Tasia Aránguez
En una anterior entrada, comenzamos a analizar los retos que nos dejaron los feminismos clásicos, observando la clasificación que los divide entre feminismo de la igualdad y de la diferencia. Junto a ella, otra gran clasificación es la que lo divide en feminismo liberal y feminismo radical.
El feminismo liberal es el que lucha por el acceso femenino al voto, por la igualdad ante la ley y el que pugna por la incorporación de las mujeres a los puestos de poder, mientras que el feminismo radical sería el surgido en los Estados Unidos durante los años sesenta y setenta, en el contexto de una sociedad legalmente casi igualitaria.
Como explica Ana de Miguel, Betty Friedan estudió en 1963 la profunda insatisfacción de las mujeres de la época consigo mismas y sus vidas, y la prevalencia de enfermedades como la ansiedad y la depresión entre las mujeres amas de casa, que cumplían con el rol social de madres y esposas, con el que se cercena toda posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas las que no son felices viviendo solamente para otras personas. La igualdad ante la ley no acabó con la necesidad del feminismo.
El feminismo radical surgió entre las jóvenes feministas de izquierdas, al calor de los movimientos sociales de los años sesenta tales como el antirracista, el estudiantil y el pacifista. Estos movimientos tenían carácter contracultural, explica Ana de Miguel; es decir, no estaban interesados en políticas de partidos ni en reformas sociales, sino en forjar nuevas formas de vida que dieran lugar a un mundo nuevo y a una nueva humanidad.
Muchas mujeres formaron parte de esa izquierda, pero se sintieron insatisfechas. Ana de Miguel recuerda esta descriptiva frase de Robin Morgan:
«Comoquiera que creíamos estar metidas en la lucha para construir una nueva sociedad, fue para nosotras un lento despertar y una deprimente constatación descubrir que realizábamos el mismo trabajo en el movimiento que fuera de él: pasando a máquina los discursos de los varones, haciendo café pero no política, siendo auxiliares de los hombres, cuya política, supuestamente, reemplazaría al viejo orden».
Explica Ana de Miguel: “De nuevo fue a través del activismo político junto a los varones, como en su día las sufragistas en la lucha contra el abolicionismo, como las mujeres tomaron conciencia de la peculiaridad de su opresión”.
Y por eso las mujeres de los movimientos sociales comenzaron a reunirse por su cuenta, si bien pronto se formaron dos corrientes: las “políticas” y las “feministas”. Para las políticas, la opresión de las mujeres deriva del capitalismo o del Sistema (por lo que la prioridad es la lucha de clases y el feminismo se considera un ala más de la izquierda), mientras que las feministas se manifestaban contra la subordinación a la izquierda, e identificaban a los varones como beneficiaros de una forma autónoma de dominación.
Ana de Miguel cuenta que los varones de la izquierda, en represalia, cuestionaron a las precursoras del feminismo, señalando que el sufragismo fue una lucha reaccionaria y liberal. Sulamith Firestone fue la primera en atreverse a reivindicar el sufragismo afirmando que era un movimiento radical y que «su historia había sido enterrada por razones políticas».
Las dos grandes obras del feminismo radical fueron la Política sexual de Kate Millet y La dialéctica de la sexualidad de Sulamith Firestone, publicadas en el año 1970. Armadas de las herramientas teóricas del marxismo, el psicoanálisis y el anticolonialismo, estas obras acuñaron conceptos fundamentales para el análisis feminista como las de patriarcado y género.
Como explica Ana de Miguel, el patriarcado se define como un sistema de dominación sexual que se concibe, además, como el sistema básico de dominación sobre el que se levanta el resto de las dominaciones, como la de clase y raza. El género expresa la construcción social de la feminidad.
Al feminismo radical debemos la identificación como centros de dominación patriarcal de esferas de la vida que hasta entonces se consideraban “privadas”, como la familia y la sexualidad, y expresaron eso con el eslogan de “lo personal es político”. Como explica De Miguel, el feminismo radical sostuvo que los hombres, todos ellos y no solo los malvados, reciben, en una sociedad patriarcal, beneficios económicos, sexuales y psicológicos, especialmente de esta última clase.
El problema de la conciliación
María Jesús Ortiz presenta una reflexión que manifiesta que el feminismo no debe limitarse a proponer la incorporación de las mujeres a la vida profesional en igualdad de condiciones con los hombres. La revalorización de lo tradicionalmente considerado femenino (el cuidado, el tiempo libre con la familia) y la transformación de la economía, respectivamente, la tesis del feminismo de la diferencia y la tesis del feminismo radical, se complementan si reflexionamos sobre la conciliación de la vida laboral y familiar.
Ortiz critica la actitud de empresas como Facebook y Apple, que pagan a las mujeres de su empresa la congelación de sus óvulos, para que puedan posponer la maternidad y desarrollar una brillante carrera profesional. Presentan el pago de la congelación de óvulos como si fuese un apoyo para que las empleadas tengan la vida que desean. Ortiz señala que se trata de empresas presuntamente sensibles, que ofrecen servicios de comida gratis, guarderías, salas de lactancia, gimnasios, piscina, yoga, peluquería… a la autora le parece que se acercan demasiado a las más extremas japonesas que disponen de nichos para dormir. Es la filosofía de “todas las necesidades cubiertas sin salir de la empresa”, a excepción de las visitas regulares a los centros comerciales para consumir (a eso queda reducido el ocio en esa mentalidad del capitalismo más rampante).
Para la perspectiva neoliberal del mundo la vida personal, especialmente la crianza, se considera una interferencia a la vida productiva y a sus objetivos económicos, para los cuales los trabajadores y las trabajadoras solo son un instrumento más.
Ortiz considera que el problema de la conciliación no pasa porque las mujeres dejen de lado su vida personal, sino porque los hombres hagan más de padres. Los roles sociales tradicionales han dado lugar a que los hombres tengan una gran ventaja laboral, mientras que las mujeres se enfrentan a la doble jornada, o se contrata a sustitutas del hogar, o se recurre al voluntariado de otras mujeres de la familia.
El problema es precisamente, que la vida del hogar se concibe como un problema, como un obstáculo a la producción. Ortiz señala que la crianza y las tareas del hogar se ven como obstáculos y no como factores del bienestar social. Las largas jornadas laborales, combinadas con las represalias contra las trabajadoras que osan hacer valer sus derechos de conciliación, hacen que la conciliación sea ilusoria en el presente contexto económico.
Ortiz celebra que la sociedad tome conciencia de la necesidad de que haya servicios públicos y gratuitos de guardería, pero señala que estos no deberían sustituir el tiempo compartido con las hijas e hijos, y que deberíamos caminar hacia una sociedad que no someta a las mujeres a la tesitura de elegir entre su deseo de maternidad y su deseo de desarrollar una vida profesional. El problema radica en un sistema productivo voraz. La autora concluye: mientras no se defienda el bienestar social por encima de los intereses económicos, no se alcanzará la conciliación.
Como conclusión de las dos partes de este artículo quiero destacar la idea de que todas las corrientes feministas expuestas (feminismo de la igualdad y feminismo de la diferencia, feminismo liberal y feminismo radical) aportan reflexiones interesantes de las que se puede aprender, de modo que el diálogo crítico entre dichas corrientes resulta enriquecedor para todas.
Así, el feminismo de la igualdad denuncia lo lejos que nos encontramos de una sociedad igualitaria y advierte de los peligros que tiene atrapar a la mujer en una esencia, en una identidad natural. Por su parte, el feminismo de la diferencia advierte que no basta con integrarse en la esfera pública, antaño masculina, sino que además hay que feminizar al mundo, en el sentido de llenarlo de los valores de empatía, cuidado y compasión, hoy más necesarios que nunca; valores que fueron denostados y asociados a la mujer, en una jerarquía valorativa que dividía al mundo entre los valores de dominio, razón, fuerza y virilidad, por una parte, y femineidad, debilidad y emociones, por otra parte.
El feminismo liberal lucha para que las mujeres puedan desarrollar su vida profesional y llegar tan lejos como se propongan, removiendo los obstáculos que lo impidan. Por su parte, el feminismo radical nos recuerda que, sin una transformación cultural y económica profunda (que se extiende desde las relaciones románticas hasta la división y la revalorización del trabajo reproductivo) no será posible acabar con el patriarcado.
Ana de Miguel: «Neofeminismo: los años sesenta y setenta”
María Jesús Ortiz «¿Por qué resultan poco eficaces las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar?«
Lo que caracteriza en última instancia al pensamiento fanático no es ni su tono, ni sus ataques ad hominem, ni sus falsos dilemas, ni su reduccionismo, ni su negacionismo, ni su politicismo, ni sus cazas de brujas, ni su autoimpuesta condición de mártir, ni su iluminismo, ni su falta de empatía, ni su incapacidad para cambiar de opinión, sino su incapacidad para cambiar de tema.
PD. Buen texto, Tasia 😉
Me gustaMe gusta
Pingback: El ecofeminismo (I): ¿por qué el feminismo está conectado con la lucha anticapitalista? | La galería de los perplejos
Bueno Tasia, después de la apología islamista y terrorista llevado a cabo hace sólo un par de días por el islamista ayuntamiento de extrema izquierda de Madrid, te resultará ya imposible no admitir lo evidente. Y no me vale la excusa, que a estas alturas ya no se cree nadie, de que el madrileño yuntamiento no sabía nada.
Y mira por dónde esa condebable y execrable representación «infantil» con «goras» a dos grupos teroristas criminales -uno de ellos yihadisto-islamista- ha tenido lutar justo en medio de nuestro debate en torno a si la extrema izquierda española defiende o no regímenes misóginos y/o de puño en alto.
En fin. Como te decía, cuanta más razón tiene uno más solo se queda. A veces la realidad de los hechos es tan cruda quen preferimos no creérnosla. Craso error. La opción más cobarde es siempre la de arrodillarse y claudicar. Pero para alguien como yo, que tal vez tenga algo de «anarquista» liberal o anarcoliberal (liberalismo extremo), es una opción inaceptable.
Tu disertación giraba en torno al legado de los feminismo clásicos. Pues bien, en ese legado no me consta ningún tipo de apología misógino-islamista ni, en general, ningún tipo de apoyo de regímenes liberticidas, sagrados o seculares. Muy al contrario. Las feministas clásicas estaban hasta el gorro del despótico Antiguo Régimen.
Así es que, haciéndome eco de tu fabuloso escrito, permíteme que ponga el grito en el cielo ante la flagrante contradicción que supone, por parte de esa extrema izquierda «española» que se ha querido apropiar del discurso feminista, el apoyo explícito a bandas terroristas organizadas de ideología comunista y/o yihadisto-islamista. No me parece que eso sea miy feminista, precisamente.
Se trata de una contradicción demasiado gigante como para mirar para otro lado. O peor aún: para defender lo indefendible y, sin pretenderlo, seguir apoyando la misoginia típica de regímenes de puño en alto y/o yihadistas.
Me gustaMe gusta
Las objetividades históricas no son ningún reduccionismo, Tasia, sino la cruda realidad de los hechos. Indícame, por favor, un solo país de gobierno comunista donde los trabajadores gocen de los mismos derechos que los de cualquier democracia liberal. Marcuse y Mearleau-Ponty, ambos simpatizantes comunistas, ya criticaron a mediados del siglo pasado los desvaríos de la dictadura del proletariado.
No se sabe exactamente a cuántas personas mandaron ejecutar los «camaradas» Stalin y Mao. Probablemente este último sea, con mucha diferencia, el mayor asesino de todo el siglo XX (a su lado Hitler debió ser un sacristán). Dios sabrá a cuántas mujeres han ejecutado los distintos regímenes comunistas por cuestiones ideológicas. Todo un ejemplo de feminismo.
En lo que a condiciones de esclavitud laboral se refiere el gobierno comunista chino siempre se ha llevado la palma. Se trata de un país cuyo modo de producción es sencillamente esclavista; es decir, comunista (desde luego, no el comunismo de Marx y Engels). De ahí el famoso dicho de «trabajar como los chinos». La última ocurrencia de los «camaradas» chinos de la dictadura del proletariado es lo de obligar a sus trabajadores a firmar cláusulas antisuicidio (Foxconn, 2011). Todo un ejemplo de libertades, derechos humanos y feminismo.
En la práctica han sido las democracias liberales las únicas que se han hecho eco de las reivindicaciones socialistas. Ello se ha traducido en mejoras salariales y de condiciones laborales y de vida para los trabajadores. No se puede decir lo mismo de ningún régimen comunista. Éstos sólo han dado lugar a las más viles e inhumanas condiciones laborales para la clase trabajadora.
Que el socialismo-comunismo ha fracaso allí donde se ha intentado materializar no lo digo yo. Puedes leer, por ejemplo, el ensayo de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia de las ideologías (1992). Nadie cree ya en el comunismo. Pero no de ahora, sino ya desde mucho tiempo. Y la historia es la que es. Negar según qué objetividades históricas es un acto de cinismo como mínimo.
En la actualidad sólo las ideologías fascito-comunistas de extrema derecha y extrema izquierda defienden la aplicación de regímenes misóginos, despóticos, liberticidas y esclavistas. El programa económico de Le Pen, por ejemplo, es netamente comunista (nacionalización de la banca, subida máxima de impuestos, reducción de la propiedad privada, colectivización de los medios de producción y etc.). Huelga recordar que a nivel económico la extrema derecha es tan intervencionista, marxista, anticapitalista y comunista (y eurófoba) como la extrema izquierda. No en vano, el fascismo es un socialismo nacional o nacional socialismo (o nacional sindicalismo, tanto da como se le quiera llamar). Justo lo contrario que el liberalismo. Pero mira, el comunismo siempre triunfa allí donde no gobierna…
En fin. Viendo cómo defiendes a la ideología comunista tengo la sensación de que las «feministas» de puño en alto se encuentran entre tus preferidas. Por qué si no ibas a negar algo tan evidente como que el socialismo ha fracasado siempre y que ha engendrado los más viles regímenes misóginos y esclavistas. Y eso no es ningún reduccionismo.
Nunca me había encontrado un caso de tantísima sumisión antiarárquica y de defensa del statu quo, Tasia. Tú sabrás qué te lleva a defender a capa y espada a las «feministas» misóginas del puño en alto y, en general, a todo lo que huela a liberticidio comunista y totalitario. Supongo que siempre resulta más fácil arrodillarse antianárquicamente y claudicar. De lo contrario, ya sabes lo que hay… Doy por sentado que sabes a qué me refiero.
Curioso feminismo el de quienes defienden a los del puño en alto. Mientras eso no cambie, el discurso que nos traes servirá sólo para hacer buenos exámenes. Que de todos modos entiendo que es realmente la única preocupación de cualquier profesor de universidad.
Me parece una tremenda hipocresía andar por ahí puño en alto e ir predicando la virtud. No es otra cosa en lo que vengo insistiendo.
Me gustaMe gusta
David, no comparto tu visión del comunismo porque es muy reduccionista, ya que bajo esa ideología caben muchas perspectivas teóricas (y muchas realidades históricas), y solo algunas de ellas caen en los vicios que señalas. Pero más allá de eso (que no se debate aquí), insisto: el feminismo y el comunismo son cosas distintas, aunque por supuesto haya feministas que sean comunistas, al igual que hay personas feministas que son cristianas, musulmanas, liberales, socialistas, etc. Lo que caracteriza al feminismo es su oposición al patriarcado.
Hay una parte del feminismo que considera que el patriarcado y el capitalismo tienen bases comunes, como expresa el último apartado de mi artículo «el problema de la conciliación», pero como verás, algunas de las voces de mi artículo anterior están lejísimos de sostener un discurso que pueda calificarse de «comunista», como la directiva de facebook que denuncia el techo de cristal con el que se topan las ejecutivas. Si analizas el debate de fondo entre el feminismo liberal y el radical (vinculado al comunismo, al socialismo o a los movimientos del 68), verás que el feminismo liberal aspira a la incorporación de las mujeres al mercado capitalista. Y el feminismo de la igualdad, por ejemplo, es compatible tanto con el liberalismo como con la socialdemocracia.
Criticar a «la izquierda» no puede servir para criticar al feminismo como concepto (que es de lo que aquí hablamos), sino más bien a las personas de izquierdas. Es cierto que el feminismo es defendido por muchas personas de la izquierdas (al menos en España), pero eso no debería servir para criticar a la izquierda sino más bien a la derecha, por no subirse con más frecuencia al carro de lo que debería defender cualquier persona que crea en la igual dignidad de las personas humanas y que se considere demócrata y defensora de los derechos humanos. Porque los derechos de las mujeres forman parte de los derechos humanos.
Me gustaMe gusta
Muy buenas de nuevo, Tasia:
Me temo que te mueves sólo en el plano de las ideas. Yo ahí no tengo nada que objetar: lo que hay en los libros, que es lo que tú traes, ya me lo sé. Y está muy bien. Pero en política conviene ser más realista que idealista. Ello no implica abandonar el plano de la utopía, por supuesto.
Pues bien, pasando al plano de los hechos vemos casi a diario en TV a una extrema izquierda europea que se dice feminista y que al mismo tiempo no tiene reparos en apoyar a los regímenes más misóginos y liberticidas que hay: el comunismo y el islamismo.
De lo que yo me quejo es de un feminismo comunista. Para mí tiene tan poco sentido como hablar de un feminismo islamista. Por más que no quieras reconocerlo los sectores de extrema izquierda se hallan plagados de mujeres comunistas, es decir, liberticidas, que también se dicen comunistas. En España, por ejemplo, casi todas las militantes de Podemos se dicen feministas. Y todos las hemos visto puño en alto. Y de eso es de lo que me quejo. Para mí es una contradicción. Y ya va siendo hora de que al feminismo le salga su Lutero, ¿no te parece?.
Por no hablar de esperpento denominado Femen. Si buscas sus imágenes por Internet, verás que una cosa llama poderosamente la atención: ni una sola de sus activistas está siquiera un poco entradita en carnes. Da la sensación de que para ser feminista hay que estar muy bien «parida». A mí eso no me parece muy feminista. Es más, se me antoja bastante machista: de manera inconsciente se vende la idea de que para ser feminista hay que tener muy buen tipo. Y el recurso al desnudo no ayuda mucho, pues se incide en la idea de la mujer como objeto de deseo sexual, como objeto de usar y tirar. Me parece de lo más antifeminista, francamente.
Algunos sectores feministas están llenos de contradicciones. No estaría de más que alguna feminista empezase a levantar la voz. Mirar para otro lodo es hacerle flaco favor al feminismo. Éste sólo puede materializarse en regímenes democráticos más o menos liberales. Las ideologías totalitarias (o las islamistas) que defienden los sectores de extrema izquierda son incompatibles con las democracias liberales y, por ende, con el feminismo. No es otra cosa lo que yo estoy denunciando. Y resulta una flagrante contradicción decirse feminista y, al mismo tiempo, andar por ahí con el puño en alto.
La extrema izquierda ha pretendido apropiarse del discurso feminista. Pero en la práctica, sus ideas dan lugar a los regímenes más misóginos, sólo superados por las teocracias islamistas a las que, dicho sea de paso, condena con la boca pequeña.
Decir que los movimientos feministas están al margen de las ideologías políticas es lo mismo que decir que la UGT y el PSOE son dos realidades independientes. Nuevamente, tenemos una gran escisión entre el plano teórico y el de la realidad de los hechos. Por supuesto que no hay tal independencia. Lo que no entiendo es cómo puede haber feministas contrarias a las democracias liberales y partidarias de regímenes liberticidas.
Para terminar, hace poco escuché a Jaime Mayor Oreja esgrimir lo siguiente: «en política, cuanta más razón tienes, más solo te quedas». Pues bien, me hago cargo de lo incómoda que es a veces la realidad. Pero mirando para otro lado no avanzamos nada.
Me gustaMe gusta
Tasia, quedo a la espera. Seguro que será enormemente interesante.
Me gustaMe gusta
Tengo pensado publicar más adelante un artículo que profundiza un poco en el feminismo de la diferencia y en esas cuestiones que te preocupan Elías. Así podemos debatir de modo más específico sobre el tema de si puede defenderse que mujeres y hombres tengan valores distintos o distintas maneras de plasmar los valores. Y sobre «la verdad», cuando se trata de definir a mujeres y hombres me muestro bastante escéptica, de modo que sí creo que cabe juzgar los estudios científicos, entre otras cosas, por las finalidades que persiguen.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola Tasia
Sí, efectivamente, hay que ser muy cautos con los estudios científicos porque efectivamente no son neutrales. Ahora bien, tampoco hay que rechazarlos porque dichos resultados no coincidan con lo que uno o una pretenda defender.
Bien es verdad que en el caso de que se defienda la diferencia entre un modo de ser de las mujeres y de los hombres podría incurrirse en una sistemática exclusión de las mujeres de ciertos ámbitos, lo cual sería, desde todo punto de vista inaceptable. Pero igual de inaceptable sería el que porque ello pueda ocurrir se rechace de plano una real y verdadera diferencia entre ambos modos de ser. Es por ello por lo que no estaría de acuerdo con esa matización tuya que dice: “Esa reflexión tiene cabida siempre que tenga como objetivo incluir a las mujeres en espacios donde hay pocas, o extender tanto a los hombres como a las instituciones, una visión más humana y sensible de la vida.” Y no estaría de acuerdo con ella por dos razones:
1) Ya sabes: “ la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero”. Por tanto no se trataría de aceptar una diferencia sustancial entre hombres y mujeres, en caso de que así fuera, sólo si el objetivo fuera incluir a las mujeres en ciertos ámbitos de los cuales se encuentran excluidas en la actualidad. La verdad no entiende de objetivos. Es decir, aunque las mujeres ocuparan todos los ámbitos, en pie de igualdad con los hombres, ello nada nos diría sobre una posible diferencia entre los distintos modos de ser. El que se acepte una diferencia entre el modo de ser del hombre y de la mujer ello nos justificaría el que las mujeres quedaran excluidas de ningún ámbito. Sino el aceptar que hombres y mujeres, y a pesar de trabajar en el mismo ámbito, poseen diferentes modos de plasmarlos.
2) El que hombres y mujeres posean diferentes modos de ser, en caso de que así fuera, no significa que las mujeres sean más humanas o más sensibles. A ver si por defender una causa vamos a incurrir en aquello que denunciamos. Los hombres y las mujeres expresan de forma diferente su humanidad y su sensibilidad. Es que tan necesaria para la educación de unos hijos es la figura paterna como la materna. La figura materna no aporta la humanidad y la sensibilidad. Porque de ser así, entonces qué aportaría la figura paterna, la barbarie tal vez.
Tampoco estoy de acuerdo en que las mujeres aporten unos valores y los hombres otros valores diferentes. En lo que sí que creo es que los hombres y las mujeres podrían aportar los mismos valores pero plasmarlos de forma diferente. Una mujer, y al igual que un hombre, pueden ser firmes y cariñosos, por ejemplo. La cuestión sería si plasman de igual forma dicha firmeza y dicho cariño. No se trataría por tanto de que el hombre aporte la firmeza y la mujer el cariño. Creo que eso sería una visión inadecuada de la realidad.
Un cordial saludo
Me gustaMe gusta
Agradezco el interés que denota comentar el artículo. Elías, yo coincido con el feminismo de la igualdad en que esa vía de indagación es peligrosa, y siempre tiene el peligro de naturalizarnos a las mujeres; aunque una distinción tajante entre naturaleza y cultura sea artificial. Cada cierto tiempo surgen estudios presuntamente científicos, sobre las diferencias cognoscitivas entre mujeres y hombres, o sobre sus diferencias cerebrales; sin embargo, la ciencia no es neutral, no queda al margen de los estereotipos de la cultura, y las conclusiones de estos estudios son muy dudosas.
Ahora bien, podría haber (como sostiene el feminismo de la diferencia) alguna diferencia significativa entre la mayoría de los hombres y la mayoría de las mujeres, en la manera de comprender valores como la empatía o la justicia. Esa reflexión tiene cabida siempre que tenga como objetivo incluir a las mujeres en espacios donde hay pocas, o extender tanto a los hombres como a las instituciones, una visión más humana y sensible de la vida. Pero tales reflexiones no deberían utilizarse con el pretexto de describir «objetivamente» a las mujeres, o de excluirnos de ciertos ámbitos.
David Feltrer. No comparto tu crítica a las izquierdas; pero si tuvieses razón en que las izquierdas miran para otro lado ante regímenes que someten a las mujeres, ese vicio no sería extensible al feminismo. Como he mostrado en estos artículos, no todo el feminismo es de izquierdas; y el feminismo «de izquierdas» es más feminismo que de izquierdas, ya que considera que el patriarcado es una forma de opresión autónoma (frente al clasismo) y prioritaria. El feminismo internacional condena reiteradamente las violaciones contra los derechos humanos de las mujeres en los regímenes que apuntas (no en vano, la denominación «derechos humanos» frente a la tradicional «derechos del hombre» fue una reivindicación feminista). El feminismo señala a los gobiernos, tanto de izquierdas como de derechas, y no se corta a la hora de señalar a cualquier «camarada» que es un machista irredento. Las feministas, en ese sentido, no son leales militantes de partido; pues para ellas la sororidad (solidaridad feminista entre mujeres) está por encima de cualquier otra división ideológica.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola a todos
Todo ser humano es una unidad psico-orgánica. La unidad haría referencia al aspecto trascendental ( forma de ser) mientras que las notas psico-orgánicas harían referencia al aspecto talitativo. La unidad modula la “posición” de esas notas psico-orgánicas mientras que las notas psico-orgánica determinan una determinada forma de ser. El ser humano es una realidad abierta, una realidad que se auto-posee, es decir, que posee su propia realidad, y por tanto, es persona. Todos los seres humanos son personas. Un hombre y una mujer son, y desde el punto de vista trascendental, personas, aunque talitativamente, posean diferentes notas psico-orgánicas.
Ahora bien, es sabido que entres hombres y mujeres, hay una diferencia (¿ sustancial o no?) de notas psico-orgánicas. Y la pregunta sería: ¿ en caso de ser sustancial ese diferencia podría hablarse de dos formas diferentes de ser persona? En cuanto a las diferencias entre notas orgánicas no cabe duda alguna de que existen notables diferencias. El problema radica en las notas psíquicas. Es decir, si las diferencias entre el psiquismo de los hombres y el de las mujeres (que evidentemente existe) es una cuestión puramente orgánica, cultural o una mezcla de ambas.
Ahora bien, he dicho que el ser humano es una unidad psico-orgánica. Por tanto, no cabe hablar de notas orgánicas por un lado y de notas psíquicas por otra como si cada unas se fueran conformando independientemente y posteriormente entraran en relación. En las primeras etapas de formación del ser humano no existe un psiquismo en acto sino que el psiquismo se van conformando desde las notas orgánicas de forma que cuando aparece plenamente el psiquismo no aparece la inteligencia, el sentimiento y la voluntad sino “mi” inteligencia, “mi” sentimiento y “mi” voluntad. De forma que mi inteligencia, mi sentimiento y mi voluntad han sido conformados por mis notas orgánicas. El tener deficiencias orgánicas hace que se pueda constituir deficientemente las notas psíquicas, es decir, la inteligencia, el sentimiento y la voluntad.
Si he dicho todo esto es para hacer notar una diferencia. Lo que puede que esté condicionado por la cultura, y lo está, no es el psiquismo de las mujeres, sino los contenidos que puedan asumir las mujeres. Por supuesto que los roles o contenidos están condicionados en gran medida por aspectos culturales, qué duda cabe. Pero yo no estoy hablando aquí de los roles y contenidos que asumen hombres y mujeres y que vienen determinados por la cultura sino de si se puede hablar, y por así de decir, de dos tipos de psiquismos, el de los hombres y el de las mujeres, independientemente de los contenidos y de los roles que posteriormente puedan asumirse, y que determinarían trascendentalmente un tipo diferente a como es persona un hombre ¿Esa diferencia de notas orgánicas es suficiente para poder hablar de dos tipos diferentes de psiquismos, es decir, de dos formas esencialmente diferentes de ser persona?
Creo que en este punto es donde se pone de manifiesto la diferencia entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia. Ahora bien, no sé hasta qué punto es válida la crítica que le hace el feminismo de la igualdad al feminismo de la diferencia en el sentido de que de ser cierta las tesis del feminismo de la diferencia ello podría suponer que las mujeres puedan ser cómplices de su propia opresión. Y no creo que sea válida porque dicha crítica se mueve en el terreno óntico y no en el ontológico.
El problema no es que los hombres defiendan unos valores y las mujeres otros frutos de una diferente naturaleza o cultura. Sino que podría darse el caso que defendieran los mismo valores ( el ser sensibles, empáticos y dulces) pero por el hecho de ser dos formas diferentes de ser persona plasmaran dichos valores de forma diferentes. Es que no todos los padres son autoritarios con los hijos. Es que hay muchos padres que son cariñosos con sus hijos. El problema es saber si ese cariño de un padre se plasma de igual forma que la de una madre y hasta qué punto dicha plasmación se debe a las existencia de dos formas diferentes en las que se puede ser persona.
Me gustaMe gusta
Muy buenas, Tasia:
Gracias por recordarnos que lo conquistado ha de seguir siendo reconquistado (Aranguren) para que no se pierda. Conviene, pues, conservar (conservadurismo) lo conquistado e intentar seguir avanzado.
Quisiera, no obstante, efectuar un apunte crítico. Como sabes la virtud es una praxis más que un discurso académico. En lugar de predicarse lo que realmente importa es ponerla en práctica. Por desgracia la mayoría de personas a quienes se les llena la boca de sopas hablando de feminismo son también las mismas que miran para otro lado ante los latrocinios humanos cometidos en los países islámicos y comunistas que, como sabes, son los más perjudiciales y los que de manera más palmaria atentan contra los derechos de los mujeres. En China, por ejemplo, todas las trabajadoras de Foxconn tienen ahora que firmar un cláusula antisuicido (puede búscarse en Google) para ser contratadas (China quiere asegurarse el aprovisionamiento de esclavas). Así se las gastan los de la dictadura del proletariado. Y en la mayoría de países árabes, como Irán, por ejemplo, al tener régimenes teocráticos basados en los dogmas de un libro que data del siglo VII, la mujer es poco más que un objeto de usar y tirar.
¿Por qué te cuento esto? Pues ya te lo puedes imaginar: no tiene mucho sentido hablar del feminismo si al mismo tiempo se apoya a esos regímenes que de manera más escandalosa atentan contra los derechos de las mujeres. Me parece una flagrante hipocresía y una gran contradicción. Y por desgracia en Europa la extrema izquierda -que no deja de predicar el feminismo y las políticas sociales- se ha echado en brazos de esas ideologías totalitarias y homogeneizantes que atentan especialmente contra los derechos de las mujeres. No hay más que ver cómo los sectores de extrema izquierda radical han evitado siempre condenar los regímenes liberticidas. Y para colmo en fechas recientes y en España también se han negado a firmar el pacto antiyihadista. Tal vez sea porque el señor Pablo Iglesias, de Podemos, ya ha cobrado más de 5.000.000 de euros de un gobierno tan patriarcal como el de Irán (la UDEF ya lo está investigando).
Mientras la mayor parte de predicadores de la mansedumbre, el igualitarismo, los derechos humanos y etcétera no dejen de apoyar a los regímenes e ideologías que con más desprecio tratan a las mujeres, el discurso que nos traes sólo servirá para estudiárselo de cara a un examen y sacar una matrícula de honor. Y para nada más.
Mientras lo de más arriba no cambie, podemos quedarnos con la siguiente cita de Séneca:
«Lo más vergonzoso es filosofar con palabras, en vez de hacerlo con obras» (SÉNECA, citado en FRAILE, Guillermo, Historia de la Filosofía Española, volumen I, Madrid, BAC, 1971, p. 38).
Saludos cordiales, Tasia.
Me gustaMe gusta
Qué tono más pedagógico y cercano, además de un contenido sabroso. ¡Gracias por compartirlo! Un saludo.
Me gustaMe gusta
Habrá más artículos sobre esta temática
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias, Tasia.
Muy bien sintetizado, aunque me supo a poco. Intentaré leer algo de lo que has referenciado.
Un saludo y ánimo.
Me gustaLe gusta a 1 persona