El asalto imposible a un cielo vacío

Jesús M. Morote

Pablo Iglesias, el líder de la más reciente y rutilante formación en el panorama político español, ha lanzado un grito de guerra: «El cielo no se toma por consenso, sino por asalto». Pero ¿acaso hay algún cielo que asaltar? Eso, que Iglesias da por supuesto, no está tan claro.

Pablo Iglesias

Pablo Iglesias en un mitin reciente

El concepto de la utopía tiene un origen indudablemente religioso en la representación de un reino de Dios ultramundano que daría sentido a la vida. A partir de ahí se reconstruye la idea en la Filosofía occidental como meta final de una acción política revolucionaria, que propone un reino de los cielos aquí abajo, una utopía como lugar que no existe (del griego oú-topos: no-lugar, lugar que no tiene lugar) pero que podría tal vez existir: no hay por qué esperar al Juicio Final en el cual, definitivamente, se hará Justicia; podemos anticipar ese final feliz construyendo en la tierra una sociedad perfecta. Pero, ¿es esa propuesta una mera ilusión o puede considerarse como algo realmente factible?

La Filosofía no se hace la pregunta de si un mundo feliz como ése ha tenido alguna vez una realidad histórica; contestar a esa cuestión corresponde a los historiadores, aunque seguramente la respuesta es que no ha existido nunca un mundo así. Pero, evidentemente, eso no significa que no pudiera tal vez llegar a existir.

Así, el marxismo predice el triunfo de la revolución y la realización histórica de la utopía. Pero esa predicción carece de suficiente fundamento, a pesar de los intentos de Marx por vestir sus deseos con la terminología de la entonces emergente ciencia llamada Economía Política; pero se incurriría en el mismo vicio argumentativo en que incurría Marx si predijésemos, sin fundamento alguno, que no tendrá lugar dicha realización histórica. Un filósofo, a diferencia de un científico, no se mueve en los límites de lo puesto, sino en los límites de lo posible. Y, a diferencia de un adivino, “dice” lo posible, no “predice” la realidad futura.

En este sentido, es ingenuo pensar que una propuesta que se percibe como imposible, algo que se sabe irrealizable, puede servir de motor para que llegue a ser realizable. Si alguien propone ir a El Dorado, lugar que creo existente, y quiero ir allí, me pondré en camino en dirección hacia donde creo que se halla, aunque ciertamente no sé si podré llegar, puesto que mil obstáculos pueden frustrar mi objetivo (incluyendo el que efectivamente no exista El Dorado, cosa que yo ignoro). Pero si alguien me propone ir al País de Nunca Jamás, lugar que sé inexistente, no me pondré en camino, entre otras cosas porque, aunque quisiera, no sabría ni en qué dirección dar el primer paso. Quiero con ello decir que para que una utopía funcione como motor político tiene que ser factible o realizable, tener “factibilidad” (no realización cierta, pero sí, al menos, posible).

Utopía

Ahora bien, en mi opinión, el análisis filosófico nos muestra lo ilusorio de tal pretensión. Un análisis riguroso debe partir de una definición de la utopía. Y yo propongo la siguiente definición de ese concepto: «Utopía es una sociedad cuyas normas jurídicas coinciden exactamente con preceptos éticos; una sociedad en la que las leyes son perfectamente morales«. Un análisis de ese concepto nos obliga a huir de conceptos nebulosos y ambiguos de la Ética y a proponer, a su vez, una definición clara e inequívoca de ésta en su vertiente social y política: «Una sociedad perfectamente ética es aquélla en la que no hay víctimas ni verdugos«.

Ciertamente, en una sociedad perfectamente ética (es decir, utópica) no se puede evitar la existencia del dolor físico, de la enfermedad, de la muerte. Pero no es ése el problema que nos ocupa. El uso que hago de la palabra «víctima» es algo más restringido que el ordinario. Lo que aquí llamo víctimas no son las víctimas de un accidente o de un terremoto: estamos hablando de víctimas sociales; es decir, no es condición suficiente para ser víctima haber sufrido un daño: es preciso, además, haber sufrido un agravio, una ofensa. ¿Y qué es una víctima social? Una víctima social, siguiendo al filósofo francés Jean-François Lyotard, es aquél al que se le niega la palabra, aquél que resulta silenciado, socialmente invisibilizado, pues se le impide expresar su discrepancia respecto de los hechos sociales que se le pretenden imponer. Las víctimas del holocausto lo son no por haber sido aniquiladas físicamente (una catástrofe natural también produce muertes masivas), sino porque a través de esa aniquilación se silencia al discrepante; no se trata de la aniquilación física, sino de su reducción al silencio permanente, a un agravio continuo y perenne del que no pueden escapar.

No hay un discurso universal y absoluto, sino sólo discursos heterogéneos que no pueden ser reducidos a un “lenguaje general”. Si hubiese un discurso universal, en éste estaría ya incorporada la última palabra, un último enunciado que no admite respuesta posterior; sin embargo, en el discurso humano cada nuevo enunciado requiere que sobre él se encadene siempre otro desde el mismo momento en que ha sido pronunciado. Pero al encadenar un enunciado cualquiera con el enunciado precedente, los posibles otros enunciados quedan sin actualizar y, en ausencia de un régimen de enunciados o género de discurso con autoridad universal, los demás regímenes o géneros no actualizados sufren un agravio. Hace su aparición la discrepancia y, potencialmente, la víctima.

La utopía, sin embargo, tiene como presupuesto (aunque sea ideal y nunca realizado históricamente) la posibilidad de un género de discurso universal, en el que hay una última palabra, que no admite respuesta ni discrepancia. Si efectivamente existiera esa última palabra, la palabra final a la que no se admite posterior respuesta, aún quedarían numerosos (infinitos, realmente) enunciados sin «actualizar» nunca, sin hacerse efectivos jamás; y los discursos potenciales que hubieran podido surgir de tal encadenamiento sufrirían un agravio, cosa contradictoria con la utopía, entendida como lugar perfectamente moral, en la que, por definición, no hay agravios, no hay agraviados, no hay víctimas. Pues ¿qué utopía sería aquélla en la que hubiera víctimas?

El cielo que propone Iglesias, por tanto, es pura ilusión, es un imaginario formulado con fines políticos. Se basa en la falsa creencia de que puede haber un mundo sin discrepancia, un mundo monolítico de pensamiento único, donde nadie disiente porque no hay nada de qué disentir, porque el universo social y político ha dicho ya su última palabra y alcanzado su culminación; un mundo en el que, como expresamente dijo en su frase, no cabe el «consenso», y ello porque no cabe la discrepancia. Y eso, un mundo en el que no se pueda enlazar la última palabra, el último enunciado, con otro posterior, es filosóficamente imposible. Políticamente, sin embargo, sí es posible silenciar a los discrepantes y dejar a las víctimas sin voz. Esperemos que no sea en eso en lo que están pensando los utopistas del momento presente.

Puntos de apoyo

Tomás Moro: «Utopía»

Javier Muguerza: «Razón, utopía y disutopía», en «Desde la perplejidad»

Jean-François Lyotard: «Le différend» (La discrepancia)

14 comentarios en “El asalto imposible a un cielo vacío

  1. G.V.J.

    A mí me aburre ya ese demonizar o santificar a Podemos, cuando todo eso está claro que forma parte del mismo circo político, ya da igual con que colores se maquillen, en todo el congreso de diputados no ha quedado ya ni una sola voz crítica al modelo económico que es la causa central y primigenia de toda desigualdad social. Es decir, ni podemos ni ciudadanos ni los partidos tradicionales van ha mover un dedo para atajar las verdaderas causas de una situación de radical injusticia, ni van a dejar de servir a sus amos los dueños del gran capital. Por lo tanto todo el debate que tenéis montado en esta entrada es pura cháchara.

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  3. jesusmmorote Autor

    Aunque por ninguna de las dos vías se pueda alcanzar un cielo imposible, siempre es preferible que se abandone la vía del «asalto». Esperemos que no se reemprenda ésta cuando aparezcan los que no forman parte de los consensos y se manifieste la discrepancia. Pero desde luego el pluralismo latente en un consenso es buena señal.

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  4. jose luis blasco alonso

    Nada de acuerdo con tus propuestas. Supongo que en este momento me siento como un pez que nada contracorriente. nadar contracorriente en este país es muy fácil porque casi todos nadan en la misma dirección se tenga o no razón. Se ha impuesto una forma de pensar por la que hay que pasar para poder estar de acuerdo. Lo podemos hacer con ejemplos o con lo que dice la prensa que es la única que opina y pobre de ti si te sales del guión
    Este es el ejemplo más corriente. No gustan las ideas de este político o de otros que comulgan parecido (¡Que blasfemia comulgando unos desalmados que no creen en Dios y parecen ser comunistas!) A la vista está como se ha volcado la prensa, la única que existe, es monocolor, toda ella converge hacia un punto que es hacia la ideología del partido gobernante ya digo que pobre de tí si piensas de diferentemente manera. Y yo me atrevo a pensar diferente. Seamos objetivos hasta la Iglesia española se permite opinar o dar las directrices de como se ha de gobernar, de como se ha de enseñar y de como hay que comportarse en la vida (para ejemplo una de las grandes preocupaciones de la Iglesia en general de sus últimoss conflictos de sus clérigos , de algunos de ellos) para mí tambvién tolerancia 0.

    He leído por ahí historias del tamayazo de sus connotaciones y no me dicen Uds nada de quien se aupó con la presidencia, de como la utilizó de como se ha comportado ella y sus adláteres. Todo bien excepto lo que hacen otros. ¿La critica alguien que no sea público que de manifestaciones? ¿la prensa, para volver al punto de partida? Se marchó no sabemos por qué y vuelve otra vez y nadie dice nada . Eso sí el restop de los mortales que se dedica a la política está equivocada ellos no , lo hacen todo bien. ¿Se acuerdan como fue el ataque tan feroz a la legislatura de zapatero o de otros presidentes o alcaldes? Vamos ahora alo otro lado, todo está bien, su política económica sus hechos sus trampas sus delitos o sus presuntos imputados en las múltiples jurisdiciones y conflictos.
    Doy por hecho que no se ha de publicar porque el disenso no se admite pero seguro estoy de que nado contracorriente y que mi capacidad de analizar es tan objetiva como la opuesta

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  5. jesusmmorote Autor

    Ya sé que el argumento no es tuyo, Javier, no te tengo por tan mal lógico.
    Tengo que corregir mi observación de que «más de la mitad de la población» incurre en vicio de aplicación indebida del «modus tollens». Más bien habría que decir «casi la mitad de la población». Acudí al dato de memoria y ésta me ha fallado; lo tomaba del libro «Hablar y pensar, tareas culturales» de Honorio Velasco (UNED, 2003), página 526: «Desde los trabajos de Wason (1966) se sabe de la dificultad mayor que conllevan los razonamientos según el modus tollens y por el contrario de la facilidad de conclusión con el modus ponens. Las pruebas realizadas con adultos en la sociedad occidental moderna indican que mientras el 100% de los sujetos hacen conclusiones lógicamente válidas con modus ponens, el porcentaje de los que hacen inferencias válidas con modus tollens está, según diversos trabajos, entre el 52% y el 69% (Ballesteros, 1994)».
    O sea, que, si bien algo hay de optimismo y pesimismo antropológico, también a algunos nos gusta tener en cuenta los datos observacionales. Y, evidentemente, no se puede negar que el mal uso de un modus tollens, como el del relato al que te refieres, va a generar engaño y error en casi la mitad de la población (y en provecho del que ha perpetrado tal falsedad lógica en su relato).
    La valoración del uso por determinado partido o «movimiento social» de un modus tollens tan flagrantemente falso queda ya a juicio de cada cual, pero no creo que puedan ignorarse para valorar un discurso los datos sociológicos que acabo de facilitar.

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  6. jajugon

    1. El argumento no es mío, sino del relato.
    2. No hay tal falacia: según el relato, es necesario hacer política de otra forma si se quiere intentar hacer algo nuevo. Pero, por supuesto, nada garantiza que ello se vaya a conseguir. Creo que de esto son también capaces de darse cuenta los electores españoles, al menos en su mayoría.
    3. El optimismo o el pesimismo antropológico de cada uno definen en gran medida la sensibilidad ética y política subjetivas. Sin caer en la ingenuidad, creo que las personas sólo se comportan como mayores de edad si se las trata como mayores de edad, o sólo las personas pueden dar lo mejor de sí, si se confía en ellas. Pero allá sensibilidades de cada uno.

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  7. jesusmmorote Autor

    Lamento no compartir tu benévola opinión, Javier, sobre la madurez de los electores españoles, que según supones dan por supuesto que lo del «asalto al cielo» es una figura retórica. Ojalá pudiera yo pensar lo mismo.

    En todo caso, no sé hasta qué punto ese tipo de figuras exageradas sean, en política, algo recomendable, y más aún lanzadas por las buenas a esas masas empobrecidas y desesperadas que nos pintas.

    Pero más allá de esas apreciaciones, me parece digna de destacar esta frase de tu comentario: «Su uso [el de la figura retórica del asalto al cielo] parece claramente argumentativo dentro de un relato: como la desigualdad y la corrupción son consecuencia de la vieja política, es necesario hacer nueva política». Lo destacable es que ese argumento muestra una clarísima falacia lógica, pues es evidente que del enunciado «si continúa la vieja política, entonces se mantendrá la desigualdad y la corrupción» no se deduce, en absoluto, que «si no continúa la vieja política (si adviene la nueva), entonces no continuará la desigualdad y la corrupción». Es ese un uso malísimo del «modus tollens», que confunde una condición suficiente con una condición necesaria, y enormemente falaz porque muchos estudios demuestran que más de la mitad de la gente incurre en ese vicio lógico o no es capaz de detectarlo cuando se le ofrece como argumento.

    No sé si tu opinión optimista acerca del elector español, Javier, que sería capaz de no confundir una figura retórica (el «cielo» de Iglesias) con una expectativa real, también alcanza a su capacidad para detectar un erróneo «modus tollens».

    En todo caso, unos modos discursivos éstos que, en mi opinión, no auguran nada nuevo, más allá de la posible discusión sobre la conveniencia de un cambio político en España, que de eso no estamos tratando ahora.

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  8. jajugon

    A estas alturas de partido, es difícil creer que, salvo algunos ingenuos, la mayoría crea que es posible traer el reino de los cielos a la tierra, o alcanzar la felicidad absoluta por nuestros propios medios, como hemos hablado en esta otra entrada. El marxismo de nuestros días ha sufrido considerables revisiones, reteniendo sus elementos y categorías más potentes para tratar de explicar la realidad y prever la evolución de la historia. Pero aun así creo necesario distinguir el ejercicio político – que no deja de ser una lucha por el poder para transformar la realidad – del fundamento filosófico que pretende legitimar dicho ejercicio.

    En este sentido, en el ejercicio político los fundamentos de rigor filosófico siempre se emplean de forma sesgada. Así, esta expresión de Iglesias, ya presente en los poemas en los que Hölderlin rescataba la figura de los titanes de la mitología griega, es sobre todo conocida por ser común a la retórica comunista, pronunciada por Marx a propósito de la aspiración de la Comuna de París y presente en multitud de obras y consignas del comunismo. En aquellos años, la pobreza del proletariado y de los campesinos que comenzaban a desengañarse de la promesa ultraterrena y opiácea de un cielo ajeno a este mundo era tan palmaria que caló esta expresión que invitaba a la acción política, raptando del imaginario religioso ese cielo que traer a la tierra. En este caso, el contexto de indignación, desigualdad, pobreza y corrupción lacerantes en los que irrumpe el proyecto político de Podemos y en el que se emplea esta expresión de nuevo es conocido por todos. Su uso parece claramente argumentativo dentro de un relato: como la desigualdad y la corrupción son consecuencia de la vieja política, es necesario hacer nueva política. Y para cambiar realmente las cosas que han alcanzado tal nivel de gravedad y perversión es necesario contar con el apoyo de una mayoría social, pues el consenso con aquella vieja política, tan hipotecada de intereses en contra del cambio, no resultará fructífero.

    Arengar a la ciudadanía con estas consignas puede analizarse bajo la óptica de un engaño que promete la factibilidad de la utopía, como le es propio a los totalitarismos, o como la expresión emotiva de un proyecto que pretende ilusionar y cambiar las cosas en un contexto de indignación, de crisis política y de duras servidumbres tras la crisis. La estrategia del partido de Iglesias construye un relato político trenzado de conceptos y categorías que, como los de cualquier otro relato, son criticables y cuestionables, pero que además de elaborar una argumentación teórica van acompañados de dosis emocionales probablemente necesarias ante la desafección de la política, que siempre pone en peligro a las democracias. Es osado que lo hiciera con una arenga comunista, aspirando a una mayoría social que sin embargo, también está escaldada de los fracasos del comunismo. Pero es difícil cuestionarle el éxito que de momento parece estar teniendo en esta movilización ciudadana tan desafecta de la política hasta ahora.

    El cielo que propone Iglesias podrá ser ilusorio, aunque aún está concretándose en un programa que el electorado no va a perdonar. A estas alturas de la historia, en el ocaso de las ideologías y con las cicatrices históricas de las guerras mundiales y los totalitarismos, especialmente la dictadura franquista, es difícil asumir que la sensibilidad ciudadana, en una democracia que va atesorando ya cierta madurez, vaya a ser ingenua al respecto. Comparto que es importante advertir del peligro de los populismos que no se explicitan y rehúyen el debate de ideas en el que es imprescindible la pluralidad. Tendremos que ver con atención y crítica si esos niveles de participación democrática interna – hasta ahora ejemplares para otros partidos – y sus pronunciamientos sobre el radical respeto al juego democrático permanecen en el tiempo.

    En definitiva, recogida tu advertencia, tampoco parece extraño que la formación de Iglesias plantee la posibilidad de construir un cielo. Aunque sea con minúscula. El acuciante crecimiento de la desigualdad en España tras la crisis, pionero en toda la OCDE, o los niveles de corrupción política y de las instituciones del Estado, parece que dejan mucho espacio para construir razonablemente algunos cielos posibles, que al menos alivien a los que se han ido quedando atrás en esta crisis. Desde luego, lo que está por ver es que las políticas adoptadas hasta aquí hayan sido capaces de construir algo mejor, vendidas además como la única alternativa posible, como si quienes discrepan de ellas fueran unos locos, unos ingenuos o unos totalitarios.

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  9. jesusmmorote Autor

    Estimado David (y voy a tutearte porque, como firmas con tu nombre y apellidos, sé quién eres y, por tanto, creo que nuestros ya años de amistad me permiten esta licencia que con interlocutores desconocidos no me atrevería a tomarme), la condición humana es débil, ciertamente, y muy alejada del sujeto trascendental que todos nos formamos como imagen ideal. Por consiguiente, nada nuevo bajo el Sol; y que un partido sea nuevo no significa, claro está, que sus componentes pertenezcan a una especie de «hombre nuevo», sino que surgen del caldo de cultivo de nuestra propia sociedad.

    Lo que a mí me ha preocupado, por lo tanto, no es esa labilidad de la condición humana de los líderes de Podemos, que ya daba por supuesta, sino un mensaje excluyente de los discrepantes; por eso facilité el enlace del artículo de El País del que me informó otro lector del blog. Una de las cosas más preocupantes del mensaje del «asalto al cielo» es el rechazo del consenso y, por tanto, del diálogo, y, por tanto, de la discrepancia. Veo demasiadas alusiones al «otro», bajo distintas denominaciones: los ricos, los neoliberales, la casta, como para obviar que el «cielo» de que habla el líder de Podemos se constituye excluyendo a, y a costa de, otros. Es evidente que ese discurso de Podemos parte de la misma premisa que la expuesta en mi post, que es imposible una Utopía para todos. En consecuencia, la Utopía que se propone pasa por no permitir la discrepancia, por someter al estatus de víctima a quien disiente de ese Paraíso.

    Al parecer, ya hemos olvidado las lecciones de Auschwitz, Hiroshima y el Gulag. ¡Qué olvidadiza es la memoria humana, cuando alguien piensa que tiene algo que ganar en su provecho! Se podría argüir: pero es que es muy diferente hablar de masacrar al rico que de masacrar al judío. Craso error: el «judío» sólo es el disidente. Franco reunió en un mismo grupo a los judíos, a los masones y a los comunistas. Pero si nos preguntamos: ¿qué era, para los nazis, un judío?, la cosa es peliaguda. No era una condición religiosa, pues se discriminó como judíos a declarados ateos (muchos filósofos, por ejemplo, de la Escuela de Fráncfort); ni era una condición de estirpe, pues, al igual que ocurrió en EEUU con las leyes de pureza de sangre contra los negros, no hay nada más difícil que establecer dicha pureza. Realmente un judío (como un «rico») es una etiqueta para el disidente o, sencillamente, el muñeco de paja que impide al «buen pueblo» (alemán o español) alcanzar sus fines: es un simulacro del mal en el mundo que impide alcanzar la Utopía. Y, como expongo en el post, esa Tierra Prometida es inexistente; aunque funcione muy bien como señuelo para electores incautos.

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  10. jesusmmorote Autor

    Estimado Jake, no sé muy bien cómo interpretar su comentario.

    Podría tratarse de un par de preguntas retóricas que, en realidad, vendrían a significar que no está usted de acuerdo con las tesis expuestas en mi post. O podría tratarse de plantear la cuestión de si mis tesis no estarán conduciendo a un conformismo con lo fáctico, a un inmovilismo político.

    Voy a suponer que no se refiere usted a lo primero, puesto que no ha argumentado nada en contra de mi tesis de que la utopía es un imposible. Pero, entonces, si lo que pretende usted es suscitar lo segundo, reformularé la cuestión. Puesto que la utopía es imposible, ¿significa eso que no hay posibilidad de disponer de un criterio valorativo que nos diga si unas propuestas políticas son mejores que otras, es decir, que no hay modo de determinar qué propuestas políticas son más «éticas» que otras?

    Mi respuesta a esa pregunta es que no, que sí podemos tener criterios que nos permitan calificar unos regímenes políticos, sociales y económicos como mejores que otros. Lo que ocurre es que ése es un debate diferente al que yo suscito en el post, que simplemente, y como cuestión previa a este segundo debate, pretendía evidenciar una desconfianza hacia mensajes políticos falaces y mentirosos, que engañan a ciudadanos poco avisados prometiéndoles algo que, sencillamente, es imposible.

    Sin abrir un nuevo debate, que tiempo habrá, seguramente, para ir abriendo en el blog, me gustaría solamente, y desde la constatación de que una sociedad perfectamente ética es imposible, plantear dos alternativas extremas que se nos presentan como referentes éticos posibles. ¿Cuál de estas dos sociedades sería más ética, o preferible desde el punto de vista moral: a) una sociedad de 40 millones más uno de habitantes en la que 40 millones viven en la perfecta felicidad a costa esclavizar a uno solo, o b) una sociedad en la que 40 millones de habitantes más uno viven en una felicidad imperfecta, pero sin que ninguno de ellos sea esclavizado por los otros? La respuesta que demos a esa pregunta creo que nos proporciona un criterio para valorar si una sociedad o una propuesta política es mejor que otra.

    Dejo ahí la pregunta que, como digo, no está contenida en la tesis que defiendo en el post, que es otra: sencillamente, que no puede haber una sociedad en la que los 40 millones más uno de ciudadanos sean todos perfectamente felices.

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  11. David Feltrer Bailén

    Ética y política se escindieron históricamente con el advenimiento de la Modernidad. El Príncipe (manuscrito en 1513 y publicado en 1532), de Nicolás Maquiavelo, es la obra cumbre que muestra esa escisión. Desde entonces (puede que antes) ética y política han seguido caminos distintos. Y a día de hoy incluso podríamos advertir que la política está siendo barrida por la economía. Por tanto, ¿alguien cree que una formación política en concreto va a volver a entroncar con el espíritu político-ético de la Grecia antigua? No lo creo.

    No hay, como dice el señor Morote, ningún cielo que asaltar, sino, en todo caso, la ambición maquiavélica de llegar y mantenerse en el poder. Ambición que, dicho sea de paso, comparten todos los grupos políticos. Pero eso deja a la formación de Iglesias a la misma altura que esa casta con la que decían querer terminar.

    Los señores de Podemos son perfectamente conscientes de que sus consignas éticas no tienen cabida en el panorama político contemporáneo. No en vano, en cuanto se les ha indagado un poco han empezado a aflorar comportamientos ciertamente reprobables propios de una casta corrompida. Y es que el pasado de los dirigentes de Podemos está lleno de irregularidades: becas falsas, empresas sin trabajadores que facturan un pastizal, recepción de gran cantidad de dinero procedente de países tan «democráticos» como Venezuela o Irán y etc. Vamos, nada bueno: ninguno ha dirigido ninguna empresa con miles de trabajadores, nininguna ONG ni nada relacionado con las virtudes que predican. Ya desde la antigüedad tardía algunos filósofos, como Séneca, desconfiaban de los predicadores de la virtud. Las buenas acciones normalmente no se predican. Se hacen desde el más absoluto anonimato y ya está.

    Decía el señor Pablo Iglesias que «nosotros pactamos con Irán porque todo el mundo lo hace» (puede buscarse la cita por Google). Ahora bien, si Iglesias está dispuesto a pactar con Irán, entonces no se diferencia en nada de esa casta con la que decía querer acabar. Porque de hecho, se ha convertido en casta incluso antes de llegar al poder, que no al cielo.

    La gente de Podemos ha visto la oportunidad de asaltar el poder aprovechando el tirón de la crisis. Las crisis económicas son el caldo de cultivo para la surgida de lo peor del alma humana: los vendeconsuelos o salvapatrias y los nacionalismos.

    En Podemos tontos no son, desde luego. Es más, son más listos que la mayoría de sus adversarios y también tienen más estudios que ellos. El problema, empero, es que las recetas que traen son harto viejas y no han fructificado en los países donde se han «materializado»: Corea del Norte, Venezuela y alguna que otra «dictadura del proletariado», donde los derechos humanos no existen y donde la disidencia está prácticamente prohibida.

    Recientemente acaba de dimitir el señor Monedero, auténtico ideólogo del partido político Podemos. No deja de ser ciertamente alarmante que una de sus empresas haya facturado casi medio millón de euros con un solo trabajador en plantilla: él mismo. Si todas las empresas españolas hiciesen lo mismo, no habría servicios sociales. Ahora bien, si el señor Monedero y los señores de Podemos se aplican en privado las políticas económicas liberales (artificios para pagar los menos impuestos posibles), ¿por qué no llevan eso mismo en su programa político? Es la pregunta que les espetaba hace unos días en TV el economista liberal Juan Ramón Rallo. Es decir, en Podemos quieren asfixiar a impuestos a todo hijo de vecino. Pero para ellos, prefieren las políticas liberales. Tiene bemoles la cosa: el comunismo económico para el pueblo, mientras que el capitalismo para la casta de comunistas que forman la cúpula del partido. Una cúpula que, dicho sea de paso, no duda en sacar la guadaña a la mínima que alguien ose apartarse lo más mínimo de los dogmas establecidos. Y así, han surgido últimamente un montón de partidos satélite que se dicen descendientes de Podemos o que directamente dicen representar a Podemos. Evidentemente, todos quieren un pedazo de pastel. Y hay quienes no están dispuestos a que Iglesias y los suyos se lleven toda la tarta.

    Una tarta que se va desinflando a medida que van saliendo a la luz las contradicciones de los predicadores de la virtud. De ahí el interés de la formación magenta en que haya elecciones generales cuanto antes. Saben que que cada día que pasa van perdiendo votos. Se les está viendo el plumero. Aunque algunos ya sospechábamos desde el primer momento: las viejas ideas de 1917 no pueden traernos nada bueno.

    Por último, no se me escapa que Podemos es, en parte, una creación televisiva permitida y alentada por el PP. El bueno de Arriola piensa que si surge un partido de extrema izquierda muchos de sus antiguos votantes volverán a votar la opción menos mala: el PP. No olvidemos que la mayoría de votantes lo hacen, no a favor de un partido político, sino contra otro. Sin embargo, no contaban en el partido de la gaviota con el nuevo fenómeno de moda: Ciudadanos.

    Mientras tanto, vamos a ver cómo los más probable es que en Andalucía el PSOE de los ERE (1.800 millones de euros de dinero público sustraído) vuelve a perpetuarse gracias al apoyo de Podemos. Es decir, gracias a Podemos lo más probable es que la casta andaluza que lleva en el poder más de 30 años pueda continuar. Todo a cambio, eso sí, que de Teresa Rodríguez sea Vicepresidenta y de que su pareja, ‘Kichi’, sea alcalde en algún lugar. Y ésa es la realidad. ¿Dónde queda, pues, la ética? Pues en los libros que casi nadie se lee, para variar.

    ¡Y estos son los que decían que querían acabar con la casta!

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