Torquemada como de llegar a ser san Francisco de Asís. El llegar a un término u otro no sólo depende del sistema de pensamiento del cual se parta sino de las diferentes vías transitadas con posterioridad.
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Como bien sabes, por tu querido Lyotard, el discurso no deja de encadenarse, y por tanto a esa imagen de la Ilustración que dices que tenemos y que en realidad tiene bastante de mítica, se encadenaría esta propuesta que nos traes aquí, y que no puede suponer un regreso a la “marca genuina de la Ilustración”. Simplemente volverá a construir un nuevo relato, que se pretende tan genuino como el hegemónico, pero que cuenta con sus dosis míticas correspondientes al ofrecernos una nueva imagen, sugerente sin duda, pero no necesariamente cierta.
En esa nueva imagen, la impresión que me queda con tu artículo es que Kant sería ahora no sólo el enemigo de Adorno y Horkheimer (pues no veo, según tu exposición, en qué sentido habría sido muñeco de paja, ya que pareces corroborar la frialdad a priori de su sujeto trascendental en el sustento de los totalitarismos), sino también enemigo de los genuinos ilustrados cuyo librepensamiento, tolerancia y relativismo se habrían visto traicionados en los totalitarismos que devinieron del apriorismo kantiano. No te puedo negar que me ha sorprendido en una primera impresión esta idea, cuando no hace mucho te escandalizabas de aquel heideggeriano que, exculpando a su filósofo de cabecera, había afirmado que “Auschwitz es Platón a rienda suelta”. ¿No estarías reemplazando así a Platón por Kant?
Pero más allá de la figura de Kant, parece que con este relato también se consigue librar de culpa a esa genuina Ilustración, una vez arrinconado su habitual paladín, que estaría capitaneada por unas figuras muy determinadas, aquellas que promovían el librepensamiento, la tolerancia y el relativismo. Pero un discurso de tipo conservador, similar al de MacIntyre, bien podría argumentar en contra de esa idea que esa tolerancia y ese relativismo son en realidad el comienzo del desmoronamiento secular del orden ético preilustrado, que acabó en la triada maldita Auschwitz-Hiroshima-el Gulag. La debilidad y condescendencia de las políticas de apaciguamiento o del colaboracionismo habrían bebido de la misma fuente, para acabar asimilando como relativas o tolerables ciertas barbaridades que después acabaron en los desastres sangrientos que todos conocemos. La excesiva libertad de pensamiento habría sido culpable de su propia extinción totalitaria.
El período de la Ilustración, como cualquier otro, es tan complejo, que resulta imposible presentar un esquema en blanco y negro y siempre caben mil matices y lecturas, todas conteniendo sus luces y sus sombras, como dices. Parece que la Ilustración supuso una cierta ruptura con esquemas heredados de pensamiento y comportamiento, que fue gradualmente transformando las sociedades occidentales, para lo bueno y para lo malo. No puede decirse que la Ilustración tuviera culpa de nada porque no es un sujeto, pero antecedió en todo al siglo XX, para lo bueno y para lo malo, por el simple motivo de que lo precedió. Y por ese motivo siempre se pueden encontrar maneras de conectarla, de nuevo, tanto con los logros históricos del siglo XX en materia de igualdad, de oportunidades, de ciencia y derechos, como con los desastres históricos de la centuria. Puede que tengamos que acabar reconociendo que el papel de Kant fue sustancialmente diferente del que hemos creído hasta ahora, pero creo que debemos cuidarnos de la tentación de utilizarlo como cabeza de turco para exculpar a unos nuevos ídolos ilustrados que convengan a nuestros prejuicios.
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Dices, Jesús: “Lo importante del emotivismo es que sostiene que la Ética no puede fundamentarse a priori, sino solo a posteriori en virtud de estados mentales contingentes del agente (sensaciones, gustos, adhesiones culturales o religiosas, etc.) Y en eso se diferenciaría, por ejemplo de la Lógica: si un argumento está bien construido, la verdad de las premisas se trasladará indefectiblemente a la conclusión, independientemente del estado mental o las motivaciones de la persona que formula tal argumentación lógica válida.”
Efectivamente, el emotivismo considera que la ética es meramente subjetiva, es decir, irracional. Y por tanto, y por irracional, no se puede dar razón de la misma. El emotivismo nos dirá cuáles son los medios necesarios para alcanzar nuestros fines pero no podrá decirnos si algo es o no un fin en sí mismo. Igualmente nos dice que esos valores son captados por unos sentidos ( sentimientos éticos o estéticos) distintos de los sentidos descritos por la ciencia y que uno no sabe muy bien ni dónde están ni cómo funcionan. Pero bueno, esa es otra cuestión.
Y sí, podría estar de acuerdo contigo tal cual lo acabas de exponer ahora. Es decir, que los totatitarismos, y por serlo, poseen una raíz común – el apriorismo- aunque ese apriorismo pueda plasmarse de formas diferentes. Ya sea mediante la trascendentalidad de un sujeto o el de una realidad histórica.
Aunque creo que Hegel estuvo bastante influenciado, más de lo que él mismo quería aceptar, por el nacionalismo romántico. Porque qué es si no ese “zeitgeist” (espíritu de la época) del que nos hablaba Hegel. Y cómo no, ese espíritu de la época estaba mejor encarnado en Alemania, según el alemán Hegel, que en cualquiera de los demás pueblos. Creo que Marx ya aborreció de ese tipo de idealismos y consideraba que al hombre quien verdaderamente lo hacía eran las estructuras económicas que a su vez quedaban plasmadas en las superestructuras ( moral, ciencia, cultura, etc). Eso sí, siguió siendo más Hegeliano de lo quiso reconocer al aceptar un finalismo en la historia. Bueno, Hegeliano y cripto-cristiano. Aunque considero que lo uno es sinónimo de lo otro.
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Lo que sucede, Elías, es que no estamos haciendo el mismo uso de la palabra «emotividad». Yo entiendo el emotivismo en un sentido etimológico, y por eso escribí, al definir esa forma de fundamentación de la moral: «no hay otro fundamento para la moral, para la regla a seguir en nuestra conducta, que la “emoción” moral, lo que a cada uno le “mueve” a hacer esto y no lo otro».
Lo que «mueve» el ánimo, la mente, del actor es algo interno, a lo que no tenemos acceso (aunque pueda venir provocado por un acontecimiento o unas circunstancias externas al sujeto agente). En la tradición empirista británica, por eso, desde Locke, y así ocurre también en Hume, se opta por hablar de «ideas» como lo que hay en la mente humana, sin entrar en el vidrioso asunto de la naturaleza o tipología de tales sucesos mentales meramente internos. Por lo tanto, en ese concepto amplio de «idea» entraría tanto una emoción en sentido estricto (Alteración del ánimo intensa y pasajera, según la RAE) como un cálculo estudiado.
Lo importante del emotivismo es que sostiene que la Ética no puede fundamentarse a priori, sino solo a posteriori en virtud de estados mentales contingentes del agente (sensaciones, gustos, adhesiones culturales o religiosas, etc.) Y en eso se diferenciaría, por ejemplo de la Lógica: si un argumento está bien construido, la verdad de las premisas se trasladará indefectiblemente a la conclusión, independientemente del estado mental o las motivaciones de la persona que formula tal argumentación lógica válida.
Así las cosas, la conclusión de Safranski no es congruente con lo que he tratado de exponer en el post, porque se refiere a otro nivel de categorización de las ideas políticas y morales. Lo que desencadena la catástrofe de Auschwitz-Hiroshima-el Gulag es el totalitarismo. Y el fundamento filosófico del totalitarismo es el apriorismo (y utilizo aquí esta palabra en el sentido de «previo», no en el sentido kantiano de universal y necesario) moral y político, es decir, el sujeto trascendental, previo a la experiencia. Hay o puede haber totalitarismo estético, totalitarismo sensibloide y totalitarismo que no lo sea. Pero seguirá siendo totalitarismo, como opuesto al relativismo moral que, precisamente por ser un relativismo, no puede predicar un absolutismo en los principios morales.
Y hay también dos clases de totalitarismo. Por un lado el totalitarismo universalista (como el de Hegel o el de Marx) y, por otro, el totalitarismo nacionalista, a través del cual la totalización conlleva, simultáneamente, una exclusión del otro, del no-nacional, del foráneo, al que se estigmatiza y, en el límite, se pretende exterminar. El universalismo toma como sujeto político al «ciudadano» (que es el reflejo del sujeto trascendental), mientras que el nacionalismo toma como sujeto político al nacional (alemán, español, catalán, o aquel del que se trate en cada caso). Ambos parten de una totalización previa: el a priori del sujeto trascendental en el primer caso y la «realidad histórico-trascendental» de la nación correspondiente, en el segundo. Y eso determina los principios morales y políticos a cuya totalización se aspira, en perjuicio de otros posibles principios que pueda sostener cada cual, producto de su emotividad interna.
Que el totalitarismo universalista pueda ser enemigo del totalitarismo nacionalista no hace que dejen de ser totalitarismos ambos. Y, por tanto, y en puridad, están en contra de la Ilustración, entendida como pensamiento de la diversidad y el relativismo, e, incluso, llevado al límite, del escepticismo.
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Y qué pasaría, si como sugiere Rüdiger Safranski en su libro: “Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán” ( libro que recomiendo encarecidamente), el nacionalsocialismo estuviera vinculado con el romanticismo mediante la “emotividad, el exceso de metáforas o la glorificación de la subjetividad”. Safranski considera que lo que une al nacionalsocialismo y a los románticos es el abandono de la política, entendida ésta como un análisis frio y calculador, por la emotividad.
Personalmente no estoy seguro de que sea el sujeto trascendental poseedor de una razón universal la causa de esa triada Auschwitz-Hiroshima-el Gulag sino la creencia romántica en una voluntad estética (creadora), subyacente y previa a toda razón, encarnada en cada pueblo y que debía de ser plasmada históricamente.
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