La crítica de Dostoievski a la cultura occidental (III de III)

Héctor J. Ibáñez Durá

Frente a la visión planteada por ¿Qué hacer?, calificada habitualmente de «utópica», se alza Dostoievski, a quien, recién llegado de Siberia, todo lo anterior sonaba a befa. Su experiencia con toda clase de presos, desde criminales impenitentes, hasta cleptómanos irreparables, pasando por mercenarios deshumanizados, instigadores políticos, etc., le hizo advertir la profunda complejidad del alma humana, a menudo contradictoria. ¿Cómo era posible –se preguntaba– que aquella turba de los peores delincuentes del país fuese en ocasiones capaz de mostrar la mayor clemencia y benevolencia entre sus compañeros presos?

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La reacción literaria de Dostoievski aparece un año después, en 1864, cuando publica Memorias del subsuelo. En este momento, está convencido de que la naturaleza humana no es ni fundamental ni esencialmente buena; y cree que un hombre, siguiendo un aspecto de su naturaleza, puede escoger y desear el mal siendo consciente de que lo está eligiendo −este es uno de los puntos en los que se anticipa a la moderna psicología−. El principal defecto del hombre, entonces, consiste en la continua ausencia de una conducta moral. Para nuestro autor, toda la historia de la humanidad es la historia de la irracionalidad humana. En palabras del protagonista de El adolescente, propuestas como las de Chernishevski no son sino un «espantoso confinamiento en las teorías y una ignorancia absoluta de la vida».

Memorias del subsuelo

La historia del funcionario del «subsuelo» es la crónica de un grito desesperado; lanza su proclama a voz en grito, harto de darse de bruces continuamente contra «el muro de la semiciencia»: «Sólo los burros y los bastardos pueden hacerse los valientes, pero eso solo hasta que se vean delante del famoso paredón». Las primeras páginas se abren con el siguiente envite:

«¿Quién fue el primero que dijo, el primero que proclamó que el hombre hace marranadas solo porque ignora sus verdaderos intereses y que si se le instruyera debidamente, si se le abrieran los ojos para ver aquello en qué consisten sus verdaderos y auténticos intereses, al instante dejaría de hacer marranadas y se volvería bueno y noble, porque siendo instruido y comprendiendo verdaderamente dónde están las ventajas, encontraría su propia ventaja en la bondad, pues como es bien sabido para todos, nadie obra a conciencia en contra de sus propios intereses, y en consecuencia, también él, se vería necesariamente obligado a hacer el bien?»

Pedro I

Comoquiera que la teoría de Chernishevski defiende cierto determinismo conductual, entonces habríamos de aceptar que, por ejemplo, un corte de mangas es susceptible de ser previsto de acuerdo con una serie de cálculos y demostraciones, puesto que dicha decisión no podía no tomarse, en función del conjunto de factores previos que determinaban ese corte de mangas. Mediante el análisis científico de tales determinantes, la predicción y su posterior rectificación, podría alcanzarse el fin deseable moralmente bueno para todos. Esto se traduce, en la Rusia decimonónica, en las consecuencias derivadas de la reforma burocrática impulsada unos dos siglos antes por Pedro I «El Grande», en virtud de la cual introdujo la «Tabla de rangos». En general, la corriente eslavófila fue muy crítica con las reformas que impulsó, al contrario del ala occidentalista, que solía valorarlas muy positivamente. La principal motivación de la tabla era clasificar, distribuir, catalogar y racionalizar al máximo en catorce grados todos los órdenes de la vida. La pertenencia de un individuo cualquiera a un rango buscaba denotar su posición jurídica, pero también la social, laboral, económica e incluso cultural, todo ello bajo parámetros pretendidamente racionales.

Sin embargo, medita el protagonista, cuando el sentido común y la ciencia concluyan la misión de reeducar la naturaleza humana y la orienten adecuadamente, dirán entonces que el hombre ni ha tenido ni tiene voluntad, y que no es más que un «teclado de piano», que muy por encima de él existen las leyes de la naturaleza, y que todo cuanto él haga no brota de su deseo, sino de esas leyes. Será entonces cuando empiecen a publicarse enciclopedias éticas, en las que todo aparecerá bien calculado y anotado. No habrá lugar ya a la rebelión puesto que « ¡se trata del dos por dos son cuatro! La naturaleza no va a consultarlo con usted». En ese momento, habrá sido concluida la construcción del «Palacio de cristal», lugar eterno e indestructible en el que no se podrá hacer un corte de mangas a hurtadillas. Sin embargo, de este modo podrían aparecer consecuencias peligrosas. En concreto, si todos los actos se codifican de acuerdo con leyes naturales, bastará que el hombre las descubra para así dejar de responsabilizarse de sus actos.

9788074842764Como es el caso mencionado en El idiota, en que se relata el asesinato de seis personas por un joven cuyo abogado, en descargo de aquél, aduce que su estado de pobreza lo condujo «naturalmente» a matar. Por otro lado, continúa el funcionario, si algún día se encontrara una fórmula que explicara de qué dependen nuestra voluntad y nuestros caprichos, y se formularan la leyes que los rigen, entonces sería muy probable que dejáramos instantáneamente de desear. En el momento en que la voluntad se alíe con la razón, razonaremos y ya no desearemos, pues no se podrá desear nada que no esté contemplado por la razón. El ser humano se convierte ineludiblemente en un individuo servil, atado por completo al férreo mandamiento de la ley natural. Finalmente, sentencia que todos esos alabados sistemas explicadores de la humanidad no son más que «cuestiones de logística», una engañifa. ¿Cómo es posible saber con exactitud qué es lo realmente beneficioso para alguien en determinado momento? ¿Por qué habría de aportarle alguna ventaja y no al contrario?

La idea dostoievskiana de que la naturaleza humana se revela demasiado compleja, como para reducirse a cálculos racionales, es transversal a toda su novela madura. En el juicio contra Dimitri Karamázov, el fiscal dice de él que representa a la «Rusia natural»: «Nuestro estado es aún el de la naturaleza, somos el bien y el mal en una asombrosísima mezcolanza, somos amigos de la ilustración y de Schiller, pero al mismo tiempo escandalizamos por las tabernas y tiramos de la los_hermanos_karamazovbarbita a los borrachos, compañeros nuestros de bebida»; en El idiota, Ferdyschenko confiesa haber robado dinero sin saber el motivo: «Cogí el billete y me lo metí en el bolsillo sin saber por qué. No sé lo que me pasó, no lo entiendo»; el protagonista de El jugador manifiesta: «Pero una cosa sí haré notar: que últimamente me ha sido, no sé por qué, profundamente repulsivo ajustar mi conducta y mis pensamientos a cualquier género de patrón moral. Era otro patrón el que me guiaba…», y posteriormente, tras conseguir cuatrocientos federicos de oro en cinco minutos: «Debiera haberme retirado entonces, pero en mí surgió una extraña sensación, una especie de reto a la suerte, un afán de mojarle la oreja, de sacarle la lengua […]. Ni siquiera entendía lo que había pasado».

Para el hombre del «subsuelo», un sujeto de este tipo, espontáneo, es un tipo auténtico, normal y libre, porque en todo caso seguirá conservando lo más preciado e importante de la naturaleza humana: su personalidad, su individualidad. Además, parece que el rasgo más característicamente humano reside en que el hombre intenta a cada minuto demostrarse a sí mismo que es un hombre, y no un simple engranaje en una maquinaria; y con tal de ello, haría lo que fuese, «hasta convertirse en un troglodita». Esto último es la justificación de todos los abusos que el funcionario cometerá en la segunda parte de la novela. Abotargado por su miserable vida burocratizada, la cual no sabe vivir, porque apenas le ha transmitido nada, escapa del «subsuelo» para demostrarse que aún es capaz de manifestar su libre albedrío:

«Hay un caso, y solo uno, en el que el hombre puede, conscientemente y a propósito, desear para sí mismo algo que sea incluso perjudicial; algo estúpido, sí, de lo más estúpido, a saber: tener derecho a desear algo que le sea absolutamente estúpido sin estar sujeto a obligación de desea sólo cosas inteligentes para uno mismo».

Pero también se pone en lugar de sus imaginarios contendientes, quienes podrían replicarle que no se trata de privar a nadie de su voluntad, sino de procurar conseguir una convergencia entre su libre albedrío y los intereses normales de la Naturaleza. A lo que responde del mismo modo: en todo caso se trata de modificar nuestras costumbres y corregir nuestra voluntad conforme a las exigencias de leyes racionales. ¿Qué libertad podría nacer de ello? El hombre no necesita una voluntad virtuosa, que le sea provechosa, sino ante todo una voluntad autónoma, que ha de lograr cueste lo que cueste. El «dos por dos son cuatro», denuncia, ya no es vida, sino comienzo de la muerte. Al ser humano le gusta inventar e iniciar nuevos caminos, tiende naturalmente a vivir de modo «inmediato». Para Dostoievski, no hay nada más lamentable que una persona pierda el instinto y la intuición de percibir dónde se esconde la «fuente de la vida». Pero es indudable que el hombre tiende apasionadamente a la destrucción. En este momento se pregunta: «¿No será que si tanto ama la destrucción y el caos es porque instintivamente teme la consecución del fin que alcanza con la construcción del edificio?», es decir, del «Palacio de cristal». Incluso llega a plantearse si tal vez la finalidad a la que tiende la humanidad consista en ese ininterrumpido proceso de consecución.

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El error de Chernishevski y de los que piensan como él −se está dirigiendo fundamentalmente al socialismo− es no haberse percatado de que el conflicto social no tiene su génesis en el seno mismo de la sociedad, sino en las íntimas y profundas contradicciones que todo individuo vive en su seno. Contradicciones, por lo demás, insolubles en sí mismas y en modo alguno incorregibles por doctrinas racionalistas, ni elucubraciones científicas. El ser humano no es una dimensión finita sobre la cual pueda realizarse cálculos determinantes y definitivos; es básicamente libre, nunca deviene una conclusión.

El rechazo cultural a Occidente

En opinión de Dostoievski, la doctrina recogida en ¿Qué hacer? es producto de las ensoñaciones provocadas por la ilustrada fe occidental en la ciencia y en el progreso. Razón y ciencia son para él lo que para F. Bacon eran los «ídolos». Pero el hombre es hasta tal punto aficionado a las deducciones abstractas, que siempre está dispuesto a distorsionar la verdad intencionadamente y a negar la certeza captada por los sentidos, con tal de justificar su lógica. En el relato El sueño de un hombre ridículo, incluido en Diario de un escritor, de abril de 1877, recoge esta visión dándole un matiz irónico en boca del protagonista:

«No obstante, hemos descubierto la ciencia y gracias a ella encontraremos de nuevo la verdad, que ahora aceptaremos de manera consciente. El conocimiento es superior al sentimiento; la conciencia de la vida, superior a la vida. La ciencia nos revelará las leyes, y el conocimiento de las leyes de la felicidad es superior a la felicidad».

En sus novelas abundan alusiones, anécdotas ejemplarizantes e historias que tienen por fin exaltar el ingenio del sencillo carácter ruso en relación con el potente ordenamiento teórico de la ciencia occidental. Léase, en El adolescente, la historia que Pedro Hippolitóvich narra acerca de una gran piedra, situada en medio de una calle, que estorbaba al zar Nicolás I siempre que la atravesaba con su caballo. Otras advertencias de la ocasional inutilidad de la ciencia están basadas en vivencias reales del novelista, como las relatadas en El jugador:

“[Algunos jugadores] se sientan con papeles llenos de garabatos, apuntan los aciertos, hacen cuentas, deducen las probabilidades, calculan, por fin realizan sus apuestas y… pierden igual que nosotros, simples mortales, que jugamos sin combinación».

La frustración provocada por el continuo desperdicio de dinero en los casinos de Europa marcó inevitablemente su rechazo a la tradicional concepción de la aritmética y cálculo como ciencias exactas. Algo impedía el acoplamiento de tal disciplina con los hechos de la vida misma. Y el esforzado intento de encajarlos solo conducía a su ruina económica, a endeudamientos. Muy significativamente, en esta misma novela el francés Des Grieux recomienda a la impetuosa Antonida Vasílevna, en medio de una partida de ruleta, que utilice las probabilidades, que es preciso anticipar las probabilidades. Entonces empieza a citar cifras, deduce la mejor opción y se la recomienda a la vieja Generala, que sigue su consejo. El resultado es la pérdida de todo su dinero, inicialmente destinado a sufragar los gastos de construcción de una iglesia. Encontramos aquí los elementos más importantes de la crítica: Occidente, encarnado por Des Grieux; la racionalidad científica, representada por el cálculo de probabilidades; el arrebatado y dubitante temperamento ruso, simbolizado en la figura de la Generala; y la perversión del bien, al malograr la inicial intención de contribuir a la fe ortodoxa.

Por otro lado, en Los hermanos Karamázov la carta de «carácter matemático» es la prueba definitiva que condena injustamente a Dimitri, en contraposición a la postura adoptada por Aleksiéi, quien encuentra inocente a su hermano por una mera cuestión de confianza en su intuición, en sus sentimientos. El abogado defensor desaprueba el modo de conducirse del fiscal: «estaba en el huerto, por tanto él es quien ha matado […] Con estas dos palabritas: “por tanto”, queda todo resuelto, se monta toda la acusación: “estaba, por tanto él es”. ¿Y si no fuera “por tanto”, aunque él haya estado en el huerto?».

El hombre del «subsuelo» dice no poder estar seguro de sí mismo porque es incapaz de encontrar la causa primaria en la que apoyarse:

«Si me pongo a reflexionar, compruebo que cualquier causa primaria arrastra consigo otra, aún más primaria que la anterior, y así, sucesivamente hasta el infinito. Precisamente en ello está la esencia de toda conciencia y de todo pensamiento. Esto nuevamente debe de ser propio de las leyes de la Naturaleza».

Cuantos más conocimientos abstractos adquiere, tanto más se aleja de la «vida viva».

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De algún modo Dostoievski parece haber intuido que es falsa esa imagen del hombre, nacida en el Renacimiento e hipostasiada en el siglo XVIII, de ser autónomo, racionalista, fraterno y abanderado de la búsqueda de la verdad. En la segunda parte del siglo XIX esta concepción parece haber sido socavada. G. Lukács ha aportado un interesante elemento de juicio en este conflicto:

«Y no deja de ser significativo, aunque sea una pura coincidencia, el que su debate [del irracionalismo] de principio en torno a este tema tenga por punto de partida precisamente la geometría y la matemática. En todo caso se trata de encontrar, en relación con esto, los límites de las notas determinantes del entendimiento, su carácter contradictorio, el desarrollo y el impulso ascendente del movimiento dialéctico que aquí se opera hacia la razón».

Y más adelante añade una aguda cita de Hobbes:

«No dudo que, de haberse tratado de algo que atentase contra los derechos de propiedad de alguien o, mejor dicho, contra los intereses de quienes tienen en su mano la propiedad, el principio de que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos, habría sido controvertido o, por lo menos, habría tratado de ahogarse quemando todos los libros de geometría, hasta que los interesados hubieran pedido hacerlo valer».

Conviene no perder de vista la profunda conmoción general, no sólo en Rusia, que causaron los estudios de N. Lobachevski en materia de geometría no euclidiana, publicados en 1833. La imagen milenaria de una ciencia, la geometría, inamovible, firme, que parecía haber encerrado todo su «corpus» de conocimientos en una coraza de certeza inexpugnable, quedaba ya minada para siempre. En cualquier caso, a lo largo de la historia la razón no ha podido delimitar claramente el bien del mal; es más, en el caso de la semiciencia, que para Dostoievski es sinónimo de «socialismo», los ha confundido, los ha desdibujado, pues los conceptos del bien y del mal son exclusivos de cada pueblo, no algo universal.

Lobachevski

Dostoievski no resta importancia al papel que la ciencia desempeña en la vida del hombre, sino que la valora positivamente, pero en su justa medida. Ocurre que el mal uso que de ella hacen los hombres los incita a incurrir en la ilusión de considerar que a mayor conocimiento científico, más desarrollado y progresista se trueca el individuo. La razón es una cualidad muy importante del ser humano, pero es únicamente razón, útil para satisfacer las necesidades racionales. Por el contrario, la voluntad se muestra como una dimensión omniabarcante del hombre, vale para la vida toda, y muy a menudo se mueve en dirección opuesta a la razón. «Estoy de acuerdo en que “dos y dos son cuatro” es algo maravilloso –admite el funcionario–; pero si se trata de reconocerlo todo, entonces habremos de decir que “dos y dos son cinco” también puede ser a veces algo mucho más atractivo».

A modo de conclusión, Dostoievski se pregunta en Diario de un escritor, ¿qué soluciones ha dado Europa al problema del mal?:

  • Durante el curso de milenios la ley ha sido formulada, sancionada y aplicada. El bien y el mal han sido definidos, sus dimensiones y sus grados han sido determinados a lo largo de la historia por los sabios de la humanidad, mediante una indagación científica del alma humana. A ese código elaborado se le exige una observancia férrea, y quien no lo acepta o lo transgrede, lo paga con su libertad, sus bienes o su vida. La sociedad no debe perder la fe en que se encamina hacia la perfección, que no han sido eclipsados sus ideales de lo bello y de lo sublime.
  • El criminal está exento de toda responsabilidad de sus actos, puesto que la sociedad adolece de una construcción anormal. El crimen en realidad no existe; sólo es una consecuencia lógica del «medio» en el que vive el criminal. Para acabar con ello, es preciso destruir toda la sociedad, borrar el orden antiguo y, a continuación, levantarlo todo de nuevo sobre la base de otros principios, aún no conocidos, pero en ningún caso peores que los actuales. La principal esperanza es la ciencia.

En contraposición, ¿qué consideraciones debe tenerse en cuenta en un tratamiento certero y productivo del bien y del mal?:

  • El mal está arraigado en el hombre mucho más hondo de lo que los «curanderos socialistas» creen.
  • Ninguna estructura social puede eliminar el mal.
  • El alma humana no es susceptible de ser modificada.
  • La anormalidad y el pecado tienen su asiento en el alma misma.
  • Las leyes del espíritu humano, caso de haberlas, siguen siendo desconocidas y oscuras para la ciencia.

 

Puntos de apoyo

                                                                                         Carr, E. H. Dostoievski, lectura crítico-biográfica.

Codina, M. El sigilo en la memoria. Tradición y nihilismo en la narrativa de Dostoievski.

Dostoievski: Obras completas.

               Lukács, G. El asalto a la razón, la trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler.

Matl, J. Dostoievski y la crisis de nuestro tiempo.

3 comentarios en “La crítica de Dostoievski a la cultura occidental (III de III)

  1. Demóstenes Autor

    Muy amable, Hugo. Su obra es tan rica en matices, que no ha sido posible exponerlos en su plenitud dado el formato del blog. Pero considero que lo mostrado es suficiente para que el lector se haga una idea cabal del trasfondo filosófico de sus novelas «maduras», a menudo desconocido por el lector medio.
    Bajo mi punto de vista, «Diario de un escritor» tiene algunos retazos de lo mejor del autor y mucho de lo peor, de sus manías y de sus prejuicios. Entre lo primero, la carta ficticia de una joven suicida, inspirada en el suicidio real de una hija de Herzen. Un texto de fuerza sobrecogedora que recuerda mucho a personajes como Alexei Nilich Kirillov, el primer «superhombre» de la literatura.

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  2. Hugo

    Buen trabajo, Héctor. Me considero poco irracionalista y poco dostoievskiano (y poco nietzscheano, etc.), pero has hecho una síntesis de su pensamiento muy lograda. Precisamente estoy leyendo estos días «Diario de un escritor».

    Un saludo.

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