Tasia Aránguez
¿El arte contemporáneo dice algo relevante a la sociedad o es mera vacuidad? Con defensores y detractores efusivos no parece dejar a nadie indiferente.
Andy Warhol: Marilyn
A favor de la tesis: El arte postmoderno es vacuidad
Numerosos filósofos y críticos de arte se han mostrado duros con el arte posterior a la modernidad, calificándolo de frívolo y vacío, de carente de discurso. Adorno, en su Teoría estética, dijo que, tras el nazismo y la barbarie del último siglo, solo los ingenuos creerían que el mundo que ha perdido sus colores los puede recuperar desde el arte. El arte placentero, lejos de ser un lugar reivindicativo, alineándose con el puro entretenimiento, es una burla a los muertos y al dolor acumulado.
El arte postmoderno, según voces críticas, ya no apela a un orden político distinto, no desafía al orden burgués, sino que prima el goce estético como si ello en sí mismo supusiera una subversión, mientras que lo cierto es que conduce al conformismo, al dominio de los imperativos económicos y al éxito social. Los artistas aspiran, según esta opinión, a crear sus “revolucionarias” obras de arte con el soporte de las instituciones del Estado, colgar sus obras en los museos de arte contemporáneo y llenar sus bolsillos de dinero.
Ted Kascinsky sostiene que hoy los artistas parecen temer el trabajo constante y riguroso, no dominan ninguna técnica y optan por un discurso ambiguo y llamativo, que no es en realidad más que facilismo estético. Tras los “fuegos artificiales” no hay nada novedoso. Hoy parece que todo vale y que los artistas postmodernos deciden lo que es arte realizando juegos retóricos que especulan sobre el significado de imágenes dadas en lugar de crear algo nuevo.
Campbell’s Soup Cans. Andy Warhol
Freud, a pesar de ser fuente de inspiración para el arte postmoderno, tenía una opinión no demasiado complaciente con los artistas. Consideraba al artista “un introvertido próximo a la neurosis”, animado de impulsos y tendencias muy enérgicos, que quisiera conquistar honores, poder, riqueza, gloria y amor, pero no tiene medios para ello. Por eso vuelve la espalda a la realidad, y concentra su interés y su libido en retroalimentar esos deseos en su vida imaginativa, viviendo en esa imaginación.
La salida honrosa para el artista es que, gracias a su talento, es capaz de que sus sueños no solo le aporten goces a él, sino que también satisfagan las fantasías y deseos de los demás. Así logra, paradójicamente, satisfacer los deseos reprimidos cuya sublimación dio lugar a la obra de arte. Pero esa salida honrosa del artista no logra suavizar la crítica inicial: el artista construye una realidad imaginativa que no representa más que una huida susceptible de ser compartida.
Ortega y Gasset sostuvo sobre el artista de su tiempo que era alguien elitista y que huye de la realidad. Consideraba que los artistas han dejado de lado su interés por los asuntos humanos y se centran en puras virtualidades. Tenemos obras que solo pueden ser comprendidas por los propios artistas. Es un arte para artistas, y no para la masa común, un arte de casta, y no democrático, “el arte nuevo es arte artístico”. Es un arte que no va más allá de sí mismo, que es un juego y nada más, que no tiene trascendencia ninguna. La crítica de Ortega resuena hoy dirigida hacia el arte actual.
Resulta interesante trazar un paralelismo entre las críticas dirigidas contra el arte postmoderno y las dirigidas contra las llamadas “filosofías postmodernas”. De ellas ha dicho Richard Posner que utilizan oscuras jergas las corrientes como el estructuralismo, el postestructuralismo, la teoría queer o la hermenéutica y que, aunque supuestamente están inspiradas por un interés de transformación política, en realidad desvían las energías intelectuales de sus activistas hacia terrenos inertes para la política, que resultan incomprensibles, extravagantes y ridículos para el público general. En lugar de realizar una acción política práctica e institucional, estos postmodernos sienten que el sistema es inmodificable y no encuentran otra salida para su frustración y su profunda discrepancia con el sistema jurídico, que refugiar sus energías creativas en inventar artificios artístico-filosóficos que llenan su currículum.
Continúa Posner su crítica mordaz: los postmodernos se auto consuelan pensando que esa sofisticación teórica les prepara para el importante papel en la historia de “críticos de la ideología”, de denunciantes de los viejos imaginarios.
Una y tres sillas. 1965. Instalación. Kosuth, J.
A favor de la tesis: es discurso
En opinión de Barragán Pérez y Vélez Montoya, el arte postmoderno, frente a las críticas recibidas desde tantos frentes, da salida a sus deseos de transformación social mediante una serie de propuestas discursivas de calado filosófico. Tales propuestas son coincidentes con los de la filosofía postmoderna, a menudo tan incomprendida como el arte actual.
Una primera propuesta discursiva podría inscribirse dentro de la teoría postestructuralista y deconstructiva. Los artistas intentan acabar con los protagonismos y el personalismo mesiánico, que se consideran propios de otra época y algo que se ha de superar. También, en un fuerte impulso antiformalista, desean acabar con las reglas y los cánones heredados en el arte. Esto da lugar a una defensa de la copia, del “contagio viral”, de estructuras en red como modelos artístico-políticos de subversión.
Otro elemento interesante de este punto de vista es la reivindicación de la metáfora como territorio de lo ambiguo, lo opaco y lo fragmentario. Es un terreno que intenta dar lugar al excluido y que se resiste a establecer categorías clasificadoras de lo real. Lo real desaparece bajo las cadenas de copias y lo alegórico permite articular fragmentos de distintas realidades permitiendo la apertura a múltiples sentidos. Warhol sería un buen ejemplo artístico de esa hiperrealidad de la copia, la articulación de fragmentos y la desaparición de la importancia del artista, en un arte que se diluye en la democracia de lo cotidiano.
Una segunda propuesta, de tintes psicoanalíticos, sería la de la narración. Frente al modelo teórico anterior, se reivindica la subjetividad como modo de visibilidad de los excluidos. Ellos exponen el trauma y enfrentan al espectador a aquello que intentó apartar de la escena. Muestran lo que es considerado abyecto, excesivo o desagradable. Enfrentan al espectador a las contradicciones y a la hipocresía presentes en la sociedad. Lo marginado, lo raro, lo queer, se sitúa en el punto de mira.
Otra propuesta teórica, de corte hermenéutico, sería la del arte como lugar de diálogo. El artista parte del supuesto de la constitución intersubjetiva de toda identidad y entiende que toda obra de arte es una oferta de diálogo, el fragmento de una conversación abierta acerca de la sociedad. Danto sostiene que en el arte postmoderno el único límite es la buena argumentación, la buena justificación, que permita otorgar un sentido y un lugar a la obra de arte.
Como denuncia, esta apuesta teórica permite observar cómo el arte actual es capaz de lavar cerebros y de vender cualquier trivialidad como si fuese interesante. El artista, frente a estos usos perversos de la retórica, debe apelar a su responsabilidad interior, buscar un arte honesto en el que exista una comunicación sincera con el público y logre mover su sensibilidad.

Guerrilla Girls
Conclusión: El arte postmoderno es un fenómeno que posee tantos detractores como admiradores. No puede afirmarse genéricamente que el arte postmoderno carezca de discurso, o que sea una praxis vacía de reflexión, pues, ante la ausencia de los requisitos formales de la modernidad, es el discurso lo que lo sustenta, hasta el punto de que el arte a menudo se diluye en el discurso o en el rótulo que titula la obra.
Las prácticas artísticas postmodernas juegan con la emoción provocada en el espectador, y tienen la necesidad de que su discurso sea comprendido. Cuando el discurso no es comprendido o cuando, directamente, el artista carece del mismo, la obra de arte se desliza peligrosamente hacia la mera pose, los fuegos artificiales.
Freud: «Introducción al psicoanálisis».
José Ortega y Gasset: «La deshumanización del arte»
Richard A. Posner: «Law and Literature».
Fernando Barragán Pérez y Sol Katherine Vélez Montoya: “Sobre la argumentación discursiva en la elaboración de propuestas plásticas”.
Mi modo de entender el arte es que el arte refleja su tiempo, y éste no es un concepto vacío o abstracto, sino tangible, así que el arte posmoderno debe entenderse de lo contrario no puede ser llamado arte, no puede ser llamado arte algo que requiere un texto de apoyo para interpretarse a la manera que decide el autor. porque entonces el artista pasa a ser un escritor y no un artista plastico. En el mundo actual conviven la sociedad industrial con las monarquías y residuos medievales que muchos posmodernos se pasan por alto. El mundo actual es el de la contaminación, el exceso de población, las fábricas, los medios de masas etc.
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Yo me quedo más con la segunda tesis expuesta: el arte posmoderno, al margen de su cualidad puramente estética (si es que existe tal cosa como una pura estética), contiene casi siempre un discurso. Eso no supone reducir al arte a discurso verbal, porque aquí hablamos de discursos que se producen principalmente de modo no verbal (aunque los textos y títulos formen parte de las obras). Habrá discursos más legítimos y enriquecedores, y otros más falaces o vacíos. El arte puede cuestionar al sujeto, reivindicar identidades, denunciar la exclusión, reclamar más democracia, remover el tabú…y todo eso lo hace emocionando, al modo del arte. Hemos de ser críticos para no secundar el arte falaz, la mera mercadería, el intento de tomarnos el pelo; pero a la vez sensibles para captar los mensajes del arte y dejarnos emocionar por ellos. Eso puede transformarnos y conducirnos a la acción.
No creo que el arte sea el escalón más bajo de la cognitividad humana. La belleza se encuentra en el lugar de los fines últimos y de las metas de la vida. Luchamos mucho para tener ese instante de belleza que parece dar sentido a todo. Cuando los fines están definidos los medios aparentan ser lo más riguroso de la vida, pura subsunción. Pero una ciencia sin fines es igual de pantanosa que el arte. Las cosas que son fines en sí mismas parecen más confusas, pero el realidad su valor cognitivo es superior.
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En mi opinión el fenómeno del arte contemporáneo, o postmoderno, no puede ser separado del fenómeno global de la postmodernidad, es decir, la corriente (quizá mejor habría que decir corrientes) de pensamiento que surge del final de la Segunda Guerra Mundial y se extiende hasta nuestros días. En términos filosóficos, el arte contemporáneo está inmerso en la «muerte del sujeto» y el fin de la metafísica. Un inciso: la muerte del sujeto más debería ser llamada en español la muerte del objeto, pues el sujeto a que se refiere deriva del latín «sub-iectum», lo que yace debajo de la superficie, más que de un sujeto entendido como agente.
Ese escepticismo acerca de la realidad subyacente y auténtica frente a las falsas apariencias ha deshecho la ilusión de que nuestro pensamiento es una imagen del mundo (uno de los polos del binomio apariencia-realidad), para reconocerse como mero simulacro, imagen de otra imagen, apariencia de otra apariencia, y no de alguna metafísica realidad «sub-yacente».
Eso ha resultado bastante desestabilizador de toda la concepción humana del mundo y si ha tenido efectos importantes en la Ciencia, cuestionando los valores tradicionales del conocimiento científico basados en la verdad y la falsedad, para ser sustituidos por la falsabilidad, y aún más, lógicamente, por su menor rigor cognitivo, en la Ética, cuestionando el sentido de lo bueno y lo malo, conduciendo a las sociedades contemporáneas al pluralismo axiológico e incluso al escepticismo, los efectos sobre nuestro tercer campo, el de la Estética, han sido devastadores. En efecto, situada ésta en el escalón más bajo de la cognitividad humana, en el ámbito de lo bello y lo feo, del «gusto», no podía dejar de ser la víctima más notable del pensamiento postmoderno.
Si más o menos la Ciencia se va defendiendo con la falsabilidad y, dentro de lo que cabe, todavía se pueden formular discursos más o menos basados en valores morales más o menos justificables o razonables (reparto de la riqueza, conmiseración humana, solidaridad, etc.), en cuestiones de gusto, la cosa se desvanece a ojos vista. Al artista contemporáneo le pasa como al bardo Asurancetúrix del poblado galo de Astérix: las opiniones sobre él están divididas, él opina que es un genio y los demás que es un pelmazo. Quiero decir: que el valor de su obra depende de lo que él diga, pues se nos ha privado de valores del buen gusto que podamos utilizar para evaluar una obra de arte.
Y, a falta de valores para juzgar la obra de arte, ¿qué nos queda sino el valor monetario, el precio? Perniola apunta por ello, sagazmente, que el arte moderno es un complejo artista-marchante-crítico dirigido por la mercadotecnia.
Te refieres, Tasia, a otras interpretaciones del arte postmoderno, pero yo no veo gran diferencia con respecto a la corriente mercantilista del artista-crítico-marchante, porque en lo que se diferencian es que, en vez de competir en el submundo del mercado de las Galerías de Arte y de las Corporaciones y millonarios inversores, compiten en el submundo de la subvención pública y del Museo oficial Contemporáneo a cargo de gerentes afines al político de turno. Pero al final todo es negocio y subsistencia, trasiego de recursos monetarios de unos a otros, maquinarias de rapiñar subvenciones. Que algunos hayan encontrado la piedra filosofal en la mala conciencia de las modernas sociedades occidentales, que parecen gustosas de autoflagelarse subvencionando a quienes les presentan su faz más horrorosa y deprimente, incluso, como dice Herrgoldmundo, literal y materialmente, enseñando la «mierda», no quiere decir que esos «magos del arte», nuevos Reyes Midas, sean revolucionarios.
Y, desde luego, no puedo compartir que el arte pueda ser reducido a discurso. Si es discurso no es arte y si es arte, no es discurso. No me veo «discurriendo» con las latas de sopa Campbell ni con el urinario-fuente de Duchamp.
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Sí, es cierto que en el arte postmoderno existe un discurso. De hecho, en no pocas ocasiones, solo hay discurso en forma de rótulo que todo lo justifica, por abyecta y transgresora que sea la pretendida obra artística: «…hasta el punto de que el arte a menudo se diluye en el discurso o en el rótulo que titula la obra».
Si cojo un cagarro de perro, por poner un ilustrativo ejemplo, y le clavo un palito, puedo justificar la exposición artística del mismo argumentando que estoy representando el maltrato de los humanos (hiriendo a través del palito) a la madre Tierra, cada vez más cerca de convertirse en un estercolero, o cagarro de perro.
Si además soy bueno en el arte de la deconstrucción y la hermenéutica, entonces me puedo pegar un rollo pseudofilosófico para elaborar todo un discurso interpretativo de mi «creativa obra».
¿Hay discurso en el arte postmoderno? Sí, un discurso cínico, porque no son pocos los «artistas» que, aunque sabedores de lo vacuo de su obra, no dudan en justificarla por tal de obtener reconocimiento y publicidad a través de la provocación, la transgresión y la polémica bien calculada.
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