La utilización y la condena de las imágenes por parte del poder

Tasia Aránguez

La relación del poder político con las imágenes es dual y conflictiva. Los conceptos de iconofobia e iconofilia pueden ayudar a comprender la relación del poder instituido con las imágenes. El mundo del derecho ejemplifica particularmente esta relación.

La relación del poder político con las imágenes es dual y conflictiva. Costas Douzinas explica esta dualidad a través de los conceptos de iconofobia e iconofilia. Ambas actitudes expresan la ansiedad del poder por controlar el potencial persuasivo de las imágenes, por detener los efectos negativos para el poder y fomentar los efectos positivos para el mismo. Hay dos momentos, uno de sombra y otro de luz. La iconofobia es el temor a las imágenes que cuestionen o pongan en peligro al poder institucional. La actitud iconofóbica da lugar a que el poderoso se esconda, a que se prohíba la exhibición de su imagen y se persiga a los que traten de visibilizar al poder. Esta actitud también hace que se transforme al poderoso en un ser misterioso e inaccesible, en un dios.

La iconofilia es la otra manifestación de ese afán del poder por controlar las imágenes. Si la iconofobia consiste en la condena de la imagen, la iconofilia consiste en la instrumentalización de las mismas para legitimar el poder. Los poderosos se revisten de adorno y ceremonia cuidadosamente calculados.

Las dos actitudes, la iconofobia y la iconofilia, se aúnan en la noción de lo “sublime”, cuyo efecto se logra cuando un discurso vacío, una ausencia física se envuelve de ropaje y ornato. Esto da lugar a la sensación de estar en presencia de lo inefable, de algo grandioso e incomprensible: es el culto al poder. En esta línea, Peter Goodrich también resalta esta combinación entre la imagen y la nada para dar lugar a este efecto sublime, a esa mística del poder. Señala que la mejor manera de manifestar el poder divino o el poder de las leyes es mediante la representación del espacio vacío, del blanco, de la silla vacía, de la madera sin nada. Estos son signos ideales de la verdad.

La pompa, la formalidad y el ritual que son propios del derecho ejemplifican esta interesante idea de lo sublime que propone Douzinas. La imagen del texto constitucional o la imagen del legislador como representante de la voluntad popular se convierten en ídolos. El ídolo, para Douzinas, es la representación física de la fuente del poder, que se mantiene ella misma invisible e indescifrable. La Constitución se percibe como el ídolo que representa algo sublime que no puede ser tocado, ese algo es la fuente del derecho, el origen inefable del poder.

A pesar de la iconofobia, el derecho celebra el poder de las imágenes en la teatral parafernalia de la performance del proceso, en los adornos y formalismos de los juicios y en las imágenes de la justicia que adornan los edificios públicos. El derecho, iconofóbico, restringe imágenes mediante la prohibición de lo obsceno y lo ilícito y mediante la perpetuación de estereotipos.  Este es el modo en el que en el derecho se dan simultáneamente iconofobia e iconofilia. En el juicio oral observamos claramente cómo los regímenes de imágenes se utilizan por los abogados y jueces.

El derecho ama y teme la imagen, las prohíbe a la vez que las organiza para su propia utilidad, en una espectacular y teatral manera, dando lugar a complejos rituales. Los rituales del derecho están tan desarrollados que desplazan a la argumentación y a la retórica. El temor a que las imágenes sean utilizadas en su contra conlleva la exclusión de la retórica. La razón debe mostrarse sola, sin la contaminación de la pasión, la retórica, la casuística.

Es un tópico antiguo que las imágenes suponen seducción y atracción hacia la pura materialidad. Se teme a la imagen como algo que es contrario a la razón y al sentido común, como algo que puede cortocircuitar el pensamiento e impedir la capacidad de interpretación, generando una respuesta automática. Según este tópico, el derecho es necesario para filtrar las imágenes y establecer qué imágenes son naturales, normales y verdaderas. El derecho, además de censurar las imágenes que pueden perjudicar al orden institucional, ofrece un repertorio de representaciones que determinan la identidad social, contribuye a un sistema de imágenes que determinan la subjetividad, lo que se considera verdadero en la sociedad y lo que es aceptado como hermoso y como bueno.

Peter Goodrich resalta que la coherencia jurisprudencial responde a una forma genealógica que remite a una memoria comunitaria que ubica a las personas en un lugar, en un rol, dentro del conjunto de la sociedad. Las instituciones jurídicas son las encargadas de otorgar dicho rol social: palabra y lugar.

El derecho desarrolla el papel de las Moiras, figura clásica que describía Platón, distribuidoras del lugar que a cada cual le corresponde en la sociedad desde antes de su nacimiento y del que no se puede escapar en el trágico curso de la vida. El derecho, tanto en la ley como en el juicio, se corresponde con las Moiras, con el destino como autoridad, razón y vínculo con la comunidad. El derecho es paternal, en el sentido de que otorga legitimidad, sucesión y futuro. Es un oráculo que determina el lugar y la voz que tenemos ante las instituciones. El derecho, implacable, define los destinos y las razones, y posee el gran poder de expulsar a un individuo de la comunidad simbólica.

Puntos de apoyo

Costas Douzinas, “Prosopon and antiprosopon. Prolegomena for a legal iconology”

Peter Goodrich, “The iconography of nothing

4 comentarios en “La utilización y la condena de las imágenes por parte del poder

  1. tasia1987 Autor

    Considero que sí se puede hacer, hasta cierto punto, una valoración objetiva de las imágenes en el sentido al que apuntas de imagen/correspondencia con la realidad. Las imágenes tienen un amplio margen de interpretación, pero también un sustrato sensorial. No todo es concepto en la imagen, no todo está en la mente del observador ni en la del artista. Hay un lienzo, o papel fotográfico, y existen unas personas reales que salen en esa foto y podemos enfadarnos si alguien cuelga nuestra imagen sin permiso en internet, aunque el que la colgó diga que no somos nosotros, que la imagen refleja un amanecer en primavera y que todo es cuestión de interpretación y nos acuse de ser unos idealistas por defender que nuestra interpretación de la imagen- la de que salimos nosotros- es más auténtica que la suya.

    Las imágenes son el modo natural en el que la realidad se expresa en un mundo físico, y el poder puede jugar a que solo aparezca en la foto lo que interesa, y censurar lo demás, e iluminar los colores más favorecedores para el líder. Es muy legítimo que los excluidos por el poder quieran tener visibilidad, sin que ello suponga que quieran excluir a otros de lo visible o imitar las malas artes de otros. Pedir más democracia no me parece algo muy platónico.

    Es un discurso hipócrita ese que condena la naturaleza esencial de las imágenes, alegando que todas son confusas y mentirosas, y que lo único que se puede hacer con ellas es señalar que son falsas por ser imágenes. Como los mismos que dicen eso viven en un mundo visible, operan en imágenes ellos mismos, aunque sostienen que no lo hacen y que son tan incorpóreos que ni sus conceptos aluden a lo visible.

    Dentro de un respeto básico a la presencia sensorial que se reivindica a sí misma con toda legitimidad, considero que no hay interpretaciones más auténticas que otras y que una nueva interpretación (un nuevo concepto) es una nueva obra, aunque se ubique en una misma realidad sensorial.

    Por ejemplo, al observar un pato, uno puede relamerse pensando en comérselo, otro puede ver en el pato a un ser adorable y amistoso, otro puede verlo como un símbolo del equilibrio ambiental de la zona, y otro como parte de su lucrativo negocio de paté. Cada uno observará distintos aspectos físicos del pato al mirarlo. En cierto modo no hay un pato más real que otro y hay tantos patos como observadores. El pato no pensará lo mismo, el pobre.

    El defensor de los derechos de los patos tratará de hacer primar su interpretación de la imagen del pato, mostrando lo adorable de dicha criatura. Así, cambiar la interpretación de la imagen puede cambiar la realidad.

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  2. jesusmmorote

    Sin duda tendremos numerosas ocasiones para debatir en el blog acerca de las imágenes y los símbolos. Sin ir más lejos, en la siguiente entrada que has publicado, que también merece comentarios que espero poder hacer en breve.

    Lo que quería expresar con mi comentario anterior a esta entrada de ahora es que aprecio una cierta inconsistencia en las ideas que expones. Comparto tu última afirmación: «una nueva interpretación es una nueva obra de arte». Incluso yo iría más lejos: es que no hay obra de arte e interpretación como dos realidades separadas, sino que la obra de arte es únicamente interpretación. No caben dos interpretaciones distintas de la misma obra de arte, sino que cada interpretación es por sí misma la obra de arte, cada interpretación es una obra de arte diferente.

    Desde este punto de vista, una interpretación de la obra de arte (o de cualquier imagen o cualquier símbolo, para dar una amplitud más general a la tesis) no oculta cosas que otra interpretación sacaría a la luz, como si estuviesen ya en la obra inicial, pero escondidas. Ese «hacer visible lo oculto» a que te refieres, es un concepto preso de la dinámica platónica de lo real y lo aparente, de la verdad y la falsedad como correspondencia imagen-ser.

    El poder, desde esta perspectiva icónica que tratas, lo que intenta es trasladar la idea al súbdito de que hay una realidad auténtica (que paradójicamente es lo ideal, en el sentido platónico) que el propio poder encarna, o que podría ser capaz de encarnar, frente a la falsa realidad (paradójicamente la sensible y aparente, en sentido platónico) en la que vive el súbdito.

    Si la crítica al poder fáctico se limita a oponer a la maquinación simbólica de éste otra maquinación simbólica que se pretende más auténtica que la de aquél, la crítica al poder queda desactivada (digámoslo con frase popular en nuestros días: «quítate tú que me pongo yo») e ineficaz. La crítica al poder, por tanto, no debe consistir en sustituir una interpretación por otra, sino en evidenciar que no hay una realidad que haga unas interpretaciones auténticas y otras falsas, sino que las imágenes son sólo eso, imágenes, y no reflejos de una auténtica realidad subyacente. Para decirlo en términos de Mario Perniola: que no hay imágenes (representaciones simbólicas de lo real), sino sólo simulacros, imágenes sin realidad subyacente, imágenes que sólo se representan a sí mismas.

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  3. tasia1987

    Hola Jesús, gracias por contestar. En primer lugar, creo que la intención de Douzinas solo puede dilucidarse con algunos de sus ejemplos de iconofobia e iconofilia, porque su trabajo hace un análisis de tipo histórico:
    -Iconofobia: En el antiguo Egipto los legisladores observaron que ciertos movimientos, tonos y representaciones artísticas eran dañinas para las personas jóvenes y legislaron una lista de estilos y formas aceptables. Esto afectaba a los pintores y a todos los que representaran los movimientos del cuerpo. Desde una perspectiva contemporánea los egipcios serían los primeros censores, pero también fueron los primeros en observar la influencia del arte sobre los usos y costumbres, repararon en que el arte posee importantes sociales efectos que pueden ser manipulados.
    El legislador griego siguió similares imperativos. Las leyes de Tebas mandaban a los artistas idealizar a los tebanos, con severos castigos para quienes los representasen feos. Los artistas que disfrutaban representando a las personas feas, eran condenados a la pobreza.
    -Iconofilia: El emperador Diocleciano, en la tercera centuria, introdujo en Roma un culto a su retrato, que se consideraba una forma de presencia simbólica del emperador. Los retratos se enviaban a todas las provincias y su imagen estaba en las salas de justicia, presidiendo todos los procedimientos judiciales. Como el emperador no podía estar presente ante todas las personas, era necesario poner una estatua suya en tribunales, mercados, asambleas públicas y teatros. En los actos oficiales la efigie imperial confirmaba que el acto oficial había tenido lugar.
    Los retratos imperiales, además de hacer presente al emperador, hacen presente el pasado, generando un sentido de continuidad del imperio. El emperador ocupa un lugar entre los emperadores pasados y los futuros, una serie que confirma el origen divino. Junto con el sentido de continuidad histórica, otro elemento interesante de cómo el retrato imperial fortalecía al poder era mediante la repetición de una misma imagen. Ello daba lugar a una concepción uniforme de la imagen del emperador y su familia, transmitiendo un ideal de moda y estilo que el pueblo admiraba.
    -Lo sublime: En las ocasiones públicas siempre se veía de lejos a los emperadores romanos, no los podías tocar, de modo que no parecían humanos, causando el efecto en los observadores de estar ante una maravilla de poder divino.
    Los emperadores se muestran distantes, como los reyes de Persia que, para no ser vistos por sus súbditos, les hablaban desde detrás de una pantalla. El templo de Jerusalén tenía muchos velos y cortinas y en Japón solo el emperador podía entrar en el sagrario del templo principal, donde solo había un espejo.

    Al margen de la intención de la tesis de Douzinas, que no estoy segura de si será coincidente con la mía- creo que sí), yo sí sostengo lo que comentas: que es necesaria la sustitución de las imágenes que perpetúan un poder autoritario y excluyente. Hacer visible lo oculto es cambiar las imágenes, del mismo modo que modificar los colores de un cuadro para hacer resaltable el fondo y menos visible el primer plano sería también generar un cuadro nuevo.
    Es necesario dar lugar en el cuadro a esos excluidos de los que hablas. Las imágenes son un modo normal en el que la realidad se expresa y el poder es cuestión, en gran medida, de visibilidad, como expreso con Ranciere en mi artículo sobre «Los movimientos sociales como figuras retóricas subversivas». En cierto modo, una nueva interpretación es una nueva obra de arte. Al menos en un sentido conceptual.

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  4. Jesús M. Morote

    Gracias por el post, Tasia, que plantea la muy interesante cuestión del uso de las imágenes como medio para que el ejercicio del poder sea percibido como legítimo por los sometidos a dicho poder.
    Por mi parte, sin embargo, discrepo del análisis que, según nos explicas, hace Costas Douzinas. En efecto, según creo entender, considera que el poder utiliza ciertas imágenes para reforzar su estatus de poder, y silencia o mantiene (o lo intenta) ocultas otras imágenes que irían contra sus intereses. Sin embargo, en mi opinión, esa tesis está atrapada en el «realismo platónico», según el cual, cada imagen representa una realidad. La cuestión, en mi opinión, debería ser enfocada bajo el prisma de la equivocidad de las imágenes. Quiero decir: no hay imágenes de refuerzo del poder e imágenes que minen el poder; la misma imagen, el mismo icono que refuerza el poder encierra en sí misma la posible y latente crítica al poder. La misma imagen que escenifica el poder puede refutar al poder.
    La cuestión es sumamente importante, porque la doctrina de Douzinas conduce a las tesis de que las imágenes del poder deben, si se quiere implementar un cambio político radical, ser sustituidas por otras. Pero, si así fuera, estaríamos sustituyendo unas imágenes por otras, y no destruyendo el poder taumatúrgico de las imágenes, y eso es precisamente lo que perpetúa al poder establecido.
    La crítica del poder no puede consistir en una sustitución de imágenes, sino en la crítica de la interpretación dominante de una imagen, poniendo de manifiesto no sólo lo que esa imagen muestra (que es lo que interesa a la perpetuación del poder), sino lo que esa imagen oculta.
    Tomando el ejemplo que propones de la parafernalia icónica del proceso judicial en nuestros días, la crítica de lo que la representación escénica en que consiste dicho proceso supone podría hacerse mediante una propuesta de otra imagen o icono alternativo que cuestione la actual. Pero ¿cuál sería? ¿No se trataría de una sustitución de imágenes para mantener el fondo del mismo poder carente de legitimación? Creo que ésa es una vía muerta.
    De lo que se trata, si queremos avanzar en la crítica del poder, no es de sustituir unas imágenes por otras, sino de poner en evidencia lo artificioso y engañoso de elaborar un discurso que convierte falazmente imágenes o simulacros en realidades. Así, centrándonos en el proceso judicial, vemos que ciertos individuos se «disfrazan» con togas y se sientan en estrados, mientras que las partes o los inculpados, visten de paisano, polícromos, en un banquillo situado a inferior nivel físico. La imagen que el poder transmite es la de los «puros» (trasuntos del sujeto trascendental que defiende los intereses generales) juzgando a los «impuros» (el individuo víctima de sus intereses particulares). Esa imagen oculta, con sus negras togas, la individualidad interesada de los detentadores del poder, que defienden intereses tan particulares e individuales como los sometidos a su jurisdicción, pero que presentan como intereses generales. Por tanto, se trata de una imagen que escenifica el poder, pero que, a la vez, oculta que ese poder se ejerce interesadamente.

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