La condición de refugiado

Javier Jurado

El vuelo de la lechuza con la que Hegel nos caracterizaba a la filosofía se realizaba al atardecer, con la caída del sol, cuando todo parecía haber sucedido ya. La reflexión filosófica parece que sobrevuela siempre tarde, y se halla más en las meditación sobre lo acontecido que en inspirar a la acción sobre lo más acuciante. Y sin duda, el tiempo es necesario para sosegar y reposar el peso de los hechos y la jerarquía de interpretaciones y descubrir principios universales a los que la filosofía siempre aspira. Pero no hay filosofía en sí, sino personas que filosofan, y éstas se enfrentan cada día a realidades desafiantes que, como también pretende la filosofía, les hacen despertar de sus respectivos sueños dogmáticos, de sus comodidades, de sus indiferencias, y que como no puede ser menos, llevan en su seno realidades más profundas que conviene desmenuzar, para actuar éticamente y con justicia. En este sentido, la desbordante ola migratoria de refugiados que clama a nuestras puertas hoy puede demandar, entre otras muchas cosas, varias reflexiones desde la filosofía.

Podría espetarse, sin duda, que la inmigración permanente que desesperada araña nuestras fronteras, en particular esta del sur de Europa, merece desde hace mucho reflexiones similares que no se han dado. Una reflexión en torno a la condición de refugiado está sin duda espoleada por la actualidad mediática de la crisis migratoria de nuestros días, y acaso alimentada también por el hecho de que la condición del refugiado nos parece mucho más próxima: parece mucho más probable que su tragedia pudiera sucedernos a nosotros. El refugiado no necesariamente se caracteriza por pertenecer a una sociedad empobrecida, de escasa alfabetización, en vías de desarrollo y culturalmente alejada de nosotros que se desplaza buscando una vida mejor. El factor antropológico que dispara nuestra simpatía por aquellos que nos resultan más semejantes juega aquí su papel. No obstante, bienvenida sea la excusa de este reclamo si la reflexión nos sirve también para profundizar en algunos fundamentos que sean aplicables a aquella deuda impagable que tenemos con la reflexión sobre la inmigración en general.

Como es evidente, aunque lamentable, la condición de 12ba2bhannah2barendtrefugiado no es novedosa en la historia, ni por tanto en la reflexión de la filosofía. Ya en Los orígenes del totalitarismo H. Arendt analizaba la cuestión en el contexto de los desplazados en la Europa de la postguerra. Su crítica sobre la asignación de derechos a las personas por parte de los Estados y la trágica condición de los apátridas de su tiempo se planteaba en tres momentos: por un lado encontramos el detonante que supone la pérdida del origen del que son forzosamente arrancados, hurtándoseles con ello la “trama social en la cual se ha nacido y en la cual se ha organizado un espacio particular en el mundo”. Por otro lado, al producirse este desgarro, el llamado desplazado se ve categorizado negativamente basándose en características rápidamente deslizadas como “naturales” como la raza o la clase, reformulándose así su identidad. El sometimiento es así sostenido, tanto en su origen como en cualquiera de los destinos a los que ya no pertenece, ni en el fondo llegará nunca a pertenecer. La dislocación de su origen los convierte en parias de la Tierra. El tercer momento nos lleva a la materialización de esta condición en la carencia de derechos, como anomalía estatal. A pesar de la por entonces reciente Declaración Universal de los Derechos Humanos, Arendt constataba que el reconocimiento de éstos dependía del de los Derechos del Ciudadano: sin la ostentación de ciudadanía – sin nacionalidad – el ser humano quedaba de facto a la intemperie, negándosele el límite de su propia humanidad.

No puede negarse que con los años, el desarrollo jurídico ha mejorado estas carencias en algunas partes del globo, y que diversas organizaciones han visibilizado la alienación que sufre el refugiado. El reconocimiento jurídico ha progresado, al menos en el papel, pero sin duda no lo ha hecho al ritmo en que ha crecido el número de refugiados, especialmente en los últimos años y que hoy alcanza cotas nunca vistas desde la Segunda Guerra Mundial. Recientemente, algunas reflexiones han profundizado en este drama. Por ejemplo, G. Agamben sostiene que la nuda vida, el origen puramente biológico, ha sido, con matices, apropiado por el orden de lo político, que articula mediante la delimitación del concepto de ciudadanía su legitimación y poder: El poder se ejerce sobre la vida desnuda, esa vida humana original, bajo la lógica de la inclusión y la exclusión en la categoría de ciudadanía. Y así la política encuentra su legitimación en la promoción de la vida de los ciudadanos. Sin embargo, en esa lógica, la exclusión política y jurídica del refugiado, que de facto se produce frente al papel mojado de convenciones como la de Ginebra cuyo incumplimiento parece no tener consecuencias, hace que la vida del refugiado pueda ser subyugada, pueda ser deshumanizada, pueda destinarse a la larga a la muerte sin que el sistema se altere.

Por otra parte, la condición del refugiado puede llevarnos a otras reflexiones, porque encarna en gran medida buena parte de las contradicciones de la globalización y de todo intento por construir un cosmopolitismo racional al estilo de Kant. El refugiado es vivo mensajero del infortunio, trae con él la imagen, el olor y el sabor a la tragedia de la guerra, del genocidio, de la masacre y del abandono del hogar por la violencia. Existe en su condición una violencia inyectada de forma insoportable en el origen que lo expulsa y lo rechaza; una violencia amenazante y efectiva a lo largo de todo su éxodo; y una violencia que lo persigue junto a cada muro y a cada alambrada que intenta superar al fin. Por otro lado, existe una violencia explícita que lo patea al salir y lo zancadillea al intentar entrar, pero también una violencia implícita en el discurso que lo ignora o lo minimiza en el origen, y una violencia implícita en el discurso que lo rechaza inoculando el prejuicio negativo y la categorización peyorativa que lo entremezcla con elementos indeseables y amenazantes como el terrorismo.

El refugiado parece además encarnar estas contradicciones acentuándolas al aparecer en directo en pantalla, resaltando la paradoja de que un mundo hiperconectado por las TIC se encuentre con fronteras y barreras como las que tratan de superar los huidos. La globalización ofrece así su auténtica cara asimétrica, que revela fracturas que los discursos más elocuentes y triunfalistas sobre ella no son capaces de encajar. El drama del refugiado saca la auténtica cara que subyace a este trasunto de aldea global y que en realidad esconde una lógica privada, compatible con aquellas apelaciones xenófobas a supuestos esencialismos (europeo, cristiano, magiar,…) que proteger y conservar. E incluso cuando se propagan viralmente imágenes terribles que hieren la sensibilidad del mundo privilegiado, y nos revuelven en nuestra parcelita de cielo advirtiendo que alrededor de esta balsa hay tanto naufragio, el ademán que predomina es el del sentimiento de injusticia incapaz de la acción; es el de la rebeldía expresada en el cómodo salón de las redes sociales; es la reacción mediática de un cuerpo social atomizado, sin capacidad sociopolítica para expresarse y hacer valer en la praxis el despertar colectivo que ha sufrido.

Como el segundo principio de la termodinámica y su entropía irreductible, pareciera que el orden y el crecimiento ordenado logrado en las zonas privilegiadas del planeta no se consigue sólo a costa de la capacidad tecnológica del ser humano para obtener rendimientos crecientes o su progreso moral, sino en gran medida a costa de desordenar y violentar las estructuras de la periferia de la aldea global. Y hasta que esa violencia no salpica con su oleaje de refugiados el umbral de nuestras puertas, parecemos seguir absortos y ajenos al desastre que nos circunda, y que brota en cuanto los intereses de los privilegiados miran hacia otro lado.

Si la lechuza de Hegel, de altos vuelos especulativos, sobrevolaba cuando ya no había nada que hacer, justificando el curso de la historia apelando a la astucia de la razón, no es casualidad que de la crítica que Marx le hizo brotara la famosa undécima tesis sobre Feuerbach, en su calidad de idealista posthegeliano: Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kömmt drauf an, sie zu verändern (Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo). Más allá de reflexiones como esta, probablemente sea la praxis la que prevalezca y pueda engarzar mejor que ninguna otra alternativa cualquier viso de humanidad. Cuando los hijos de nuestros hijos crezcan no nos preguntarán por qué sentimientos tuvimos o a qué reflexiones nos llevaron estos acontecimientos, sino que nos preguntarán sobre lo que hicimos cuando penetraron nuestra retina imágenes como la del pequeño Aylan.

Puntos de apoyo

H. Arendt: “Los orígenes del totalitarismo”

G. Agamben: “Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida”

6 comentarios en “La condición de refugiado

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  3. jesusmmorote

    Comienzas tu entrada, Javier, con una referencia al ave nocturna que Hegel identificó con la Filosofía; y la concluyes con una incitación a la acción a plena luz del día. Ciertamente, la Filosofía es un saber nocturno y, desde el punto de vista del hombre de acción, seguramente estéril, como constató Hegel, que escribió esa bella metáfora no como incitación a la acción del filósofo, sino como constatación de los límites de nuestra actividad como filósofos.

    Desde este punto de vista, Hegel tenía razón frente a Marx y su undécima tesis sobre Feuerbach, que citas: Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kömmt drauf an, sie zu verändern. La clave de esa tesis está en el verschieden, es decir: los filósofos han interpretado el mundo «de formas diversas». Lo que Marx no explicó con claridad es si ese «cambiar el mundo» que propone también admitiría formas diversas o sólo habría una forma correcta de cambiarlo. Naturalmente, los marxistas siempre han interpretado que se trataba de una sola forma de cambio, la suya, siendo las otras posibilidades «falsa ideología».

    Típica frase, pues, interpretada de ese modo, de un hombre de acción, de un político, y no de un filósofo. Pero el filósofo no puede admitir ese unilateralismo político. El filósofo debe explorar también las otras posibilidades, antes de ponerse a actuar a lo loco y sin pensar. El filósofo representa a aquella persona que cuando todos van a donde va la gente, cuando todos siguen al abanderado, dice: «no, espera, antes de ponernos a correr detrás del que va delante, pensemos un momento a dónde vamos y por qué». Triste sino, pues, el del filósofo, que seguramente, tras su reflexión, cuando se ponga en movimiento, llegará ya, como el ave nocturna de Atenea, tarde a todos los sitios.

    El filósofo no puede dejarse llevar por la congoja del cadáver de Aylan en la playa. El filósofo tiene que pensar. Y, en lo que a este asunto de los «refugiados» se refiere, tiene que pensar, además de dejarse llevar por la solidaridad y la conmiseración con el dolor ajeno lo siguiente: «¿Es la nación, son las fronteras, una arbitrariedad, un abuso que está propiciando injustamente la muerte de miles de personas? ¿O hay algo, algún a priori filogenético en el concepto de frontera que haya que tener en cuenta, antes de abolir éstas?»

    Porque si hay fronteras, estarán para impedir el paso a ciertas personas, a los de fuera. Tal vez debería, o tal vez no, haber fronteras. Pero antes de abolirlas habrá que pensar eso bien. No sea cosa que el remedio sea peor que la enfermedad.

    No tengo una opinión bien formada sobre eso, para ser sincero. Pero, en todo caso, lo que sí me parece bastante seguro, es que es absurdo tener fronteras y, luego, que todo el que quiera se las salte a la torera. Hasta ahí creo estar moviéndome en terreno firme. Lo que, vuelvo a decir, no prejuzga por mi parte que deba o no haber fronteras. Eso está por decidir.

    Lo cierto es que si no cabe duda de que el hombre es un animal social, gregario y, por tanto, empático con sus semejantes, tampoco cabe duda de que el instinto grupal conlleva, igualmente una defensa del grupo propio frente a los agentes externos, sean éstos humanos o no. El grupo humano siempre está consolidado simbólicamente bajo diferencias con «el otro»: signos, himnos, banderas, consignas, que homogeneizan el grupo y lo diferencian de los otros y separan al externo. Eso creo que es un universal antropológico y, por tanto, que debería ser tomado en consideración.

    En última instancia, y volviendo al principio, el problema de la tesis de Marx es que permanece preso de un concepto de la verdad-correspondencia. Las «diversas» interpretaciones del Mundo parecen ser diversas en cuanto interpretaciones de un único y auténtico Mundo. Pero ¿es eso así? ¿Podemos cambiar el Mundo sin darle una nueva interpretación? ¿No sería más cierto que la única forma humana de cambiar el Mundo sería interpretarlo de otra manera? Claro que: ¿qué nos dice cuál es la correcta interpretación del Mundo, que nos permitiría desechar las demás como falsas?

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  4. Hugo

    Buen texto :o)

    Tu autocrítica final me ha recordado a este otro texto de Jan Myrdal que cito en el borrador de mi libro:

    «Hemos analizado cuidadosamente todas las guerras antes de que estallen. Pero no las hemos detenido. (Y muchos de nosotros nos hemos hecho propagandistas de las guerras tan pronto fueron declaradas.) Describimos cómo los ricos explotan a los pobres. Vivimos entre los ricos. Vivimos de la explotación y vendemos ideas a los ricos. Hemos descrito la tortura y hemos puesto nuestros nombres al pie de peticiones contra la tortura, pero no la hemos detenido. (Y nosotros mismos nos hicimos torturadores cuando lo exigían intereses superiores y nos convertimos en los ideólogos de la tortura.) Ahora una vez más podemos analizar la situación mundial, describir las guerras y explicar por qué la mayoría son pobres y pasan hambre. Pero no hacemos más. No somos los portadores de la consciencia. Somos las prostitutas de la razón.»

    Saludos!

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  5. tasia1987

    Un artículo exquisito, que logra poner palabras a las emociones que acompañan a este tema: la tristeza, la desazón y el hilo de esperanza; para luego transformarlas, con el impulso de la filosofía, en una llamada a la acción.

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