¿Ha matado la ciencia a la filosofía?

Javier Jurado

Hace poco, el diario El País lanzaba un debate titulado «¿Ha matado la ciencia a la filosofía?» en el que tanto Javier Sampedro como Adela Cortina recogían dos artículos breves sosteniendo una postura en defensa de la filosofía, cada uno desde su perspectiva.

El de Cortina abogaba por una cooperación fecunda entre ciencia y filosofía, y comenzaba diciendo:

“La filosofía es un saber que se ha ocupado secularmente de cuestiones radicales, cuyas respuestas se encuentran situadas más allá del ámbito de la experimentación científica. El sentido de la vida y de la muerte, la estructura de la realidad, por qué hablamos de igualdad entre los seres humanos cuando biológicamente somos diferentes, qué razones existen para defender derechos humanos, cómo es posible la libertad, en qué consiste una vida feliz, si es un deber moral respetar a otros aunque de ello no se siga ninguna ganancia individual o grupal, qué es lo justo y no sólo lo conveniente.”

¿Es este reducto suficiente para la supervivencia de la filosofía? ¿Podemos afirmar que la ciencia no está preocupantemente para la filosofía arañando también estos espacios? Lanzo el guante desde la posibilidad de un reduccionismo científico en búsqueda de argumentos potentes que lo rechacen.

Podemos plantear, aunque sea como esbozo, el estado en el que se encuentran las cuestiones que Adela Cortina reserva para la filosofía, en el ámbito de la ciencia. Como nos hallamos en un proceso, sin duda, hallaremos espacios que aún no están explicados por la ciencia (en el sentido débil en el que ésta puede llegar a explicar algo). Pero desde la filosofía deben ofrecerse argumentos fuertes que muestren cómo no sería posible que dichos ámbitos fueran abordados por la ciencia. Pues, de lo contrario, sólo podremos contemplar cómo el imparable avance de la ciencia sigue su curso, encontrando argumentos que plantean la posibilidad de que este reduccionismo científico pudiera acabar con los últimos bastiones de la filosofía.

Este reduccionismo, además, no sólo pasa por intentar ofrecer respuestas a buena parte de estas cuestiones desde la ciencia, sino por desarticular las mismas preguntas, al explicar por qué nos las formulamos como seres humanos, poniendo en entredicho que puedan tener alguna vez respuesta y por tanto, que pueda tener sentido formulárselas. Vayamos por partes.

El sentido de la vida y de la muerte

Este sentido está íntimamente ligado con la concepción valorativa de la vida y de la muerte, por lo que todo lo que la ciencia pueda estar diciendo con respecto a la ética le afectará. Pero antes podemos ver que, en sentido amplio, la filosofía de la historia, en su pretensión por encontrar o incluso construir este sentido a la misma ha fracasado de manera casi incontestable, hasta el punto de que, como la metafísica, apenas hoy pueda hacerse más que una historia de la filosofía de la historia. La historia misma cifra su credibilidad como ciencia precisamente en rechazar el apriorismo de una selección tan premeditada de los hechos como la que intentaron los filósofos de la historia, tan próximos a las ensoñaciones que condujeron a los totalitarismos. En consecuencia, otorgar un sentido unitario a la vida a nivel individual o existencial ha perdido fundamento, disgregándose en la construcción privada de sentido, en el consumo de propuestas de sentido dadas o en los intentos por evadir esta acuciante búsqueda de sentido mediante lenitivos varios.

Pero, aún más, no deberíamos descartar que la ciencia pueda desenmascarar dicha búsqueda de sentido y revelar que ésta pueda no ser más que el resultado de una proyección de nuestro cerebro sobre la realidad, fundamentalmente por dos motivos: por un lado, nuestro cerebro percibe la realidad estructurada temporalmente, lo que la dota de un sentido de anterioridad y posterioridad, acorde con la flecha temporal; y porque por otro lado nuestro cerebro articula dicha realidad lingüísticamente, y el lenguaje sólo es desarrollado en la interacción con otros, por lo que al virar al mundo también esperamos que éste se muestre de forma significativa, es decir, teniendo un sentido. Ambas fuentes harían que la pregunta por el sentido fuese un mero subproducto de nuestra capacidad racional que tantas ventajas evolutivas nos ha dado. Y a su vez, bajo la ficción de este sentido de la vida y de la muerte, nuestro comportamiento en sociedad habría sido ordenado para la organización y supervivencia de las poblaciones humanas como una exaptación evolutiva. Por ello, parece que sería poco verosímil pensar que hay sentido alguno que encontrar. Y que si de construir se trata, como pueda predicar el existencialismo, la libertad radical que requiere no está sufriendo mejor suerte, como veremos más adelante.

La estructura de la realidad

Esta es probablemente una de las principales preocupaciones que le queda a la metafísica posible después de todo el desprestigio que ha sufrido desde Hume. Sin embargo, la estratificación de los niveles de realidad con los que especula la metafísica en nuestros días resultan más bien descripciones de los juegos del lenguaje en los que se mueven las ciencias particulares (inorgánico, orgánico, biológico, cultural,…). Por su parte, tras el fallido intento de fundamentación fenomenológica de las ciencias (que se tenían en crisis en tiempos de Husserl), la filosofía analítica, como la que desarrolla P. F. Strawson, parece resignarse a hacer de la metafísica una reflexión sobre la estructura profunda de las proposiciones sobre la realidad (particularmente las científicas) centrándose en un análisis de la genealogía de nuestros conceptos en su supuesta correspondencia con la realidad. Causalidad o libertad son algunos de ellos. Pero las ciencias que estudian los procesos de hominización y la psicología ya avanzan en este sentido en el que, sólo por la dificultad para experimentar y encontrar evidencias que precisa la ciencia, la filosofía sigue teniendo algo que decir.

Pero este algo que decir, languidece. Es cierto que, librada de la servidumbre empírica, la filosofía sigue coqueteando en gran medida con la ciencia de frontera. Ya decía L. Sklar que «en sus niveles de máxima generalidad […] la ciencia es una disciplina que en su naturaleza no puede ser diferenciada radicalmente de la filosofía». Por eso la filosofía sigue intentando aportar ideas en la especulación de modelos y teorías (cosmológicas, políticas, sociológicas, psicológicas, antropológicas, lingüísticas,…). La filosofía que queda no tiene que ser postmetafísica, sino meta-física en el nuevo sentido en el que puede ayudar a inspirar a la especulación más allá de la ciencia conocida, bajo razonamientos rigurosos y verosímiles. Pero sobre todo, como viene repitiéndose últimamente, en lugar de dar respuestas, su función se centraría en formular y clarificar nuevas preguntas. Sin embargo, inevitablemente los filósofos pierden mucho de su valor cuando se ven obligados a dejar que las respectivas ciencias hiperespecializadas hagan el trabajo “sucio”, pero a la postre legitimador, de fundamentación en el desarrollo matemático y la experimentación. Y es difícil que sin haberse “ensuciado” en este barro la filosofía pueda llegar a formular nuevas preguntas verdaderamente iluminadoras e interesantes que los científicos no sean capaces de hacerse por sí mismos. Por eso, como cita Sampedro, «Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con característica mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein«.

La ética

La ética es otro de los baluartes en los que se venía atrincherando la filosofía, hasta el punto de reemplazarla por completo en ciertos planes de estudio como materia. Pero no son pocos los estudios científicos que están analizando en términos puramente genéticos y de etología humana los códigos morales de las sociedades humanas a lo largo de toda la historia. La sociobiología o la antropología cultural, entre otras ciencias, conectan este equilibrio entre altruismo y egoísmo adaptativamente ventajoso (para individuos, genes o poblaciones) y formalizado explícitamente en códigos éticos y legales.

Así que la consideración de que los seres humanos somos iguales en dignidad, aunque biológicamente seamos distintos; las razones para defender los derechos humanos; por qué se codifica como deber moral el respeto a otros aunque aparentemente no se obtenga ninguna ganancia individual o grupal; o qué es lo que consideramos justo, más allá de lo conveniente, pueden ser cuestiones que las ciencias puedan llegar a afrontar por sí mismas, sin que la filosofía pueda hacer otra cosa más que ver cómo su fortificación se desmorona. La “cognitividad ética”, que se pretende en los intentos de Habermas y compañía por rescatar la ambición apofántica de la filosofía, podría constatar simplemente que no hay más fundamento moral que el que históricamente nos venimos dando como especie y como grupos culturales para regular nuestro comportamiento en sociedad a fin de poder sobrevivir. El Sollen seguiría sin poder deducirse del Sein; pero toda construcción del Sollen provendría de la configuración del Sein. El intercambio de razones para la fundamentación ética atendería a los datos de las ciencias, dejando fuera de este modo a la filosofía.

La vida feliz

Decir en qué consiste una vida feliz, tras el conocido desprestigio de los absolutismos morales de corte utópico que acabaron fundamentando los totalitarismos del sangriento siglo XX, es enormemente difícil y bastante temerario, si no blasfemo, en la línea negativa de Adorno. Pero si algo puede decirse al respecto, sólo será con la cautela que suministran las hipótesis de la psicología y la neurociencia, en términos de satisfacción de expectativas, equilibrio relacional, ámbitos de desarrollo de la personalidad,… o su correlativo equilibrio bioquímico de conexiones neuronales y endorfinas. Cuesta ver que la filosofía pueda predicar con pretensión de verdad en qué consiste una vida feliz si no es por la vía de la seducción, más que de la persuasión argumentativa y empírica, y para eso acaso la poesía pueda ser mucho más elegante y sugestiva. O difícilmente podrá ser más que una versión más elaborada de los libros de autoayuda.

Libertad y consciencia

Completando los temas que Cortina intentaba retener para la filosofía, sobre la cuestión de la libertad y por extensión del sujeto en su conjunto, la filosofía de la mente trata tímidamente de colaborar con la neurociencia, dadas las limitaciones de ésta a nivel técnico y ético (por sus dificultades para la experimentación directa). Pero los últimos avances sólo siguen configurando una respuesta un tanto desoladora para la filosofía tradicional: la libertad no sería sino una ficción con la que somos capaces de comprender y manejarnos mejor en el mundo para nuestra supervivencia, conforme predica la psicología evolutiva al analizar la psicología del sentido común (folk psychology). De forma que, bajo esta apariencia, nuestras acciones no serían sino el resultado determinado de un conjunto de elementos genéticos y culturales en confluencia, de los que simplemente somos conscientes. Pero, por su parte, el yo o la consciencia, no sería sino un constructo social, soportado por conexiones neuronales, sin que de éstas pueda probarse que emerja nada sustancialmente diferente e irreductible, toda vez que las teorías emergentistas han sufrido ya suficientes refutaciones.

La estética

La condición postmoderna ha sido enormemente consciente del embate que la filosofía ha sufrido tanto en su rama epistemológica como en su rama ética, siguiendo el esquema kantiano. El escarmiento ante el horror de los totalitarismos morales y políticos del siglo XX ha causado enormes estragos en todo intento de fundamentación metafísica, en la capacidad de la filosofía para alcanzar conocimiento cierto y en la plausibilidad de articular a partir de él discursos unitarios sobre valores universales. Por eso, en gran medida, la filosofía postmoderna se ha recluido en la tercera de las ramas kantianas, la estética, bajo discursos críticos con la tradición metafísica, moviéndose en el pensamiento de la ambiguedad, de la liquidez y de la debilidad típicos de los Deleuze, Bauman o Vattimo, en su apego a los discurso místico-estéticos y en su rechazo de la práctica científica. ¿Acaso no será porque, además de que esta haya podido servir como instrumento del horror, los asedia también en ese espacio estético en el que se refugian?

Aunque Cortina no lo citase, por cerrar el abanico del esquema kantiano de las ramas de la filosofía, la estética no parece gozar de ningún privilegio a la hora de evitarse el análisis y la descomposición en términos puramente científicos. Y así, incluso esa cognitividad estética podría quedar relegada a un mero juego de apetencias biológicamente depuradas hasta la configuración de un instinto “protoestético” que sólo la cultura habría modelado después como exaptación. Es decir, que la consideración de lo bello no sería sino el resultado de una historia evolutiva que hubiera tallado en nuestra herencia filogenética aquellos estímulos asociados a fenómenos que nos hubieran resultado convenientes para nuestra supervivencia (apareamiento, alimento, protección, evitación de la enfermedad y el dolor,…) y que la cultura habría maleado a través de los siglos en provecho del funcionamiento social.  Algunos autores como E. Dissanayake han trabajado enormemente en este aspecto que vincula sensibilidad estética con mecanismos de selección biológica y cultural.

Soy consciente de que algunas de estas tesis están en plena discusión y debate, y de que para algunas de ellas no hay ni mucho menos una mayoría de la comunidad científica que las respalde abiertamente. Evidentemente, soy consciente de la provisionalidad de toda teoría científica, que sólo puede ser falsada (o ni siquiera, como quieran Duhem y Quine). Pero el panorama sigue sin pintar excesivamente bien para la filosofía, pues si tales tesis han de ser refutadas, difícilmente se ve cómo la filosofía podría hacer de abogada de sí misma, valiéndole más estimular aquellas teorías científicas alternativas que pudieran reservarle aún algún hueco. Al fin y al cabo, gracias al giro lingüístico, incluso las ciencias han renunciado a su aspiración por alcanzar la verdad, y se mueven en un espacio mucho más modesto de verosimilitud de teorías, permanentemente atacadas por otras teorías y la confrontación con la realidad empírica. La filosofía parece estar bastante fuera de ese juego. ¿O no?

6 comentarios en “¿Ha matado la ciencia a la filosofía?

  1. Pingback: ¿Qué sentido tiene la pregunta por el sentido? | La galería de los perplejos

  2. jajugon Autor

    Gracias por tu participación, Ángel.

    Dedicas buena parte de tu mensaje a lanzar una crítica sobre la formulación de la pregunta que da título a esta entrada. Es algo propio de la filosofía responder a una pregunta no con una respuesta, sino con una crítica a la pregunta, así que agradezco el intento. Pero si esta crítica no está suficientemente fundada, estos rodeos también resuenan a quienes no saben o no quieren responder a la pregunta. Una pregunta que, dicho sea de paso, no es mía como tal, pero sobre la que ciertamente no veo que se sostengan los inconvenientes que le achacas.

    Me parece que tu crítica, para ser sostenible, necesita de mayor aclaración. ¿Qué premisa hay en la propia pregunta? ¿Por qué responder con un “no” transgrediría, según tú, el principio de no contradicción? En todo caso, si se respondiese un “sí” con un argumento filosófico válido se incurriría en dicha contradicción, pero ¿dónde estaría la contradicción si se ofrece un “no” como respuesta? Por otra parte, es falso que esta pregunta obligue a una respuesta dicotómica entre un “sí” o un “no”. Caben mil matices sobre este proceso de acorralamiento de la ciencia a la filosofía, si lo hay realmente, si avanza inexorablemente, si ha llegado a su término, si lo hará en breve, si no lo hará nunca…

    Por otro lado, que se emplee el tiempo verbal en pasado en la pregunta no da por sentado que la filosofía ya esté muerta. Qué diferente habría sido decir “¿Por qué la ciencia ha matado a la filosofía?”. Pero me parece evidente que esta pregunta no lleva implícita dicha suposición sino que es precisamente lo que cuestiona, si podemos decir en algún sentido que eso sea ya así o no. Es cierto que el tiempo verbal sí constata que hasta ahora se ha dado un proceso en el que la ciencia ha desafiado la autonomía y competencia de la filosofía. Pero si alguien cree que esto no viene sucediendo desde hace siglos, como para formularse la pregunta en estos términos, efectivamente quizá sea estéril formularle la pregunta e intentar contestarla.

    En tercer lugar, “intentar reflexionar la respuesta desde un argumento filosófico” no quiere decir lograrlo, y por tanto, con ello no puede decirse que de antemano la pregunta esté invalidada, ni que ésta carezca de sentido, y ni mucho menos supone caer en contradicción alguna (creo que para recomendar no romper con el principio de no contradicción, deberías ser más riguroso al identificarlo). Al contrario, ofrecer con un buen argumento filosófico una negativa a esta pregunta sería la mejor forma de responder, ofreciendo para muestra un botón. Pero todavía estamos esperando semejante argumento filosófico, en mi opinión.

    Yendo ya lo que es un intento por tu parte de responder como tal a la entrada, tengo algunas observaciones:

    En primer lugar, creo que, paradójicamente, te contradices pues si sostienes que “el reduccionismo es claramente filosófico”, ¿cómo es posible que también digas que “la filosofía forma parte intrínseca de la ciencia”, que es “herramienta del pensamiento científico”, que “forma parte de esa metodología científica”, y no es una “disciplina”? Una cosa es que su misión no sea ofrecer respuestas cerradas y definitivas, por donde ciertamente pueden ir los tiros de su salvación, y otra decir pueda reducir a la ciencia al mismo tiempo que es, según tú, un mero instrumento a su servicio. Hay muchas formas de entender la muerte de algo, pero una bien podría ser ésta.

    Si la filosofía, como dices, se limita a ser “el arte de pensar, y además hacerlo bien”, no se podrá negar a los científicos la posibilidad de hacerlo por sí mismos. Salvo que sostengas que sólo los filósofos pueden detentar ese presuntuoso privilegio, postulándose como el Pepito Grillo que aleccione a los científicos sobre las artes del pensar bien.

    Estoy completamente de acuerdo en que cada una de las cuestiones que abro podrían suscitar un debate más profundo y largo. Estaría interesadísimo en que a partir de aquí pudieran surgir nuevas entradas y comentarios que profundizaran en ellas. Pero he intentado condensar en esta entrada un resumen general, para calibrar si en general este proceso de ocupación por parte de la ciencia sigue progresando, se ha detenido, o está dejando lugares por colonizar que la filosofía pudiera retener. Y también estoy de acuerdo en que la filosofía está en crisis en el conjunto de la crisis del pensamiento, que exige de un esfuerzo extraño a esta sociedad cómoda con “las ideas precocinadas y las soluciones fáciles”, como dices. Pero, sobre todo, porque, a diferencia del esfuerzo invertido en otros conocimientos científico-técnicos, no parece compensar a corto plazo con nada más que cierta satisfacción personal. Por eso es menester hacer un esfuerzo por argumentar de manera más sólida y contundente el espacio que a la filosofía le queda hoy. Y para eso, no creo que baste decir que la pregunta está mal formulada y que la filosofía es el arte de pensar bien.

    De nuevo, y a pesar de las discrepancias, gracias por tu participación.

    Me gusta

  3. Angel

    En principio, gracias por permitirme compartir con Uds mi argumento a razón de un comentario que hice sobre esta entrada en Twitter;

    Para comenzar mi exposición, primero he de decir que considero incorrecta la premisa que se plantea desde la propia pregunta cuando dice; “¿Ha matado la ciencia a la filosofía?”.
    Creo que en sí misma la pregunta anticipa su propia respuesta, y ésta solo puede ser un “sí”, porque si fuera un “no” transgredimos el principio de no contradicción, (que como todos sabemos), dice que “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”.

    El tiempo verbal con el que se plantea la pregunta es pasado, es decir, hoy cuando nos hacemos esta pregunta, damos por hecho que la filosofía ya está muerta, luego cualquier disquisición sobre su supervivencia es ya estéril por sí misma, porque se anticipó su defunción y ya no cabe que esté viva, por lo tanto el “no” no tiene lugar y el debate tampoco.

    Por otro lado, caemos en una tremenda contradicción, cuando analizamos la pregunta, e intentamos reflexionar la respuesta desde un argumento filosófico, pues entonces mismo estaremos filosofando para resolverla y por lo tanto en nuestra reflexión ya estaríamos dando una respuesta en forma a la pregunta, ya que desde el momento en el que filosofamos evidenciamos que la filosofía aún está viva, luego no ha muerto, por ende la pregunta carece de sentido y su respuesta no tiene cabida, no tiene lugar.

    Como he dicho, creo que uno de los principios que se han de respetar al plantear una pregunta y tratar de resolver una premisa filosófica, es el principio de “no contradicción”, en el momento en que rompamos con este principio, la mayoría de las reflexiones pierden cuanto menos el interés filosófico.

    Suponiendo que aun así quisiéramos replantear convenientemente la pregunta para poder librarnos de la contradicción, el tiempo verbal debería ser; “¿Está la ciencia matando a la filosofía?” La posibilidad de supervivencia de la filosofía está garantizada en términos predictivos o futuribles, y por lo tanto en este sentido ya cabe la existencia de más de una respuesta; Un sí, un no, o quizás la ambigüedad para quienes se arriesguen a huir del dualismo argumental.

    Dicho lo cual, salvando los escollos semánticos, de tiempos verbales y demás menesteres, me ceñiré al resto del texto para seguir exponiendo mi humilde opinión.

    Es de agradecer que Jurado “lanza el guante” y nos sitúe ante la existencia de un posible “reduccionismo científico”, sin embargo en mi opinión el reduccionismo es claramente filosófico; El argumento de Cortina, limita a la filosofía al análisis metafísico de la realidad, y las preguntas que se hace y responde Jurado son excesivamente dramáticas a este respecto. Es más, se me antoja que no necesitaríamos del sujeto científico para matar a la filosofía, si esta disciplina respondiera con certeza a cada pregunta que nos hiciéramos, como lo hace el progreso científico.

    En mi opinión Jurado simplifica demasiado la importancia de la filosofía ante las respuestas objetivas de la ciencia. Yo desde mi más que posible ignorancia, planteo que la filosofía forma parte intrínseca de la ciencia, como herramienta del pensamiento científico y no simplemente como disciplina que deba dar respuesta a todo. En tiempos pretéritos esto pudo dar alguna satisfacción a los primeros pensadores, pero actualmente está probado que el simple hecho de pensar no resuelve todos los retos que nos plantea la naturaleza humana, la metafísica u otras cuestiones…..

    Reduciendo lo que para mí es la filosofía a un simple conjunto de frases, diría que la filosofía hoy es “el arte de pensar, y además hacerlo bien”.
    Dicho esto, resultaría revelador que se tomara en consideración el carácter reflexivo propio de la búsqueda de la verdad, del análisis, y de la virtud del debate constructivo que suscita la ciencia y que lejos de “matar” a la filosofía, en mi opinión, hace ver que esta última forma parte de esa metodología científica. Volviendo a mi frase, la ciencia no solo es reflexiva y práctica, sino que también en ocasiones obtiene resultados satisfactorios, es decir que “además lo hace bien”. A este respecto, uno de los mejores exponentes de la filosofía científica actual, al que suelo hacer habitual referencia, es a Mario Bunge.

    Considero que las exposiciones de los diversos temas que propone Jurado como ejemplo, son de una brillante realidad, aunque suscitan un debate más profundo y más largo al respecto de los nuevos interrogantes que puedan surgir de las soluciones científicas, y del posible papel de la filosofía en esta materia. Por ejemplo cuando se plantean soluciones desde la psicología, se pueden abrir un ámplio abanico de argumentos volátiles, difíciles de concretar y que en el mejor de los casos dejan abiertas las puertas a la filosofía del pensamiento crítico y científico.

    Para mí, los hándicaps que tiene la filosofía, y que ha tenido durante muchos siglos, que la podrían abocar a “la muerte”, es que pocos filósofos han sabido definirla, y pocos han creído realmente en ella. Creo que la filosofía que se ancla demasiado en los dogmas del pasado, que recurre continuamente a ellos para resolver problemas futuros cuando no ha sido capaz de resolver los anteriores en toda su historia, es una filosofía sencillamente “muerta”.

    Creo que la filosofía adolece de falta de frescura intelectual, y a una sociedad en la que la ignorancia, en todos sus aspectos, es el sistema predominante, (como revela el informe PISA y otros), no se le puede pedir que sea el motor de un pensamiento fértil y fuerte de la noche a la mañana, ni se le puede pedir a los pocos eruditos existentes, que hagan milagros para enseñar a pensar a la gente. La filosofía, incluso más que otras disciplinas, está en una crisis profunda. El pensamiento está en crisis y parece que la sociedad no está por la labor de salir de la comodidad de las ideas precocinadas y las soluciones fáciles.

    Así pues, esta es mi humilde y reflexionada opinión al respecto de vuestra propuesta, y quiero expresar mi gratitud de nuevo, por permitirme opinar. Un saludo.

    Le gusta a 3 personas

  4. jajugon Autor

    Ciertamente, el artículo de Sampedro también me ha gustado más, al menos porque planta más la cara ante quienes tratan de dar por muerta la filosofía sin saber apenas de filosofía. Pero me parece totalmente insuficiente decir que sólo la buena filosofía, la que se atenga a los resultados de la ciencia, podrá sobrevivir. En mi opinión, ha habido filosofía muy buena que ya está muriendo en cierto sentido.

    Estamos de acuerdo en que el elitismo científico resuena a esa exclusividad sacerdotal de forma sospechosa. Pero la filosofía, al menos algunas de sus corrientes tan predominantes en nuestros días, no puede presumir de ser menos elitista en este sentido, con un oscurantismo y una ambigüedad propias también de una casta sacerdotal. La diferencia es que a estos filósofos les hacen mucho menos caso, porque la ciencia está mucho más contrastada y goza con ello de mayor reputación. Ello hace que dicha reputación se desplace hacia la credibilidad general de los científicos, como si todo lo que dijeran sobre cualquier tema la tuviera. He ahí los muchos dichos y opiniones, peregrinas en tantas ocasiones, que se han venerado de personajes como Einstein. Pero, cuando los Hawking del mundo lanzan sus mediáticas ocurrencias, todo el mundo debería saber que no están haciendo ciencia, sino usualmente filosofía barata. La ciencia, que está por encima de estos personajes, se vuelve cada vez más compleja y menos accesible por su desarrollo, pero ello no tiene por qué desacreditarla veritativamente.

    Pues es todo un dogma de fe pensar que “la verdad” deba poder ser explicada de forma sencilla y comprensible a la mayoría de la humanidad. Evidentemente, entrecomillo, porque ni siquiera en la ciencia hay tal verdad, sino, por lo que parece, construcciones cada vez más verosímiles y aparentemente robustas ante los intentos de falsación. Ciertamente podrá parecer que es difícil que un saber tan exclusivo pueda ser “importante” para la vida de las personas. Pero aquí no hablamos de lo que un hombre necesita saber para llevar una vida buena, satisfactoria, estimulante o simplemente razonable, que sería lo importante.

    Entiendo que lo que de fondo se plantea es si la capacidad explicativa de la ciencia va a seguir arrinconando cada vez más las ocurrencias de los filósofos. Si seguimos leyendo a Aristóteles es por aquella parte de su obra que aún puede estimular algo nuestra reflexión, fundamentalmente porque desconocemos científicamente la realidad a la que alude (i.e. su Política) y por el ejemplo que nos ofrece su actitud crítica e imaginativa en general. Pero no por los contenidos de su física, que si en su día fue estimulante – científicamente estimulante, también -, hoy nos resulta anacrónica y refutada.

    Si esta misma ciencia no pone en nuestra mano herramientas con las que acabemos destruyéndonos antes, cuando ya no sea lea a Hawking, quizá todavía se lea a Pirrón, a Hume, a Quine… por su inexpugnable escepticismo. Pero veo difícil que la lectura de los demás en su parte propositiva no vaya radicalmente a menos con el avance de la ciencia.

    Me gusta

  5. jesusmmorote

    A mí me ha parecido más estimulante el artículo de Javier Sampedro que el de Adela Cortina.

    En realidad, más allá de centrarse en un debate «profesional», de trabajadores de la enseñanza, que pelean por su cuota de horas lectivas en la ESO, creo que a los que no estamos en ese sector nos interesa más el debate de fondo. Me hace gracia la declaración de Hawking diciendo que «la filosofía ha muerto». Yo leí su librito «Historia del tiempo» y lo que me pareció es que el famoso físico sabía muy poquito de Filosofía. Lo que no le impedía sermonear a diestro y siniestro sobre Kant. Es bastante cómico que quienes son incapaces de explicar de forma sencilla y comprensible a los que no tenemos una preparación de matemática superior (y muchos físicos y estudiantes de Física tampoco lo tienen claro) en qué consiste la explicación relativista o cuántica del mundo de que tanto presumen, se vayan autoatribuyendo un conocimiento del Universo que son incapaces de transmitir al resto de la humanidad.

    Y es que yo soy de la opinión de que un saber tan altamente especializado que apenas unos centenares de personas en el mundo posee, no puede ser algo realmente importante para el hombre. Si lo fuera, se estaría privando a la inmensa mayoría de la humanidad de un saber que sería el más importante del mundo. En alguna ocasión me permití equiparar, de forma un tanto provocadora, a los físicos modernos con los sacerdotes de Osiris, que guardaban su saber esotérico y se lo transmitían secretamente entre sí y sus adeptos, dejando fuera al pueblo ignorante. No estará de más recordar que, pese al inicial menor avance en conocimientos de astronomía y científicos en general, la civilización griega, democrática y popular, dio origen a creaciones intelectuales infinitamente más valiosas que las de los sacerdotes egipcios o babilónicos.

    En realidad no hay por qué embarcarse en falsos debates. Aristóteles no entendía muy bien los cálculos de los movimientos de los astros en el cielo, que sí entendía Ptolomeo. O Leibniz sabía mucho menos sobre la reproducción que Leeuwenhoek. Pero las hipótesis de Ptolomeo o Leeuwenhoek hoy en día están desacreditadas y sus nombres son meras palabras en los libros de Historia de la Ciencia; a nadie se le ocurre hoy leer a Leeuwenhoek. Sin embargo miles de personas en el mundo siguen leyendo a Aristóteles o Leibniz con gran provecho para su reflexión sobre el hombre y el mundo.

    Estoy absolutamente convencido de que cuando nadie lea a Hawking, por haber sido adecuadamente falsadas sus teorías sobre la formación del Universo, habrá gente que lea a Quine o a Habermas. Así que no se preocupe usted, Mr. Hawking: los muertos que vos matasteis gozan de buena salud. (Y esto no tiene nada que ver con que aparezca o desaparezca la Filosofía como asignatura de la ESO).

    Me gusta

Deja un comentario