Artículo de Habermas sobre la situación en la Unión Europea

Jürgen Habermas ha dado a conocer su opinión sobre la situación de las relaciones entre Grecia y la Unión Monetaria Europea.

Abrimos este hilo para que quienes lo deseen expongan su criterio sobre el artículo del que quizá es el filósofo vivo de mayor prestigio y sobre los importantes acontecimientos políticos que se están desarrollando hoy en día en las sociedades europeas.

10 comentarios en “Artículo de Habermas sobre la situación en la Unión Europea

  1. jesusmmorote Autor

    Para que se entienda mejor lo que quiero decir con el uso que se le está dando al concepto de «pueblo» como herramienta de cierto discurso político, dos recientes ejemplos.
    Marine Le Pen en El País:
    http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/11/actualidad/1436623981_334433.html
    Juan Carlos Monedero en El Confidencial:
    http://blogs.elconfidencial.com/espana/tribuna/2015-07-12/el-paso-de-las-termopilas-de-la-reestructuracion_924141/
    Que cada cual saque sus conclusiones sobre ese concepto de «pueblo» (siempre seguido de un adjetivo: griego o francés) y sus consecuencias discursivas.
    Sobre pueblos y referendos habrá que seguir hablando desde la perspectiva de la Filosofía política. Estoy preparando un post sobre ello.
    Sobre el tema de la violencia, tal vez es que a ti no te afecta, porque nadie ofende a tus creencias. Si algún día alguien le suelta dos hostias (y no de las consagradas) a quienes entran con intención de ofender en lugares de culto religioso al grito de «poder clitoriano», a lo mejor te empiezas a enterar de lo de la violencia. Por el momento eso no se ha dado, pero vamos camino de ello.

    Me gusta

  2. tasia1987

    Nada, cuestión aclarada. Yo tampoco tengo un conocimiento muy profundo sobre el origen de ese concepto de «Europa de los pueblos». La primera vez que lo escuché o leí fue en el contexto de la justificación de la existencia de representación institucional propia de las comunidades autónomas y regiones en Bruselas. Parece ser que existió un debate sobre si las regiones deben verse representadas o no mediante sus propias oficinas, dado que estas tienen una identidad propia (tanto étnicamente como institucional) que la Unión Europea no tiene intención de eliminar (pues en efecto, tienen esa representación propia).

    Este concepto, por tanto, conecta también con la cuestión sobre las relaciones de poder y representación entre las instituciones de los distintos niveles territoriales de la Unión. El concepto implica una determinada manera de ver Europa, vinculada a la voz de los pueblos culturales que la integran y a la participación democrática de los mismos. Esa voz se supone que no debe ser fagocitada por el nivel supraestatal formado por las instituciones europeas.

    Yo veo estupendo el uso del referendum en todas las cuestiones salvo en aquellas que van sobre el cuestionamiento de derechos de minorías. Pues el único límite a la democracia son, bajo mi punto de vista, los derechos humanos. Este no es el caso y, por tanto, el referendum me pareció una lección de democracia a una Europa que la tiene muy descuidada.

    Violencia social no veo, en principio. Al contrario, veo a las poblaciones muy pacíficas para la asfixia económica que están sufriendo. Sí veo violencia económica (y coacción) contra el «pueblo» (sujeto soberano y conjunto jurídico de ciudadanos).

    Me gusta

  3. jesusmmorote Autor

    Mi comentario se redujo a esa observación sobre el concepto de «pueblo» porque sobre las demás cuestiones que aparecen en tu comentario, Tasia, creo que ya me había pronunciado en mis dos mensajes precedentes, y poco más tengo que decir de nuevo. No creo que haya descalificado tu comentario, o no era mi intención.

    El caso es que la cuestión de la «Europa de los pueblos» sí que presenta una nueva perspectiva en el debate, aunque creo que no tiene mucho que ver con el artículo de Habermas, y si lo tiene, sólo de forma indirecta. En su acepción tradicional, si no estoy equivocado, y entendiendo «tradicional» en un sentido bastante lato, pues el tiempo que lleva en funcionamiento el proyecto político Europa no es muy largo, por «Europa de los pueblos» se venía entendiendo la atención que desde una organización política transnacional que nació como un Mercado Común, es decir, una simple unión aduanera, se venía prestando, según evolucionó dicha organización hacia instituciones cada vez más integradoras, al peligro de que, en esa unidad económica y, cada vez más, política, se disolviera la enorme diversidad que hay en el continente europeo, con lenguas y culturas muy diversas, que constituyen un patrimonio cultural que no debía perderse en ese proceso unificador.

    Pero la palabra «pueblo» es sumamente equívoca. En la acepción que acabo de decir se acerca al inglés «Folk», de donde viene folclórico, o sea, etnia cultural.

    Pero no creo que cuando se habla del «pueblo griego» en el contexto del artículo de Habermas, se hable de eso, sinceramente. Lo que me preocupa del discurso que vengo oyendo últimamente (y no sé si compartes, porque en tu último mensaje parece que te acercas más a la acepción que acabo de reseñar, aunque no quede claro del todo) es que no se utiliza el concepto «pueblo» en ese sentido antropológico y de riqueza cultural, sino como una entidad política a través de la cual ciertos movimientos y partidos políticos, por ejemplo, Syriza en Grecia o Podemos en España, pero también el Front National en Francia o Amanecer Dorado en Grecia, unidos en apoyar el «no» en el referéndum griego, pretenden deslegitimar el Estado de Derecho (como sistema político vigente hoy en los países llamados democráticos) y derribarlo. No en vano se denomina a esos movimientos «populistas», que viene del latín «populus», es decir, pueblo. Es un fenómeno perfectamente apreciable en el furor por los referendos utilizados como arietes frente a las decisiones tomadas por las instituciones constitucionales y los procesos legales de toma de decisiones en las democracias.

    Perdona Tasia, si el tono de mi mensaje te ha parecido un tanto áspero, pero me da la impresión de que nos estamos jugando muchas cosas importantes para la convivencia pacífica, por lo que, atendiendo a los precedentes históricos del concepto político de «pueblo», opuesto a Estado, entiendo que hay que actuar con toda la energía posible para oponerse a la destrucción de ese Estado de Derecho a que me refería más arriba. No tengo mucha confianza en ello, a decir verdad, porque el radicalismo de posiciones y el uso de instrumentos de violencia social (por el momento casi nunca violencia física) está creciendo de forma, a mi entender, alarmante. Pero por lo menos, en lo que a mí respecta, me quedaré con la conciencia tranquila de haber puesto cuanto está en mi mano, que es sólo de orden discursivo, para evitar el desastre y la confrontación civil.

    Me gusta

  4. tasia1987

    J. Morote, no paso por alto el hecho de que no has entrado en el fondo de los argumentos que he expuesto y aún así has descalificado mi post comparándolo con los que, a tu parecer, son discursos de caos conceptual y discursos desencajados. No me queda claro si realmente has leído mi post, o si a raíz de un término que he usado en el primer párrafo, al que vinculas una serie de prejuicios, me has atribuido un montón de tesis que ni siquiera expones para que pueda decir si las comparto o no.

    Ante una crítica tan difusa resulta difícil dar respuesta racional, pero aún así traduciré tu post por interrogante ¿qué quieres decir con Europa de los pueblos?, ¿hablar de pueblo es lo mismo que hablar de nación?

    Cuando realicé mi Máster en Derecho Constitucional Europeo de la UGR, antes de que apareciera Podemos, por cierto, realicé un trabajo titulado “¿Existe un pueblo europeo?” el tema lo escogí en una lista, no lo inventé y, en mi trabajo traté la cuestión de “¿Qué es un pueblo?” (podemos conectar este concepto con algunos significados del término nación, pero no con todos) y también traté la cuestión a la que apuntas de “¿Cómo se compaginaría institucionalmente la hipotética existencia de un pueblo europeo con la de pueblos estatales y con pueblos regionales?”, “si la soberanía reside en un pueblo, y existen pueblos que integran a otros pueblos ¿dónde reside la soberanía?”

    Son cuestiones que requieren una pausada reflexión. No obstante diré brevemente que a favor de que Europa es un pueblo podemos decir que tiene una historia compartida, unos referentes culturales comunes y una muy antigua voluntad de unidad; en contra podemos alegar que existen lenguas distintas, diferencias culturales y, sobre todo, que no existe una opinión pública europea (comunidad de comunicación) lo suficientemente sólida como para generar intereses que se sobrepongan a las perspectivas nacionales.

    Nadie duda de que en Europa existen múltiples “pueblos”, entendiendo por tales, tanto a los Estados, como a las regiones (con culturas propias) que los integran y que gozan de presencia institucional específica en la arquitectura jurídica de la Unión. Europa tiene el reto de unir una inmensa diversidad. En este sentido, es ya un viejo término comunitario ese de la Europa de los pueblos.

    No veo inconveniente en que la soberanía resida parcialmente en distintos niveles, según las materias. Pero lo que es imprescindible es que tras la soberanía haya siempre un pueblo, lo que requiere de una opinión pública donde se produzca una deliberación racional, informada y democrática. Parece que Europa aún no es un pueblo en este sentido, aunque caminemos hacia ello.

    Me gusta

  5. jesusmmorote Autor

    A raíz de este comentario de Tasia, me gustaría llamar la atención sobre la aparición de un nuevo icono léxico de cierto discurso que se va propagando, el de «pueblo». De la Europa de los pueblos habla Tasia. Expresión, por otro lado, que veo aparecer de continuo en ciertos medios de comunicación de propaganda política bien patente.

    ¿En qué se diferencia ese concepto, «pueblo», de otros como país, nación, Estado-nación? El confusionismo y el caos conceptual se hacen cada vez más evidentes, a medida que las herramientas conceptuales de algunos no permiten analizar los acontecimientos porque éstos, tozudos ellos, no se pliegan a su discurso.

    Me llamó la atención, a raíz de esto de los pueblos, y su carácter de palabra-comodín para discursos desencajados, lo que dijo Miguel Urbán, dirigente de Podemos que, en ausencia de Pablo Iglesias, apareció por la plaza Syntagma en un mitin de campaña por el «NO» en el reciente referéndum griego. Este Urbán, manifestó, que «Queremos mostrar la solidaridad de los pueblos del estado español con el pueblo griego». He aquí el enlace a la noticia:
    http://www.elconfidencial.com/mundo/2015-07-05/el-mensaje-de-podemos-a-los-griegos-y-la-bola-de-cristal_915171/

    Hummm… ¿Por qué no del pueblo español con el pueblo griego? ¿O del pueblo español con los pueblos griegos? ¿O de los pueblos del estado español con los pueblos del estado griego? ¿O del pueblo español con los pueblos del estado griego? ¿O….?

    Menos mal que en el «Estado español» nos conocemos todos y ya sabemos de qué pie cojea cada uno. Aunque no sé muy bien si eso de la Europa de los pueblos, llevado al terreno eurocomunitario, se refiere a los pueblos del Estado español o al pueblo (al parecer uno y no más) del Estado griego.

    Me gusta

  6. tasia1987

    Esta crisis de la Unión Europea ha enfatizado las dos almas del proyecto europeo: el de la Europa “organización internacional”, y el de la Europa “federación de Estados”. El primero interesa a los que no quieren más que una organización que facilite los intercambios económicos entre Estados soberanos, y también a los que quieren unas empresas multinacionales capaces de saltar sobre los Estados, legislando por encima de su campo de acción. El segundo modelo interesa a los que sueñan con una Europa de los pueblos, que dejé atrás las guerras del pasado, asentada sobre la paz, la solidaridad, la democracia y la cultura común, constituida especialmente por los derechos humanos como principal herencia de occidente.

    La Unión Europea, en su funcionamiento teórico, posee elementos de ambos tipos: de organización internacional, el Consejo; de Federación de Estados, el Parlamento y el Tribunal de Justicia. Luego tiene, en su funcionamiento teórico, elementos tibios como la comisión (a medio camino entre ambos modelos) o en Banco Central Europeo (supuestamente independiente y tecnocrático).

    Si en su funcionamiento teórico hay elementos de organización internacional, el funcionamiento real enfatiza aún más esta alma de la Unión: el Parlamento tiene escasas competencias y es un cementerio de elefantes y un trasunto de las políticas nacionales, el Consejo (los primeros ministros los países) tiene todo el poder, auxiliado por representantes de los Estados del denominado “Eurogrupo”. La Troika (mezcla entre la Unión Europea y otras organizaciones internacionales aún menos democráticas y muy preocupadas por intereses económicos espurios) no tiene ni siquiera la legitimación democrática indirecta que tienen las instituciones antes mencionadas.

    En conclusión: la crisis ha evidenciado que la Unión Europea es (siendo muy benévolos) una reunión de representantes de Estado en la que cada Estado persigue sus propios intereses; siendo más realistas, es una reunión de representantes de Estado en la que cada representante persigue sus propios intereses electorales; y, siendo realistas también, es una reunión de representantes de Estado en la que cada Estado persigue los intereses de sus acreedores.

    En la práctica, la única institución efectiva propia de una federación ha sido el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que ha creado, vía jurisprudencial, la mayor parte del edificio jurídico de la Unión.

    El problema es que el Euro, sin una federación de Estados europeos, es una moneda débil. Un área monetaria óptima necesita una integración fiscal, y una integración fiscal requiere de una integración política. Los ciudadanos europeos no queremos una integración política sin democracia. De modo que es necesaria una democracia a nivel europeo, como mínimo, con las mismas cotas de democracia que tienen los Estados nación, y a ser posible con mucha más.

    ¿Puede lograrse esto en la Unión Europea? Esa es la cuestión. Mientras tanto, la única garantía de los niveles de democracia y de derechos fundamentales alcanzados reside en los Estados. La Unión es un risk de egos buscando poder político. La Unión parece haber perdido el rumbo.

    Le gusta a 1 persona

  7. jesusmmorote Autor

    Pero es que, Javier, incurres en la misma imprecisión que Habermas. Aun estando todos de acuerdo, incluyéndome a mí, en que es necesario avanzar hacia una unidad política, lo que habrá que definir, antes de ir dando pasos, es qué modelo de unidad política queremos, si uno a imagen y semejanza de los Estados-nación tradicionales, u otro modelo de unión política más flexible.

    Creo que la Unión Europea es una experiencia política nueva, sin precedentes, y de ahí el enorme interés que presenta. Evaluar ese fenómeno con los conceptos tradicionales decimonónicos de Estado-nación y soberanía nacional (como están haciendo los dirigentes griegos, por ejemplo, y tantos comentaristas políticos que escuchamos estos días) conduce a errores de cálculo y a contribuir al caos institucional.

    La Unión monetaria, con la creación del euro y el Banco Central Europeo, es una muestra muy significativa del camino hacia la unidad política sin la creación de una Europa Estado-nación, sino conviviendo con los Estados-nación de los países miembros. Los países que decidieron ingresar en la zona euro decidieron dejar en manos del Banco Central Europeo la política monetaria, reteniendo, sin embargo, las decisiones de política fiscal. Pero eso sólo puede verse así hasta cierto punto, pues la adhesión a la Unión monetaria, si no formalmente, sí que supone, necesariamente, ciertas prácticas y usos de política fiscal consistentes con la política monetaria seguida por el BCE. Si algún país no entendió eso (y me parece que no sólo Grecia, sino también algunos otros) estaba claramente equivocado. Eso, en mi opinión, aparecía meridianamente claro y resultó hiriente y hasta burlesco que el entonces Vicepresidente Económico del Gobierno español, Rodrigo Rato, llegara a decir que una cosa era la convergencia real y otra la convergencia nominal.

    La distinción entre política monetaria y política fiscal se basa en la distinción entre los bienes y servicios «reales», los que realmente subvienen las necesidades humanas, y el dinero, un mero símbolo de intercambio instrumental, obligado por la evidente ineficacia de un sistema económico de trueque.

    La política monetaria consiste en decidir el volumen de la masa monetaria, la cantidad de dinero a disposición de una economía. La política fiscal, por su parte, mediante los impuestos y el gasto público, redistribuye bienes y servicios reales entre la población.

    Lo que ocurre es que los países institucionalmente débiles y mal estructurados acuden con frecuencia a la demagogia de repartir bienes y servicios (aparentemente de forma gratuita) con un nivel impositivo real muy bajo (por imponer tipos de gravamen bajos o por no hacer efectiva la aplicación de los tributos consintiendo niveles elevados de fraude fiscal). Entonces aparece el fenómeno denominado «inflación como impuesto». La inflación consiste en un incremento elevado de los precios, una de cuyas causas, quizá la principal, es el incremento de la masa monetaria. Si los bienes y servicios son los mismos y el Gobierno pone cada vez más dinero en circulación, los precios monetarios de tales bienes y servicios no pueden sino crecer cada vez más. Pero el gobernante, de momento, recibe el apoyo de una población mal informada que cree que el Gobierno reparte caramelos gratis, porque el ciudadano no paga impuestos o paga poco.

    Pero si un país deja en manos de una autoridad transnacional la política monetaria, no tiene capacidad alguna para aumentar la masa monetaria, y su Gobierno ya no puede financiarse mediante la inflación (emisión de moneda) y o bien reduce su gasto público, o bien aumenta sus impuestos. De ahí que la Unión monetaria tenga que acabar, tarde o temprano, en una Unión fiscal. Y, tarde o temprano, habrá que ir hacia una convergencia de políticas sociales, laborales, de relaciones internacionales, etc. Y eso sin necesidad de una autoridad suprema que se erija en represente de soberanía nacional alguna.

    Y si algún país quiere reivindicar su «soberanía nacional» en términos de política fiscal, tendrá que abandonar el euro. Y, entonces, en vez de la convergencia reclamada por Habermas, caminaremos hacia la disgregación.

    Me gusta

  8. jajugon

    Comparto el planteamiento de Habermas sobre la necesidad de superar la lógica de los estados nación que a día de hoy no nos permite ir más allá de un juego de intereses enormemente miope y rígido, en el que se dan con frecuencia situaciones como la del dilema del prisionero, que impiden llegar a situaciones objetivamente mejores para todos. Y si Europa pretende ser un actor internacional de peso, no puede gastar semejantes energías ni sufrir este deterioro en imagen y legitimidad discutiendo un problema que afecta a un 2% del PIB europeo. ¿Qué capacidad de reacción y de gestión ofreceremos si la cosa se pone fea con Rusia, con el EI o con China? ¿quién asegurará que se mantiene el ámbito planetario de mayor bienestar social? ¿quién liderará un posible cambio de paradigma en el uso de la energía o de los recursos naturales? ¿quién liderará la orquestación diplomática, mientras la ONU siga teniendo el papel secundario que le conceden los estados-nación?

    Ahora bien, sobre tu objeción a la postura de Habermas, Jesús, entiendo que debe ser respondida antes de esta situación: una Europa unida políticamente (de forma federal, probablemente, respetando la idiosincrasia particular de tantas nacionalidades y culturas, como no sucede en EEUU, por ejemplo) habría gozado de una legitimidad en sus instituciones que hoy por hoy está en entredicho. Si la negociación entra en vía muerta es en gran medida porque los interlocutores no se respetan como tales. La maniobra para derrocar al gobierno de Syriza es poco disimulable, con muchos intereses transversales (incluyendo los de Rajoy por asociar a esa eventual derrota la potencial de Podemos), de forma que se respeta su representatividad mientras sirva para la aceptación de condiciones difícilmente cumplibles; pero se cuestiona el procedimiento democrático cuando se pretende obtener mayor legitimidad en las urnas de un referéndum. Del otro lado, la legitimidad de la Troika también está políticamente en cuestión. La de la UE – probablemente la menos mala en estos términos – agrega sin embargo posiciones orientadas a la opinión pública de cada país aislada en su particular problemática, y no tanto a la de todos los ciudadanos europeos (un tema de circunscripciones, al fin y al cabo). Todo ello, además, tamizado por el enorme juego de presiones que los lobbys ejercen en Bruselas. Y si esto puede decirse de la UE, qué no podría decirse de organismos como el FMI o el BCE de más que discutible legitimidad democrática, sospechosos incluso de estar trufados de intereses que rozan la corrupción.

    En un escenario en la que los ciudadanos europeos participasen más directamente de la vida comunitaria a través de partidos, pero también sobre instituciones de la unión con poder político real para administrar una fiscalidad común, por ejemplo, difícilmente habríamos llegado a esta situación y, si hubiera llegado, habría sido en unos términos bien diferentes. Y por ahí creo que van los tiros del planteamiento de Habermas.

    Le gusta a 1 persona

  9. jesusmmorote Autor

    Es muy de agradecer la aportación de Habermas para situar en perspectiva los difíciles momentos que se avecinan para la Unión Europea. Creo que, sea cual sea la salida del laberinto griego, las cosas en la zona euro no van a volver a ser como antes y, por tanto, es importantísimo disponer de ideas claras sobre los fines de la Unión, para que el proceso no se desarrolle de forma errática, sino dirigido hacia un objetivo bien definido.

    Estoy fundamentalmente de acuerdo con las ideas de Habermas, que no son nuevas en este filósofo, acerca de la profundización en la unidad política europea: «La unión monetaria seguirá siendo inestable en tanto que no sea completada por la unión bancaria, fiscal y económica. Pero esto significa (…) que la unión monetaria debe desarrollarse para convertirse en una unión política». En esas frases se trasluce la idea motriz de sustituir los Estados-nación de los países miembros como sujetos políticos fundamentales, por una Unión Europea que sustituiría a dichos sujetos políticos. Sin embargo, hay algo que Habermas no acaba de perfilar, lo que introduce bastante confusionismo (e incluso posibles contradicciones) en su análisis subsiguiente. Ese nuevo sujeto político, Europa, ¿debería ser una nueva expresión, si bien con mucha mayor amplitud territorial y demográfica, de un Estado-nación al uso o debería revestir una nueva forma institucional que dejara atrás, obsoleto, el concepto de Estado-nación decimonónico? Esa es, para mí, la clave del asunto.

    Al no dejar clara su postura sobre esa cuestión, Habermas incurre en confusión: «El resultado de las elecciones griegas representa el voto de una nación que se defiende con una mayoría clara contra la tan humillante como deprimente miseria social de la política de austeridad impuesta al país». Pero, si tomamos la perspectiva de una Europa-Estado-nación, poco importan aquí las elecciones griegas, puesto que la voluntad de una mínima parte de la ciudadanía europea no puede condicionar ni ser tenida muy en cuenta en la configuración de Europa. Lo relevante sería la voluntad de todos los ciudadanos europeos, y no sólo la de los griegos.

    Pero si huimos del modelo de Estado-nación, y consideramos el proyecto europeo como otra cosa distinta y, hasta el momento, desconocida en el ámbito de la teoría y la filosofía política, no podemos rechazar ni criticar que el desarrollo del debate Grecia-Troika se haya producido en términos de conflicto de legitimidades democráticas de los distintos Estados miembros de la Unión.

    El proyecto europeo, y en ello veo yo uno de sus mayores atractivos, es un proyecto flexible, donde ni siquiera la lista de países miembros está cerrada (como, por ejemplo, ocurriría en EEUU, o en España y sus Comunidades Autónomas), sino que las adhesiones se han ido produciendo progresivamente y sigue abierta la lista de países aspirantes, como Turquía o Serbia, y las puertas para quien quiera marcharse están totalmente abiertas. Por lo tanto, no podemos, si no queremos desnaturalizar la esencia institucional y jurídica de la Unión Europea, dejar de tener muy en cuenta la conformación de voluntades particulares dentro de los Estados-nación miembros.

    Y eso obliga también a tener muy en cuenta las «responsabilidades» de los ciudadanos de cada Estado en sus decisiones políticas, sea a través de elecciones, sea mediante referéndum. Y por eso Habermas no anda atinado cuando aplaude que los griegos exijan «hacer posible que la economía y la población explotada por elites corruptas tengan la posibilidad de volver a ponerse en marcha». Porque ¿qué elites corruptas son esas sino las que los griegos han ido designando para gobernar Grecia desde hace ya más de 40 años, los trascurridos desde la dictatorial Grecia «de los coroneles»?

    Viene aquí a cuento lo que ya apunté comentando el hilo de este blog que Javier Jurado abrió para reflexionar sobre «ciencia y técnica como ideología» del propio Habermas. Si la elección del «mejor gestor» se hace por un pueblo aborregado y adormecido por el opio de un «Estado del Bienestar» insostenible (pues sólo se atiende a su efecto placentero inmediato, sin tener en cuenta las consecuencias perniciosas para la salud), como apunta Habermas al identificar la «ciencia y técnica como ideología», y su elevación del «resultado económico» al altar de la ideología política vigente, nadie sino el propio pueblo aborregado puede ser culpable de ello. Que piense a quién vota y las consecuencias de hacerlo.

    Y se pueden apreciar también las inconsistencias del dualismo habermasiano a que nos referíamos en aquel otro post. Porque si unos Estados-nación miembros de la Unión europea optan por dirigir la acción política de gobierno bajo el principio de “acción racional con respecto a fines”, y otros, en el legítimo uso de su libertad, se rigen mediante la “interacción simbólicamente mediada”, lo que no es razonable es que éstos últimos, cuando su acción fracasa por no haber sido «racional respecto a fines», demanden a los primeros disfrutar de los éxitos alcanzados por una acción racional que los segundos habían rechazado en favor de otros principios decisorios. Vamos: la fábula de la cigarra y la hormiga en términos de política comunitaria.

    Si se pretende, como postula Habermas, una «unión política», hay que entender que en esa línea va, precisamente, la propuesta de la Comisión Europea a Grecia, que contiene medidas sobre pensiones, mercado de trabajo, sistema impositivo, etc. Es decir: medidas políticas para que Grecia marque el paso de esa nueva unidad política. Puede discutirse el mecanismo de legitimación representativa de orden europeo de quienes «parten el bacalao» en Europa; pero, desde luego, tienen el respaldo seguramente de muchos más ciudadanos comunitarios que el respaldo de Tsipras y su Gobierno. La unión política significa que todos los ciudadanos se tendrán que someter a parecidos sistemas sociales, laborales y económicos. Lo que no vale es querer los beneficios de la acción racional respecto a fines mientras se opta por la interacción simbólicamente mediada como modo de vida económico y político nacional interno.

    Me gusta

  10. pulpo

    Hace unos días leía esto en la prensa europea «http://t.co/x68zpUV7vM» y hoy leo esto otro «El gobierno de los banqueros» Todo ello más otros comentarios y artículos así como noticias del estado de este país y lo que se le está haciendo, entre ellos, nuestro gobierno, viendo un posible enemigo de cara a unas próximas elecciones, me produce una gran desazón.
    Hasta la monja Forcades anda ejercitando su derecho a opinar o a inmiscuirse en la vida de los demás pontificando. Unos así y otros incordiando.
    No se que han hecho realmente los griegos. Probablemente no han sido ellos si no sus anteriores mandatarios ayudados de la demonizada troika , no se lo que hicieron o quieren hacer pero me produce una tremenda inquietud y desasoiego. Entresacando frases de Habermas que no voy a repetirlas invitan a rebelarse. Malas horas para europa ¿Cual va a ser el próximo paso? Se justifica hasta la guerra civil. No hay límites para la estulticia ni para la codicia humana. ¿Y nuestra deuda, no importa nuestra deuda?

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario