Los retos que nos dejaron los feminismos clásicos (I)

Tasia Aránguez

Este artículo, dividido en dos partes, pretende ser el primero de una serie en la que explicaré los postulados básicos de las corrientes más relevantes de la teoría feminista. Para ello procuraré detenerme en los debates más interesantes que se han dado en el seno de las mismas.

He podido comprobar en múltiples ocasiones que el feminismo suscita gran interés, y que despierta tanta pasión como odio (algo razonable en un movimiento reivindicativo que cuestiona privilegios y que, por tanto, escuece). En cualquier caso, cuando se habla de feminismo se llena la sala.

En este primer artículo voy a abordar los feminismos clásicos, ¿a qué me refiero cuando utilizo la expresión “feminismos clásicos”?: estoy hablando de la primera y la segunda ola (los feminismos actuales son denominados “tercera ola”).

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Las olas del feminismo

Voy a realizar una pequeña reseña histórica, para explicar lo que son la primera y la segunda ola, y después pasaré a explicar las corrientes teóricas que podrían considerarse “clásicas”.

La primera ola fue la de las feministas ilustradas y la de las sufragistas, que lucharon para alcanzar la igualdad jurídica entre mujeres y hombres, es decir, el acceso de las mujeres a los derechos que estaban restringidos a los hombres. Algunos de los grandes nombres de esta primera ola son:

Olympe de Gouges (la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, 1791) que, en la revolución Francesa, clamó contra la ausencia femenina en la célebre Declaración de Derechos del Hombre y del200px-olympedegouge Ciudadano, y exigió el reconocimiento de la dignidad de las mujeres y su carácter de sujetos de Derecho. Wollstonecraft (Vindicación de los Derechos de la Mujer, 1792), por su parte, subrayó la necesidad de que las mujeres pudieran acceder a una educación igual a la de los hombres, pues la educación de la época las preparaba para el papel de esposas. En nuestro país la más conocida figura del feminismo de la primera ola es Clara Campoamor, que defendió el sufragio femenino en las Cortes, dando lugar a su conquista, en la segunda República.

La segunda ola es la que se resume en el lema de “lo personal es político”. En esta segunda ola se profundiza en las causas de la opresión femenina que van más allá de lo legal o institucional, centrándose en aspectos culturales tan diversos como la pornografía, la idea de la belleza, el control de la reproducción de las mujeres y del acceso a los anticonceptivos, la cuestión de la maternidad, la enfermedad y la vejez. Algunos de los grandes nombres de la segunda ola son:

simone-de-beauvoir-1952-elliott-erwittSimone de Beauvoir (El segundo sexo, 1949), que reflexionó sobre las construcciones de género y sobre cómo la mujer no nace, sino que se hace, es decir, que la identidad femenina es algo que la sociedad construye desde el nacimiento de una niña. Beauvoir plantea una lucha que radica en la reconstrucción de la identidad propia, para tomar las riendas de la misma. Por su parte, Betty Friedan (La mística de la femineidad, 1963), analizó el retrato mediático de la mujer ideal, que provocaba que esas mujeres, que habían accedido a la igualdad formal y que podían ir a la universidad, continuasen soñando con el rol de mujer-esposa. Friedan explicó que la sociedad vinculaba la felicidad femenina al marido rico, la figura delgada, la ropa cara, la bonita casa y los niños perfectos. Kate Millet (Política Sexual) argumentó que lo personal es político, es decir, que las estructuras machistas de la sociedad (patriarcado) están presentes también en las relaciones personales, incluyendo a las relaciones sexuales.

Feminismo de la igualdad y feminismo de la diferencia

Durante la primera y la segunda ola fueron naciendo diversas propuestas teóricas que han sido objeto de clasificaciones filosóficas, ¿cuáles son las clasificaciones?: fundamentalmente dos; la que distingue entre “feminismo de la igualdad” y “feminismo de la diferencia”, y la que distingue entre “feminismo liberal” y “feminismo radical”. Hay que señalar, no obstante, que todas estas corrientes continúan existiendo hoy en día, de modo que, aunque surgieran en la primera o en la segunda ola, forman parte de la tercera. Además, como explicaré en artículos posteriores, los feminismos actuales beben de las corrientes predecesoras.

Como explica Teresa Maldonado, la distinción entre feminismo de la igualdad y feminismo de la diferencia ha tenido especial relevancia en el ámbito continental, mientras que la distinción entre feminismo liberal y feminismo radical ha sido más relevante en el mundo anglosajón.

En nuestro país hay importantes teóricas del feminismo de la igualdad (que también se ha denominado “feminismo ilustrado”), tales como las muy famosas Celia Amorós y Amelia Valcárcel. El feminismo de la igualdad reivindica que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres (y no menos, ni otros diferentes), deben acceder a las mismas oportunidades, cobrar el mismo salario por el mismo trabajo y disfrutar de las mismas oportunidades.

El feminismo de la diferencia, por su parte, declara el orgullo de ser mujer (de forma equiparable al ‘black is beautiful’ de la lucha antirracista, apunta Maldonado). Para el feminismo de la diferencia, la reivindicación de la igualdad no pasa por integrarse en el mundo masculino sin cuestionarlo. Según esta corriente, las instituciones sociopolíticas son androcéntricas, de modo que no hay que acceder a las mismas, sino transformarlas. Para las feministas de la diferencia, hay que cuestionar los valores que la sociedad ha encumbrado como criterio del éxito y que responden a la lógica patriarcal. La identidad masculina se presenta a sí misma de modo fraudulento como neutra, sin marca de género, identificadora de lo “humano”.

El feminismo de la igualdad espeta al feminismo de la diferencia, que el énfasis en preservar la identidad femenina tiene el peligro de abocarnos a un esencialismo: si afirmamos que ser mujer es genial, y que ser mujer supone características como ser sensibles, empáticas y dulces (que son las que el patriarcado nos ha adjudicado) y si las reivindicamos como marca de la “naturaleza femenina”, corremos el peligro de ser cómplices de nuestra propia opresión.

El feminismo de la igualdad considera, en este sentido, que un rasgo esencial del feminismo es la desnaturalización de la mujer, es decir, hacer ver que la mujer (como identidad) es algo que se construye con la educación.

caCelia Amorós explica que, para los ilustrados de la revolución francesa, la distinción entre lo masculino y lo femenino es una distinción conforme a la naturaleza. Los ilustrados reivindicaban que la razón y el mérito fuesen las fuentes de las distinciones sociales, y abogaron por terminar con la sociedad aristocrática, pues consideraban que se basaba en una arbitraria distinción que regía desde el nacimiento.

Por eso, el feminismo de la primera ola, explica Amorós, se esforzó en demostrar que, al igual que la distinción entre nobles y plebeyos, la distinción entre hombres y mujeres era artificial, fruto de una educación discriminatoria. Y ese fue el cometido de Wollstonecraft, que defendió el espíritu de la revolución francesa y denunció la irracionalidad de las distinciones sociales basadas en el sexo. Solo el mérito (la inteligencia y la virtud) podía, legítimamente, conducir a distinciones sociales.

Amorós explica que el patriarcado suele utilizar la «estrategia de naturalización», una estrategia que sirve la legitimar la opresión: ¿quién podría oponerse a eso que es «lo natural»?, a las mujeres hay que dejarlas atadas a la naturaleza. Por tanto, el feminismo tiene que encargarse de desmontar sistemáticamente las afirmaciones de que “eso es natural”.

Volviendo a la distinción entre feminismo de la igualdad y de la diferencia, para hablar de modo justo del feminismo de la diferencia es necesario señalar que, dentro de este, pueden diferenciarse dos corrientes: la esencialista y la constructivista. Mientras que la primera sí sostiene que existe, de modo natural, una identidad femenina; el constructivismo sostiene que la identidad femenina es una construcción social, y que la lucha contra el patriarcado no puede reducirse a que las mujeres accedan a las esferas tradicionalmente masculinas, sino que es necesaria una feminización de los hombres y de las estructuras sociales, es decir, una revalorización del cuidado y la emoción; de lo tradicionalmente asignado a la mujer. Por tanto las críticas del feminismo de la igualdad parecen más oportunas para el caso del feminismo esencialista.

El feminismo de la igualdad y el techo de cristal

glass_ceiling-391x300Es importante resaltar que, contra las afirmaciones sin fundamento que sostienen que la igualdad de derechos ya se ha alcanzado y a pesar de que en muchos países las mujeres alcanzaron el voto hace un siglo, la presencia femenina en puestos de poder es ínfima. Los frenos que impiden a las mujeres disfrutar de las mismas oportunidades laborales y de promoción profesional que los hombres son lo que se denomina “techo de cristal”. El techo de cristal es una de las causas por las que el feminismo de la igualdad es tan necesario como siempre.

Sheryl Sandberg, ejecutiva de Facebook, dijo en 2010:

Tenemos un problema, un problema real. Y el problema es que las mujeres no están alcanzando la cima de sus profesiones en ningún lugar del mundo. Los números son bastante elocuentes: de 190 jefas y jefes de estado 9 son mujeres. Y del personal parlamentario del mundo el 13% son mujeres. En el sector empresarial las mujeres que están en la cima en la alta dirección, en la junta directiva, encabezan con un 15%, 16%. Los números no se han movido desde 2002 y van en la dirección incorrecta. E incluso en instituciones sin fines de lucro, un mundo que a veces suponemos gobernado por mujeres, las mujeres de la cima son el 20%.

Ha quedado constatado que la igualdad legal no garantiza la igualdad real, y que las mujeres no acceden a puestos de poder con la misma frecuencia que los hombres.

Sandberg explica que las responsabilidades familiares se distribuyen de modo desigual. Un estudio reciente de EE.UU. mostró, al analizar los puestos de la gerencia, que 2/3 de los hombres casados tenían hijos mientras que sólo 1/3 de las mujeres casadas tenían hijos” y explica que a los hombres se les educa para el éxito profesional en mayor medida que a las mujeres, y lo inverso ocurre con el cuidado de la familia. “Los datos lo muestran con elocuencia. Si una mujer y un hombre trabajan a tiempo completo y tienen un hijo la mujer hace el doble de trabajo en la casa que el hombre y la mujer dedica 3 veces más tiempo a cuidar al hijo que el hombre. De modo que ella tiene 3 empleos, ó 2, y él tiene 1. ¿Quién creen que abandona si alguien tiene que estar más en casa?”, dice Sandberg.

Pero, por desgracia, no basta con subvertir de modo individual los roles de género, dado que existen estereotipos que penalizan a la mujer ambiciosa.

Sandberg expone un ejemplo bastante descriptivo: “Hay un estudio famoso de la Escuela de Negocios de Harvard sobre una mujer llamada Heidi Roizen; es una emprendedora de una empresa de Silicon Valley y usa sus contactos para convertirse en una exitosa inversora de capital de riesgo. En 2002, un profesor que estaba entonces en la Universidad de Columbia toma el caso de Heidi Roizen y lo modifica. Distribuye ambos casos a dos grupos de estudiantes. Cambia solo una palabra: Heidi por Howard. Pero esa palabra marca una gran diferencia. Luego encuesta a los estudiantes. Lo bueno es que tanto los estudiantes hombres como las mujeres pensaban que Heidi y Howard eran ambos competentes. Pero lo malo fue que a todo el mundo le gustaba Howard. Pensaban que él es un gran tipo, todo el mundo quería trabajar con él, no estaría mal pasar el día pescando con él. ¿Y Heidi?, No lo sé…es egocéntrica y trepa. No sentiremos seguridad trabajando para ella”.

El feminismo de la igualdad aspira a que el género se convierta en una variable aleatoria, que no determine las posibilidades de éxito político o económico. Así lo explica Celia Amorós, y denuncia que existe una evidente hiperrepresentación de los varones y una correlativa infrarrepresentación de las mujeres. La variable sexo-género no es aleatoria. Una mujer tiene menos posibilidades de alcanzar el poder que un hombre. No es mera cuestión de mérito.

Frente a quienes defienden que en el mundo actual triunfan los mejores, sin importar que sean mujeres u hombres, los datos demuestran que en el mundo actual el género importa mucho. Frente a quienes dicen que la situación actual “es natural”, el feminismo de la igualdad denuncia que es fruto de una sociedad profundamente desigual. Por eso Amorós defiende que existan mecanismos compensatorios, que produzcan resultados estadísticamente equilibrados como las cuotas y la paridad.

Se ha objetado que esos mecanismos violan el principio del mérito. Sin embargo esa argumentación parece sostener que la situación actual es fruto del mérito, que la discriminación es natural, que las mujeres valemos menos. Lo cierto, sostiene Amorós, es que en la sociedad actual se presentan a una entrevista de trabajo personas con niveles de mérito prácticamente idénticos entre sí. En esas condiciones criterios como la apariencia o si la persona se puede quedar embarazada se vuelven importantes. Los estereotipos y prejuicios se vuelven determinantes.

Beatriz Gimeno escribió, a propósito de la ausencia de ministras en el Gobierno griego de Syriza, lo siguiente:

Muchos hombres siguen sin entenderlo del todo. ¿Por qué paridad obligatoria? Por esto mismo que acaba de pasar en Grecia. Porque sin una norma que les obligue a vernos, los hombres con poder simplemente no nos ven o, quizá, se pueden permitir el gesto de no vernos. ¿No hay mujeres en Grecia capacitadas para ocupar un ministerio? ¿Ninguna? No vernos, o fingir que no nos ven, resulta muy cómodo para no tener que compartir el poder, los recursos, la riqueza; para no tener que darnos la mitad de todo. Porque nombrar mujeres para un Gobierno significa que algunos hombres quedarán fuera; y el poder y los privilegios cuesta compartirlos cuando se poseen por nacimiento y cuando resulta tan fácil ignorar que se está excluyendo a la mitad de la población (…) Aun cuando no sean mujeres feministas, para que haya democracia real tiene que haber mujeres en los puestos de poder, porque la sociedad está compuesta por hombres y mujeres y porque las mujeres están en la política, están en las fábricas, en el campo, en los mercados, en las universidades, en los hospitales, en las escuelas, en los sindicatos, en las asociaciones, en la judicatura, en los movimientos sociales, en las administraciones, en todas partes. Y porque, además, en estos años también han estado en las calles, en las huelgas, han desafiado al poder, han marchado sobre el Parlamento, han militado, han luchado. Somos la mitad de todo.”

Aquí concluyo la primera parte de esta sucinta exposición de los feminismos clásicos. En la segunda parte de este artículo expondré la diferencia entre el feminismo liberal y el feminismo radical.

Puntos de apoyo

Celia Amorós Puente: «El feminismo como proyecto filosófico-político». En Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política. (F. Quesada).

Teresa Maldonado Barahona: «Feminismo de la igualdad/Feminismo de la diferencia«.

Beatriz Gimeno: “Decepción”.

4 comentarios en “Los retos que nos dejaron los feminismos clásicos (I)

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  3. iván lópez

    Me ha parecido indigno esto que recoges aquí: «Beatriz Gimeno escribió: (…)Aun cuando no sean mujeres feministas, para que haya democracia real tiene que haber mujeres en los puestos de poder…». O somos únicos o no somos nada. ¿Qué es eso de incluso aunque no sean mujeres feministas…, como si fueran de segunda división? Me confirma en mi idea de que las ideologías, los «Ismos», ponen las ideas por encima de las personas, como ocurrió en los peores momentos del siglo XX. Dividen en tre «ellos» los malos y «nosotros» los buenos. «Ellas», las mujeres no feministas, y «nosotras» la sí feministas: no comparto esto en absoluto. Cada persona es única e infinita.
    El resto del artículo, bien trabajado. Gracias. Iván López.

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