El problemático retorno de lo sublime

Javier Jurado

Hace poco leía la propuesta que J. Gomá nos lanzaba para una recuperación de lo sublime, exhortándonos a sentir. En ella, diagnosticaba nuestra actual renuencia ante el discurso sobre lo sublime diciendo:

“Vivimos una hora en la que la simple mención de lo sublime suscita en la mayoría un mohín de escepticismo, cuando no una palabra de sarcasmo. El cinismo ambiente ha desterrado del mundo contemporáneo la mera conjetura de lo grandioso, pues así precisamente se define lo sublime: como lo grande, eminente, excelso, de elevación extraordinaria. La presente etapa de la cultura, desertora del ideal, habría quedado inhabilitada para tan subido sentimiento porque el igualitarismo democrático impone una nivelación general que lo excluye”

Sin embargo, creo que es demasiado simplificador achacar esta renuencia a ese “igualitarismo democrático” aun cuando ciertamente se manifieste en ocasiones en formas oclocráticas. De lo sublime hay diversas acepciones. Pero podríamos detectar al menos dos grandes corrientes que harían problemático este retorno de lo sublime en nuestros días: El ocaso de los ídolos, como rasgo postmoderno por excelencia; y la naturalización de lo sublime, debida al avance de las ciencias.

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El ocaso de los ídolos

A las aristocráticas nostalgias de algunos, tan diversas como coincidentes en casos como los de Nietzsche u Ortega, es preciso recordar también cómo esa “elevación extraordinaria” a la que nos llama de forma entusiasta lo sublime se ha organizado tantísimas veces a lo largo de la historia para el horror. Sus proyectos más grandiosos quisieron revestirse de ese carácter y ganar su legitimidad excitando esta natural querencia nuestra por lo sublime, con consecuencias catastróficas. Sin duda la historia entera, pero especialmente la del último par de siglos, pueden iluminar mucho más esta situación que Gomá diagnostica en este artículo, a mi parecer, de forma insuficiente.

Podríamos retraernos al elevado Reino perseguido por los Cruzados o al excelso Corán de la cimitarra para advertir cómo lo sublime ha operado en nuestro entusiasmo a lo largo de la historia conformando totalitarismos religiosos. Ese “fanatismo religioso extático” que critica Shaftesbury tras el escarmiento ilustrado de las guerras religiosas y que cita Gomá mantiene un hilo conductor con las formas de terrorismo internacional de nuestros días. Pero es genuinamente esa modernidad del hombre poscopernicano, herido en su narcisismo, la que hace de lo sublime una locomotora de múltiples vías hacia el desastre. Aquella “subjetividad moderna de anhelos infinitos” materializó sus aspiraciones a lo sublime en proyectos por los que dar y quitar la vida. Así eran sublimes los proyectos reformistas y contrarreformistas para el Nuevo Mundo, labrados tantísimas veces a sangre y fuego. También eran sublimes las exaltaciones románticas de las naciones, patrias tan elevadas y venerables como sanguinarias, que regaronsoldados-alemanes-discurso-adolf-hitler-cincodays-com especialmente Europa hasta proyectarse en los conflictos mundiales. También era sublime la utopía comunista hacia una sociedad sin clases que supeditó y sometió al individuo hasta ningunearlo. Sublime era el proyecto emancipador ilustrado que acabó deviniendo en esa razón instrumental, como nos recuerdan Horkheimer y Adorno, y que crujió al propio hombre en Auschwitz.

No es mi pretensión rechazar toda aportación a la modernidad, desde luego. Ciertamente su mandato original sigue pendiente y su balance es en mi opinión claramente positivo. Hubo de hecho mucho de distorsión, de traición al proyecto de emancipación ilustrado original, disolviendo al individuo y su singularidad en la masa, en estos proyectos que pretendían retener el monopolio de lo sublime, traicionando su irrenunciable carácter diferencial y su concepción clásica, como advierte Gomá.

Pero no creo que pueda estimarse de meramente “accidental” o “adventicia” la resaca postmoderna. El totalitarismo religioso y político de lo sublime en la historia, especialmente a partir de la modernidad, acabó pasando una factura al siglo XX que todavía pagamos. Los tiempos y las inercias sociales van mucho más allá de un par de generaciones, y no es posible adscribir sólo al período democrático de nuestras últimas décadas la circunstancia histórica que nos rodea. Ese “deslizamiento moderno de lo sublime hacia lo siniestro” no fue tan casual, accidental ni adventicio. Fue desplegándose con los siglos y particularmente acelerándose cuando el avance moderno de las libertades y las ciencias fue desalojando como secularización al absoluto trascendente que nos atemperaba: creímos que lo sublime, que nos había inspirado hasta entonces como lo totalmente otro, podía de pronto hacerse factible por nuestras propias manos. De ahí las posturas de algunos como Kołakowski.

Hoy, las sociedades emergentes de aquel naufragio sobreviven en gran medida acusando un sano escepticismo, un justificado cinismo ante nuevas promesas sobre lo sublime. Otra cosa es que, ciertamente, Gomá no ande desencaminado al señalar los perjuicios del relativismo de nuestros días: si nada es mejor, tampoco hay criterio para identificar lo peor. Pero no parece justo limitarse a responsabilizar al igualitarismo democrático como su único ni principal culpable. La sublimidad distorsionada, a la que Gomá se telebasura1refiere como colosalismo cuantitativo y no cualitativo, es natural producto de un insaciable sistema de producción y de consumo. La oferta se adecúa a una demanda cada vez más domesticada en el consumo de masas, y eso devalúa la calidad. La competencia intrínseca al propio sistema capitalista restringe las formas de sublimidad a aquellas que puedan ser debidamente rentables, aun a cuenta de perder esa excelencia clásica.

Pero tras el ocaso moderno ¿de qué sublimidad hablamos entonces? ¿quién puede determinarla? ¿ha de ser acaso una élite previamente dada, distanciada de la voluptuosidad de las masas? ¿basta con apelar a una extensión de la ejemplaridad a dichas masas? ¿cómo superar el desafío relativista? Las propuestas de diálogo intersubjetivo y libre, con espíritu crítico y debidamente formado, genuinamente democrático, son las únicas que ofrecen algo de esperanza. En ese contexto entiendo y comparto la intención en la propuesta de Gomá, aunque sus palabras parezcan señalar sólo los defectos de ese espacio.

Cabe, en cualquier caso, seguir preguntándose, ¿es casual apelar a continuación a la vertiente estética de lo sublime? El fracaso ético-político de lo sublime y sus formas totalitarias ha ocasionado que las grandes ideologías y los metarrelatos en palabras de Lyotard cayeran, como ocaso de los ídolos, por su propio peso. Por eso, a falta de proyectos ético-políticos verosímiles e ilusionantes, en el seno de estas resignadas democracias como solución menos mala, la posmodernidad, incapaz de aportar más certidumbre que la de las ciencias, se refugia precisamente en el ámbito estético para enhebrar sus múltiples discursos. La bienintencionada aspiración de Gomá parece también constreñida por esta misma circunstancia, y le empuja a rescatar la noción de lo sublime apelando a su clásica concepción estética a través de una exhortación al sentimiento: porque las seguras razones ya nos condujeron al horror, y porque el triunfante capitalismo global ha cultivado un sentimentalismo como forma de consumo que quizá cabría aprovechar para este loable empeño.

La naturalización de lo sublime

Sin embargo, este retorno a lo sublime por su originarialo_sublime acepción estética ofrece también, en mi opinión, serias debilidades. La histórica asociación de lo sublime con el misterio es evidente: aquella infinidad de Burke como “especie de horror delicioso” que cita Gomá, bien recuerda a la caracterización del Mysterium como tremens et fascinans, al decir de algunos teólogos como R. Otto. Pero a tenor del proceso secularizador iniciado hace siglos que desembocó en la conocida proclamación de la muerte de Dios ya a finales del XIX por parte de Nietzsche, y que ya se había anticipado en Hegel, es difícil creer que lo sublime pueda haber quedado indemne.

Este proceso secularizador ha venido apuntalado por uno de los bastiones de la modernidad, a saber, las ciencias. Éstas han ido proponiendo progresivamente explicaciones cada vez más persuasivas sobre nuestras más íntimas experiencias e intuiciones. Por lo que sería poco verosímil creer que lo sublime es una excepción. La experiencia estética en su conjunto, como tantas otras facultades humanas, podría resultar razonablemente enmarcada en explicaciones de tipo evolutivo y adaptativo para nuestra especie. Lo sublime, con ello, se mundanizaría, perdiendo en gran medida esa capacidad evocadora y sugestiva, dando cuenta de por qué flaquea esa “emoción divina que parece que se nos niega”. Ya planteaba K. Lorenz desde el mismo Könisgberg, que los a priori de Kant podrían no ser más que a posteriori biológicos.

df8601cf922adb941b95f2bb471e2f69La genealogía biológica de esta experiencia estética puede plantearse en términos un tanto simplificados pero esclarecedores: un grupo de homínidos, a cierta altura de su evolución, habría logrado mediante la cultura liberarse en alguna medida del inmediato sometimiento al imperativo natural. De esta forma, los ojos que antes sólo habían observado los fenómenos amenazantes de la naturaleza como pavorosos, habrían cambiado su mirada, y habrían transformado aquellas montañas “terribles” en “sublimes”, como propone el profesor S. Marchán Fiz. A la majestuosidad de las montañas se sumaría la inmensidad de los océanos, el vértigo de las simas, el estremecimiento en las noches estrelladas, el deslumbrante colorido de los bosques, la ambivalente relación con todo lo desconocido,…

Como resulta con otros rudimentos dentro de la teoría sintética de la evolución, “de pronto” – en términos evolutivos – los agrados y rechazos inscritos en nuestros genes se habrían visto inutilizados para su propósito original, que era el de espantarnos y distanciarnos de los peligros terribles, a la par que acercarnos a aquellos que, a pesar de todo, pudieran contener un elemento esencial para nuestra supervivencia (como el acceso a nuevos recursos) haciéndonos apetecible el riesgo. Si a ese equilibrio entre lo tremendo y lo fascinante, entre el horror y la delicia, le sumamos que los homínidos comenzaron a ser capaces de pensar lo que no es (recordando el pasado y por tanto reteniendo la cultura como bagaje adaptativo; proyectando lo posible en la técnica o la política; o imaginando y construyendo lo que aún no existe para la esfera del arte), la noción de “in-finito” hizo el resto: como viera Feuerbach, la finitud que nos rodea habría sido transmutada en una proyección inversa sobre aquello que más grande, más majestuoso, más elevado se nos presenta. De estos rudimentos primigenios habría brotado con los milenios el material para configurar nuestra concepción de lo sublime.

No me detendré en detallar los poderosos argumentos a favor de esta naturalización de la estética y del arte. Sólo diré que fundamentalmente se hallan ligados por un lado a nuestra natural predisposición y significación Ellen Dissanayaketranscultural estéticas, probadas en múltiples ámbitos como la música, la geometría, los colores, la belleza corporal, paisajística,… Y por otro, en las enormes funciones adaptativas que encontramos en el arte, por heterogéneo que sea, como asimilación cultural de una exaptación biológica (cohesión y coordinación social, comunicación, simbolismo, estímulo para las ars técnicas, vía de exploración para la construcción de propuestas de sentido,…). Autores como Dissanayake han dado buena cuenta de ello, formando el que hoy por hoy me parece el camino más verosímil.

Dicho esto, retomo, para concluir, la exhortación que Gomá nos lanzaba “a dejarnos conmover, con entusiasmo crítico y bienhumorado, por todo lo grande, noble y hermoso de este mundo”. Comparto plenamente su intención, pero creo necesario reconocer el camino que hasta aquí nos ha traído para ser conscientes de que no pueden reutilizarse vías trilladas ni pueden ignorarse obstáculos tan difícilmente salvables. El sapere aude que ciertamente Gomá retiene como parejo a su reto debe seguir previniéndonos no sólo de las limitaciones de nuestras capacidades como muestra la historia, sino también de las trampas que nos acechan hoy.

La apelación a lo sublime y la exhortación a sentir parecen demasiado deudoras de la estetización propia de nuestros días. Ésta pasa por la constatación de que lo estético excede lo artístico: al abigarramiento artístico contemporáneo y el problema del arte indiscernible, se suma la omnipresencia de lo estético en los objetos, imágenes, acciones y acontecimientos más dispares, en todo tipo de dominios, incluidos los cognoscitivos, éticos, sociales y políticos.

No puede en este sentido ignorarse que este bienintencionado reclamo para la “tarea de restauración y civilización del concepto” de lo sublime que propone Gomá no puede evitar hallarse inmerso en el contexto de esta estetización. Y que a su vez, ésta no parece casualmente generada: La cultura como ciencia y técnica, como dominio, desarrollada durante milenios, una vez transformado lo terrible en sublime, habría pasado por un período utilitario y mercantilista que habría subordinado las cualidades estéticas. Hoy, sin embargo, habría alcanzado una etapa en la que el complejo sistema de explotación de la naturaleza hubiera redescubierto el potencial de nuestra natural disposición estética. Y así lo estaría aprovechando, extendiendo cuanto puede en las interconectadas sociedades de masas todos los reclamos a su alcance que puedan estimular nuestro consumo y adhesión más inconsciente.

Ha querido verse en la experiencia estética un modo peculiar de apropiación de la naturaleza, de percepción de la misma, desvinculado no sólo del pensamiento mítico-religioso sino también del interés puramenteoceano-atlantico técnico y utilitario. La experiencia estética de la naturaleza pretendía así reivindicar esa mirada alternativa basada en el desinterés estético de la autoconciencia. Así lo exigía Kant, exhortándonos a encontrar lo sublime del Océano con los ojos de poeta y no a través de aquellos términos teleológicos que sólo son capaces de concebirlo como reino acuático, depósito de agua, nexo de comunicación entre continentes, etc.

Sin embargo, una sana y crítica razón, que prefiere ser calificada de escéptica antes que de ingenua, debe preguntarse si en el actual estadio del desarrollo cultural y tecnocientífico el aparentemente amigable retorno a lo estético no podría ser sino una instrumentalización que subrepticia, y a veces mucho más explícitamente, emplea esta disposición nuestra para la maximización permanente del beneficio propio del sistema. Los ejemplos en este sentido podrían acumularse en entornos como el de la descomunal industria publicitaria y sus desarrollados mecanismos de aprovechamiento de nuestras preferencias psicológicas, especialmente subliminales, y, en este caso, estéticas, al servicio de la creación de necesidades y su efervescencia consumista.

La exhortación de Gomá es bienvenida. Pero seamos conscientes de dónde venimos, dónde estamos y por qué vías no conviene ya transitar demasiado. Empleemos todos los recursos a nuestro alcance, tanto los del sentimiento como los de la razón, pero que la prudencia y la mesura nos mantengan con los pies en la tierra. Es mejor tener ideal de cumbre que no de cuneta. Pero que nadie se imagine de nuevo levantando los pies del suelo. Es algo pueril y la torta está bastante garantizada. Se hace camino al andar, que decía Machado.

Puntos de apoyo

R. Koselleck, “Futuro pasado”

E. Dissanayake, “Homo Aestheticus: Where Art Comes From and Why”

S. Marchán Fiz, “Introducción a la estética y la teoría del arte

I. Kant, “Crítica del juicio

8 comentarios en “El problemático retorno de lo sublime

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  5. iván lópez

    Hola Javier:
    Muchas gracias por tu atención y por tu respuesta:
    Me quedo con el asunto central: es más lo que os une de lo que parece: coincidís en que la clave del declive de lo sublime parte del ocaso de los ídolos postmoderno. Gomá construye una serie de razonamientos para superar el escepticismo postmoderno y recuperar lo sublime. Y tú, al final también afirmas que “Es mejor tener ideal de cumbre que de cuneta”.
    La superación del escepticismo la logra Gomá a través de lo que él llama la ingenuidad aprendida: comprender las razones profundas y lógicas y abundantes que pueden conducir al escpeticismo y, una vez comprendidas y aceptados los límites de la razón (por eso me parece que se puede calificar de postmoderno) decidirse a superar las limitaciones del escepticismo. Lo de las butacas y no el escenario hace referencia a que las tesis de Gomá se alejan de ese resabio elitista (escenario) que tienen las tesis de Ortega para combatir la vulgaridad. En Gomá la transformación de la vulgaridad no se lleva a cabo con desprecio hacia las masas vulgarizadas.
    Yo creo que sí existe la corriente cientificista que naturaliza lo sublime. A mí me parece ruda. En la obra de Gomá, que recuerde de memoria me parece que no le presta mucha atención. Supongo que será por esa misma causa, pero no estoy seguro al cien por cien. A mí los argumentos de las corrientes evolutivas y “científicas” me parecen muy pobres. Te escribo una opinión de Gomá que creo que aporta alguna luz con respecto a su opinión que comparto cien por cien: Javier Gomá: “Hawking razonando sobre Dios es como Cristiano Ronaldo hablando de física”. Un abrazo Y gracias por tu atención a un aprendiz ilusionado. Iván

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  6. jajugon Autor

    Hola Iván.

    Gracias por tu comentario. Voy por partes con él.

    1. Sobre “demasiado simplificador”: indudablemente, el artículo de Gomá, por límites de extensión, ha de ser sucinto, como no puede serlo menos esta entrada en un blog que, obviamente, no puede entrar al detalle de los cuatro libros que citas. Pero si lo que Gomá dice en el artículo no hace justicia a lo que en ellos dice es problema suyo, no mío.

    De hecho, fíjate bien en que mi crítica no es al hecho de que, como es necesario, Gomá simplifique, sino que lo haga de esa manera en particular: indudablemente, como reconozco explícitamente, el igualitarismo democrático puede tener que ver con el desalojo de lo sublime. Pero, en mi opinión y tal y como argumento en esta entrada, no es ni de lejos la principal causa, o desde luego la causa más profunda.

    Doy por hecho que Gomá admitiría y compartiría al menos hasta cierto punto las razones a las que apunto. Pero cuando uno se ve en la tesitura de simplificar – y cuándo no lo hacemos: escribir es seleccionar un relato que siempre deja fuera cosas – lo que incluimos y lo que dejamos es sumamente significativo para entender nuestro discurso y nuestro planteamiento. Discrepo, pues, del criterio de Gomá para haberse limitado a referirse a esa causa sin nombrar ninguna otra, ni siquiera indirectamente, tal y como he argumentado.

    Y discrepo completamente de lo que dices en lo que respecta a que para realizar una crítica a la tesis de Gomá haya que realizarla con respecto a sus libros filosóficos y no a sus artículos divulgativos. Sin duda, sus libros podrán matizar los planteamientos. Pero en el artículo divulgativo la seguro meditada selección de palabras es de su completa responsabilidad. Su línea argumental principal es bastante clara, su detección del problema deja poco lugar a dudas, y él mismo recomienda este artículo para hacerse una idea de su propuesta.

    De hecho tu crítica no es sostenible porque se vuelve circular: para que Gomá pudiera criticar todas las tesis que quedan “tocadas” en su artículo, según tú, tendría que haber acudido a las ideas y razonamientos en los largos y extensos textos que fundamentan las posturas que cuestiona con su artículo (i.e. de tantos pensadores posmodernos, o de incluso de tantos científicos) y no limitarse a hacer alusiones tan “simplificadoras” en un artículo de periódico.

    Yo creo, sin embargo, que es completamente legítimo y razonable un planteamiento como el que hace Gomá en un artículo de esta extensión, y apuesto a que ha leído mucho de dichos textos sin que, sin embargo, haya variado demasiado la impresión que ya se fue fraguando desde el comienzo. En ese mismo sentido, podría argumentarse para lo que he escrito de esta entrada. Si observas la extensión de ambos escritos, verás que son similares, y que el mío está razonablemente documentado y razonado: no creo pueda considerarse una ocurrencia improvisada e imprudente que debiera haberse contenido hasta acabar de leer la última coma escrita por Gomá.

    Aunque sea recomendable siempre leer más, es obvio que esta tarea es infinita. Y no parece necesario ni realizable tener que leerse todas las obras de una persona para poder empezar a pensar por uno mismo cuestionando lo que se lee.

    2. Seguramente, a pesar de lo dicho, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Desde luego, y así lo reitero varias veces en el texto, seguramente comparta la intención de Gomá. Pero, en primer lugar, para superar las razones del escepticismo postmoderno no basta con decir que ello lo resuelve el ideal de ejemplaridad (que por cierto, él apenas cita en este artículo). De hecho, te agradecería que, ya que tú sí parece que has leído sus obras, pudieras explicarme por qué y cómo dicho ideal sería capaz de lograr esta superación. De momento sólo he podido leer que la ejemplaridad sería extendida y exigible a todo el mundo, desde un punto de vista más cotidiano, “entre las butacas y no desde el escenario” como me decíais algunos. Pero, evidentemente, eso, más allá del efecto retórico, tiene escaso recorrido argumentativo. Si hay fundamento en tal tesis, seguro que es posible ofrecer alguna respuesta interesante, atractiva y sencilla que enganche – racionalmente y más allá del efecto estético, como también argumento – como para justificar que merezca la pena entrar a fondo en el detalle de la tetralogía. Si no, de momento me quedo con lo que he leído, que parece más un desiderátum que una propuesta realmente factible.

    Y, por otro lado y para terminar, sería interesante saber si Gomá consideraría esta posible naturalización de lo sublime que planteo como un “rudo cientificismo”. Pero aunque así fuera no sé en qué invalidaría eso mi argumento: 1) una de las corrientes que dificulta ese retorno a lo sublime, sostengo, es, si quieres llamarlo así, el cientifismo sobre lo sublime. ¿Crees acaso que no existe esta corriente aunque puedas no compartirla? 2) Si esta corriente lo dificulta en alguna medida, ¿es porque se trata de una moda pasajera o adventicia o es porque ofrece considerables grados de verosimilitud? 3) ¿Qué propuestas alternativas crees que gozan de mayor verosimilitud que la que se ofrece desde las ciencias?

    Gracias por tu interés y por participar.

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  7. iván lópez

    Unas cuestiones en torno a este interesante escrito sobre el problemático retorno de o sublime en la obra de J. Gomá.
    El punto más débil de la crítica que se realiza, en mi opinión, se encuentra en la calificación de “demasiado simplificador” respecto al atribuir la renuencia a lo sublime al igualitarismo democrático, porque resulta que esa simplificación se encuentra en un artículo de filosofía divulgativa que Gomá publica en el País con el título “Atrévete a sentir”. Al pertenecer a la categoría de artículo periodístico divulgativo, Gomá simplifica muchas cuestiones, también la referida, cuya fundamentación profunda se haya en sus cuatro libros sobre la Ejemplaridad.
    Evidentemente, en un artículo divulgativo no cabe otra sino la de simplificar. Por tanto, quien realmente simplifica es aquel que atribuye simplificación: para realizar una crítica a las tesis de Gomá hay que realizarla respecto de las ideas y razonamientos escritos en sus libros filosóficos y no en sus artículos divulgativos. O sea, que divulgar es simplificar.
    Por otra parte, tampoco se encuentran tan lejos los planteamientos ofrecidos en este artículo de los de Gomá. Se señala que a la vuelta de lo sublime se oponen dos corrientes de pensamiento: el ocaso de los ídolos postmoderno y la naturalización de lo sublime.
    Respecto del primer punto, el ocaso de los ídolos postmoderno, Gomá encuentra muchísimas razones para asumir el escepticismo postmoderno; pero piensa que ha llegado un punto en que, reconociendo esas razones, hay que superarlas; y propone, para ello, su ideal de ejemplaridad.
    Respecto al segundo, la naturalización de lo sublime, pienso que no lo tiene muy en cuenta, pues no lo atribuye al avance de la ciencia, sino a una interpretación filosófica (oculta, no reconocida) de esos datos; o sea, a un rudo cientificismo.
    Atentamente, Iván López.

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