Jesús M. Morote
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Con la austera precisión que usaban los romanos el jurista Ulpiano definió la Justicia como «Constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi», es decir, la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho. En esa definición se manifiesta con claridad la naturaleza recíproca del Derecho, donde todo derecho tiene su correlación con una obligación: siempre hay alguien que da, que «tributa», en el sentido etimológico de tribuere en la definición de Ulpiano. La Justicia exige, pues, según la imagen que de ella tenemos, que haya un equilibrio: que quien está obligado con otro, cumpla su prestación y que quien tiene derecho a ésta, la reciba.
Aparte de otros impedimentos, el tiempo, sin embargo, hace que esa Justicia no siempre pueda realizarse en su integridad. Si existe una deuda (y entendamos deuda en sentido amplio, no sólo una obligación de pago monetario, sino cualquier prestación debida) de A para con B, y éste muere antes de que la deuda se salde, la Justicia no se habrá realizado plenamente. Tal vez cobren los herederos de B, pero éste nunca cobró lo que se le debía, no se le «dio su derecho», para decirlo con las palabras de Ulpiano.
Bajo una perspectiva general, que abarca la Historia de la Humanidad, la Justicia es un imposible, pues, por mucho que se intente resarcir a las víctimas de la Historia, ¿cómo podremos hacerlo? Las víctimas fueron víctimas, pero ya están muertas y murieron con su dolor y su agravio a cuestas y eso ya no tiene remedio. Desde una perspectiva escatológica religiosa como la de la Religión cristiana, el Día del Juicio Final es el día del resarcimiento. Las víctimas y los verdugos resucitarán y aquéllas tendrán su recompensa y éstos su castigo. Pero, claro, en la otra vida. En este mundo terrenal, la Justicia ni está, ni se la espera.
De ahí la melancolía que invadía a Horkheimer, al constatar que toda revolución llega ya tarde para las víctimas: «La injusticia pasada no puede ser reparada». No hay Revolución ni Utopía terrenal que pueda corregir esa injusticia, por lo que siempre gravitará sobre ella «el sufrimiento de las generaciones pasadas» que «no puede encontrar reparación».
Eso lleva a toda persona misericordiosa, y la grandísima mayoría de las personas lo son en mayor o menor grado, a un «pesimismo metafísico» que no puede ser ahuyentado. Pero para el que algunos creen haber encontrado un lenitivo. Un falso remedio, sin embargo, pero del que, como de los elixires prodigiosos, siempre ha habido charlatanes de feria que saben sacar provecho.
Tzvetan Todorov ha sabido interpretar bien esos hechos agrupándolos bajo el nombre de «abusos de la memoria». Ha habido unas víctimas que han sufrido una injusticia no reparada y que, en sentido propio, no puede serlo ya. Pero ¿no podrá alguien aprovecharse de ese dolor y sufrimiento no reparado, recibiendo la compensación debida a otros que no la pudieron recibir? La institución hereditaria, de tradición tan antigua como la sociedad humana, gravita sobre esa ficción de resarcimiento de persona ajena. Merece la pena reproducir un párrafo de Todorov:
«Una última razón para el nuevo culto de la memoria sería que los que lo practican se aseguran así ciertos privilegios en el seno de la sociedad. Un viejo combatiente, un viejo resistente, un viejo héroe no desea que se ignore su heroísmo pasado, y eso es después de todo muy normal. Lo que es, a primera vista, más sorprendente, es la necesidad sentida por otros individuos o grupos de reconocerse en el papel de víctimas pasadas, y de querer asumirlo en el presente. ¿Qué tendría de agradable el hecho de ser víctima? Nada, seguramente. Pero si nadie quiere ser una víctima, todos, en cambio, quieren haberlo sido, sin serlo ya; aspiran al estatuto de víctima.»
Partiendo de la existencia de víctimas en la Historia, cuyo agravio no ha sido reparado, siempre hay candidatos para cobrar lo que se debía a aquéllas. Estos beneficiarios no son las víctimas, pero apelan a la pertenencia al mismo grupo que las víctimas para cobrar lo que éstas ya no pueden. Se configura así una ilusión de Justicia: había una deuda y se está pagando. Pero la inmoralidad de esta situación es obvia: lo que se presenta como un resarcimiento a las víctimas es, en realidad, la institucionalización de un privilegio en favor de quienes nunca han sido víctimas. La conexión del beneficiario de los privilegios con las víctimas se articula mediante la pertenencia a un grupo (étnico, económico-social, sexual); en nuestra sociedad puede no haber discriminación alguna, pero los componentes de ese grupo reclaman recibir ellos el resarcimiento por los daños y agravios que sufrieron los anteriores pertenecientes a ese grupo en el pasado.
En nuestra sociedad española actual hay dos ejemplos bastante claros de esta situación. Por un lado los «trabajadores», herederos de aquellos proletarios explotados durante la Revolución Industrial en el siglo XIX, y las mujeres, víctimas de la discriminación legal y social vigente durante tantos años en una sociedad patriarcal. Y en ello se apoyan desequilibrios en las posiciones legales, lo que se ha dado en llamar «discriminación positiva», donde el adjetivo intenta disfrazar el significado del sustantivo, pues discriminar implica siempre ir contra la igualdad, como la posibilidad que tiene el trabajador de abandonar libremente la empresa para marcharse a otra frente a la obligación general del empresario de indemnizar al trabajador si lo despide, o el llamado «cupo femenino», que atribuye a mujeres puestos y cargos por delante de los varones, aunque sus méritos no basados en el mero sexo sean inferiores
El artificio jurídico que se utiliza, ante la evidencia señalada al principio de que esos privilegios, presuntamente resarcitorios de agravios y, por tanto, justos, no son recibidos realmente por las víctimas, sino por quienes se hacen pasar por víctimas, es trasladar los derechos y obligaciones desde las personas, auténticos titulares de los mismos, hacia los grupos o colectivos. El agravio, el daño, el dolor, de algunas personas se convierte así, torticeramente, en un agravio o dolor «común», de todos los miembros del grupo al que pertenecen. Grupo posiblemente caracterizado por algún rasgo que es el que, en el pasado, y tal vez incluso en el presente, motivó el agravio y el daño de algunos de sus miembros, quizá incluso a la mayoría de ellos. Pero eso es indiferente para nuestro asunto, pues de lo que se trata es de la injusticia de que reciba un resarcimiento quien nunca recibió daño. Ahí reside la gran falacia de lo que se ha dado en llamar «derechos humanos de tercera generación», los «derechos» de los pueblos o colectividades, no de las personas.
Correlativamente, los miembros restantes de la sociedad no pertenecientes al grupo, incluso aunque jamás se hayan beneficiado del daño a las víctimas, deben correr con la obligación de resarcir al grupo de víctimas como una totalidad, retribuyendo incluso a quienes nunca lo fueron.
Max Horkheimer: Kritische Theorie (Teoría crítica)
Tzvetan Todorov: Les abus de la mémoire (Los abusos de la memoria)
Celia Amorós: El feminismo como proyecto filosófico-político (en «Ciudad y ciudadanía», ed. Fernando Quesada)
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Dices, jajugon :”Y por cierto, ya a modo anecdótico y como curiosidad, hace poco leí un estudio – sospechoso sin duda por el interés de sus autores – que cuestiona esa clara ruptura entre las generaciones de las víctimas y los que se consideran sus herederos como planteas, acudiendo a términos estrictamente biológicos:
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150824_holocausto_epigenetica_herencia_traumas_lp. No se trata ya pues de que los descendientes directos sufran las consecuencias de sus progenitores inmediatos como auténticas víctimas, o de que existan condicionamientos psicológicos, sociales y materiales actuales consecuencia directa de esa injusticia original, como planteo. Es que algunos van más allá e incluso plantean si a nivel genético podría haber indicios de transmisión, con lo que la irreparable situación del pasado no podría superarse tan fácilmente con un “borrón y cuenta nueva”, como el que pareces traernos aquí.”
Seguiré con la anécdota hasta ver que más puede dar se sí. Y lo haré independientemente del valor científico que pueda tener dicha teoría.
Efectivamente, pudiera ser que los descendientes directos sufran las consecuencias de sus progenitores inmediatos como auténticas víctimas debido a los indicios de transmisión genética y que por tanto la irreparable situación del pasado no podría superarse tan fácilmente con un “borrón y cuenta nueva”.
Ahora bien, ésta sería tan solo una cara de la moneda. La tocante a las víctimas. Pero…..no se podría considerar que lo mismo pudiera ocurrir a los descendientes de los verdugos. Es decir, que por la vía de la transmisión genética, y desde su nacimiento, adquiriesen ya el estatuto de verdugos. ¿No podrían adquirir por nacimiento una predisposición o determinación a ser igualmente verdugos? No estaríamos hablando de una versión renovada de la “caída” o del “pecado original”. He de reconocer que esta visión se compadece a la perfección con una visión semítica del mundo.
Aunque en este último caso se podría considerar que dichos descendientes podrían ser considerado a la vez como víctimas y como verdugos. ¿Y qué ser humano no es la vez, y por naturaleza, según esa cosmovisión, víctima y verdugo?
Elías
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La reflexión que aquí nos traes, Jesús, construye un relato que en apariencia es comprensivo con aquella “grandísima mayoría de las personas” que, de buena fe, son llevadas a la misericordia y a un cierto “pesimismo metafísico” para el que erradamente creen haber “encontrado un lenitivo”, y a las que propones que abran los ojos ante las injusticias que comete su ingenua buena fe.
Sin embargo, a partir de una crítica legítima a aquellos que se aprovechan reptilmente de un estatuto de víctimas que no les corresponde, el relato que nos planteas tiene consecuencias mucho más graves que ese desengaño.
Como hace poco citaba Tasia, es obvio que las leyes, por su propia naturaleza general y universal, no logran hacer justicia siempre al caso concreto, como apuntaba Aristóteles. Sin duda, como en aquel momento planteaba Tasia, por ello es necesaria la labor judicial. Pero antes también es necesario que el legislador sea consciente de que su labor es necesariamente imperfecta, y que contemplando cuantos casos quiera imaginar a priori, siempre surgirán situaciones a posteriori que no pensó y en las que algunos podrán aprovecharse de alguna imprecisión o alguna laguna legal no sólo para el beneficio propio sino incluso para traicionar el espíritu original que inspiró a la misma ley. Por eso la democracia pasa por asumir esta imperfección y habilitar la permanente posibilidad para revisar las leyes desde la soberanía popular.
Sabiendo pues que, sea como sea la ley, siempre habrá justos que paguen por pecadores, lo que el legislador no puede obviar es preguntarse ¿qué tipo de justos pagarán como pecadores? ¿y en qué número? Elías, apuntando a la asimetría tantas veces existente en este tipo de situaciones, creo que iba en esa línea con su comentario. La aparente fuerza de tu relato pasa por elevar el caso particular negativo que interesa resaltar (sin entrar ahora en si es o no mayoritario) a caso general y de ahí legitimar las medidas que sean para erradicarlo. Al criticar el uso torticero de aquellos aprovechados de las víctimas reales, sin embargo, parece que hay carta libre para arrumbar con todos, aunque víctimas reales (sean muchas o pocas) caigan con ellos. Y eso es enormemente interesante para el interés de los más poderosos, que instrumentalizarían fácilmente tu discurso, y lo conveniente de un marketing que vende que hay casos malos «en ambos lados» como si de contiendas simétricas se tratase, y que se ve empujado a pensar que casi mejor que legislar lo mínimo para no resultar ser injustos. Pero en el extremo, la legislación a la mínima supone que aquella voluntad perpetua de dar a cada uno su derecho que citas de Ulpiano difícilmente sería factible.
Estamos de acuerdo en que la legislación que sobreprotege al débil siempre tendrá entre sus víctimas a buenos padres a los que se les retira la custodia, a empresarios ahogados por las desproporcionadas demandas sindicales, a hombres válidos arrinconados por mujeres mediocres impuestas por cupo, a falsos maltratadores marginados e incluso en la cárcel… Pero aun entendiendo el peligro de esta sobreprotección, ¿cómo olvidar las consecuencias de la desprotección? Los numerosos y conocidos casos de madres, mujeres, trabajadores, maltratadas, inmigrantes,… engrosan víctimas actuales, y nada pasadas, de enormes injusticias de hoy. Salvo que queramos pensar que en estos días ya no pasan estas cosas, y que nuestra perfecta legislación ha encontrado el equilibrio para librarse de todo tipo de violencias estructurales.
Como ejemplo, podemos pensar en las políticas en favor de la mujer. Muchas son las ramas del feminismo, algunas de las cuales particularmente no comparto por su extremismo vengativo o que roza la paranoia conspirativa, pero ¿cómo negar que no existe un problema de fondo de tipo machista tras tantísimos casos de violencia de género? ¿cómo no ver que existe una estructura discriminatoria tácita tras del hecho de que no exista paridad en las élites políticas, económicas y sociales si la hay en la población? ¿cómo no ver que ese techo de cristal existe de alguna forma, y que no se atraviesa por más generaciones que pasen, a pesar de haber logrado ya la paridad incluso en los niveles superiores de educación? ¿cómo explicar la sistemática diferencia salarial entre géneros a pesar de todo lo recorrido? El concepto de justicia aspira a dar a cada uno su derecho pero, inevitablemente, la ley sólo puede referirse a la sociedad en su conjunto y, por tanto, debe contribuir a la transformación de la realidad social en una realidad más justa en conjunto. No creo que el fin justifique los medios, pero dados los inevitables daños colaterales, la cuestión es por dónde es preferible equivocarse.
Y como sucede con el caso de las políticas en favor de la mujer, sucede en tantos otros, ¿cómo no hacer que la justicia prosiga su desarrollo para atender aquellas situaciones que esconden esas estructuras de poder y de dominio introducidas en nuestras inercias culturales hasta límites insospechados? ¿cómo obviar, por ejemplo en el ámbito del derecho internacional y en el de acogida de inmigrantes, que los pueblos sistemática e históricamente expoliados por organizaciones públicas y privadas del primer mundo se encuentran hoy en una situación de desventaja, de desmotivación, de analfabetismo, de depresión, de falta de autoestima… que sigue además sosteniéndose con sistemas totalmente actuales de aranceles asimétricos, deudas impagables e injustamente contraídas, expolios indirectos, devastaciones ecológicas consecuencia del desarrollo insostenible…?
Aunque daría para hablar mucho, considero que ninguna de las generaciones de derechos humanos brotan de una legitimidad metafísica, una inviolable dignidad innata, sino de un reconocimiento inter pares, de una elaboración jurídica que los otorga y que, por tanto, redistribuye el poder para ello, haciendo que algunos tengan que tributar (renunciar, entregar,…) desde el primer momento ciertos privilegios históricos que tenían. El hacer hincapié en la tercera generación de DDHH como una falacia, como apuntas, no puede hacerse sin herir de raíz la falacia que inevitablemente existiría tras de los de primera o segunda generación. Evidentemente, cuantos más derechos, más intervención habrá por parte de esa justicia en reordenar el statu quo de poder, y más peligro habrá en que la justicia sobreprotectora devenga en injusta. Pero una cosa es advertir contra sus posibles desvíos y otra arremeter contra toda ella. Como si por los desmanes y las tropelías de algunos individuos y empresas a lo largo de la historia recomendásemos abolir toda libertad individual y corporativa.
Y por cierto, ya a modo anecdótico y como curiosidad, hace poco leí un estudio – sospechoso sin duda por el interés de sus autores – que cuestiona esa clara ruptura entre las generaciones de las víctimas y los que se consideran sus herederos como planteas, acudiendo a términos estrictamente biológicos:
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150824_holocausto_epigenetica_herencia_traumas_lp. No se trata ya pues de que los descendientes directos sufran las consecuencias de sus progenitores inmediatos como auténticas víctimas, o de que existan condicionamientos psicológicos, sociales y materiales actuales consecuencia directa de esa injusticia original, como planteo. Es que algunos van más allá e incluso plantean si a nivel genético podría haber indicios de transmisión, con lo que la irreparable situación del pasado no podría superarse tan fácilmente con un “borrón y cuenta nueva”, como el que pareces traernos aquí.
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Elías:
Siempre es complicado analizar el caso concreto desde la óptica de la Filosofía del Derecho.
Personalmente he visto a muchos pequeños empresarios irse a la quiebra (cuando se desató la crisis) por no poder hacer frente a los salarios y a los costes tremendos de despido. También conozco casos de trabajadores «afortunados» que, tras tres despidos encadenados (y sucesivos empleos en otras empresas) de trabajos bien remunerados, han acumulado una pequeña fortuna en indemnizaciones. Mucho más dinero del que podrían haber ganado trabajando.
De eso es de lo que trata mi artículo: de la brocha gorda que se utiliza en la legislación y en los Juzgados de lo Social, cegados por un imaginario de las víctimas aplicado a quienes no lo son, aplicando, a la vez ,el trato de «verdugos» a quienes tampoco lo son.
Evidentemente, el caso que pones de Francia y, en lo que sé, de Alemania, no se ha dado en España. Y los Convenios Colectivos son manejados con mano de hierro por quienes se aprovechan de las víctimas sin serlo; en nuestro caso español, sin duda, los cuadros de las centrales sindicales afuncionariados.
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José Luis:
No acabo de estar del todo de acuerdo contigo. La Asociación de Víctimas del Terrorismo, ciertamente no engloba directamente a los muertos. Pero un marido, una mujer, unos niños que han visto morir a sus padres, también son víctimas. Y mucho. No es gente que se aprovecha de las víctimas, al menos en la mayor parte.
No creo, sin embargo, que esas víctimas deban tener un papel privilegiado en la política antiterrorista, especialmente la política criminal. Si así fuera estaríamos introduciendo, por la puerta trasera, la Ley del Talión o la Venganza Privada, propias de regímenes penales primitivos y no civilizados.
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Francamente, me ha gustado mucho tu reflexión y tu crítica. De hecho la comparto casi en su totalidad. Con lo que ya no estoy tan de acuerdo es cuando descendemos a los casos particulares.
Así dices: “pues discriminar implica siempre ir contra la igualdad, como la posibilidad que tiene el trabajador de abandonar libremente la empresa para marcharse a otra frente a la obligación general del empresario de indemnizar al trabajador si lo despide,…….”
El problema radica en qué se entiende ahí por igualdad. Porque a nadie se le oculta que la posición de vulnerabilidad en la que se encuentra una empresa cuando un trabajador se despide voluntariamente frente a la posición de vulnerabilidad en la que se encuentra un trabajador cuando es despedido por la empresa no es exactamente la misma. Y lo que se pretende proteger ( cada día menos, desgraciadamente) es esa mayor vulnerabilidad del trabajador frente a la empresa.
Y si he dicho que el problema radica en qué se entiendo por igualdad es porque ““…el principio de igualdad que establece el artículo 33 de la Constitución no tiene un carácter absoluto, pues no concede propiamente un derecho a ser equiparado a cualquier individuo sin distinción de circunstancias, sino más bien a exigir que no se haga diferencias entre dos o más personas que se encuentren en una misma situación jurídica o en condiciones idénticas, por lo que no puede pretenderse un trato igual cuando las condiciones o circunstancias son desiguales.» Sentencia: 1942-94
A una empresa con 10, 20 o 30 trabajadores, y no digamos ya las grandes empresas, el que un trabajador de 50 años ( con una hipoteca y una familia a su cargo) se despida voluntariamente no le significa lo mismo que a esa persona de 50 años ( con una hipoteca y una familia a su cargo) si es despedido por la empresa. Y más cuando en la actualidad, y al parecer, una persona de 50 años ya sirve para bien poco. Al parecer la solución pasa, y según algunos empresarios, por reinventarse. Vamos, que una persona que lleva trabajando todo su vida la madera, por ejemplo, tiene que reinventarse plantando setas en la terraza de su casa para venderlas en el mercado Japonés.
En caso de que estuvieras de acuerdo con mi análisis, es decir, que estuvieras de acuerdo con la superior vulnerabilidad del trabajador frente a la empresa lo que habría que explicar es el por qué sería deseable una “igualdad” o reciprocidad entre el trabajador y la empresa pese a la mayor vulnerabilidad de los trabajadores frente a la empresa.
Y no digo yo que no haya empresarios, que sé que los hay, que las pasen “canutas” para llegar a fin de mes y así pagar a sus trabajadores. Creo que sería igualmente injusto para este empresario el que tuviera que pagar, en caso de despido, la misma cantidad a sus trabajadores que otra empresa a la que le vaya boyante.
Quizá, y ahí sí que te podría dar la razón, parte del problema se podría deber, explicable en su momento histórico, de la existencia en España de los convenios colectivos. Creo, y discúlpame si me equivoco, que en Francia no existen los convenios colectivos. Esto posibilitó que cuando llegó la crisis la empresa pudiera negociar con sus trabajadores. Es decir, se pudo negociar empresa por empresa con sus trabajadores. Muchos trabajadores, y sabiendo de la crisis existente tanto para ellos como para los empresarios, negociaron una bajada de salarios (circunstancial )hasta la mejora de la situación pero con la condición de que no se despidiera a ningún trabajador.
Esto último fue imposible en España por la existencia de los convenios colectivos. Muchos trabajadores españoles, por no decir la mayoría, hubieran reducido su sueldo ( circunstancialmente) a cambio de mantenerse juntos en la empresa y seguir trabajando. Pero en España unos trabajadores no pueden negociar su situación laboral con la empresa al margen de los convenios colectivos. Y esto posibilitó que muchísimas empresas tuvieran que cerrar, con toda el drama de los despidos y de la perdida de la empresa para los empresarios, cuando se podrían haber salvado junto con los trabajadores.
Con todo ello lo que quiero hacer notar también, independientemente de que se comparta o no mi análisis, es que no parto de una posición en la que el empresario es inmediatamente identificado con el “maligno”.
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Es justamente lo que hace la AVT .una coa son las propias victimas t otra sus allegados premiados inclusocon purstos parlamentarios.¿ Que ocurre conl a v.de genero?As victimas de a g .c.?por poner ejemplos. Y lo que es peor el redito pilitico…
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